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martes, 16 de marzo de 2021

Dickens, la difteria y la ocultación de las epidemias


Archivo:Charles Dickens by Frith 1859.jpg




William Powell Frith 

Charles Dickens en su estudio 

(1859)

Óleo sobre lienzo 
Victoria and Albert Museum. Londres. 





En agosto de 1856 una epidemia sembraba el terror por Europa. Circulaban los rumores infundados, se paralizaban los viajes y las autoridades intentaban evitar que no cundiera el pánico entre la población. Suena a conocido, ¿verdad?

Una carta de Charles Dickens descubierta recientemente da testimonio de esta situación. Se trata de una carta del escritor a Sir Joseph Olliffe, un médico de la embajada británica en París. 

En esta carta, Dickens agradece al doctor que le alertara sobre el brote de difteria que se había producido en Boulogne-sur-mer, en la costa norte de Francia, localidad en la que el escritor pasaba sus vacaciones. A Dickens le gustaba mucho pasar temporadas allí, y describía el lugar como bello,  pintoresco, y evocador. Además allí podía gozar de un cierto anonimato y encontraba la tranquilidad para escribir. Allí escribió obras como Casa lúgubreTiempos difíciles o La pequeña Dorrit. El viaje tampoco era muy pesado: tardaba unas cinco horas desde Londres, primero en tren y luego en un ferry desde Folkestone. En realidad, tres de sus hijos estaban escolarizados en la región y estaban a punto de comenzar el nuevo curso. 

En su carta, Dickens le comenta al médico:
"No me cabe duda de que no podríamos estar en una situación más saludable, en una casa más limpia. Pero, aún así, si nos ordenara que nos marchásemos, nosotros obedeceríamos".

La carta que Dickens le escribió a James Olliffe, fechada el 24 de agosto de 1856. James McGrath Morris, CC BY

La carta que Dickens le escribió a James Olliffe, fechada el 24 de agosto de 1856. (James McGrath Morris)

 

En aquel momento poco se sabía sobre la enfermedad, a la que se le daban diversos nombres populares: "dolor de garganta maligno", "dolor de garganta de Boulogne" o "fiebre de Boulogne". En España se le conocía como garrotillo, por el aspecto que tomaba la cara de los afectados cuando tenían dificultades para respirar, parecida a la de los condenados a pena de muerte que eran ejecutados con el garrote vil. 



Placas de difteria


Pero unos años antes en 1826, el médico Pierre Phidèle Bretonneau (1771-1862) le había dado el nombre de difteritis, aplicando el método de observación anatomo-clínica. Bretonneau había observado la formación de una especie de membranas de aspecto correoso en las mucosas y le dió esta denominación, que deriva del griego διφθέρα "de aspecto de cuero curtido". Más tarde, en 1855, él mismo cambió el nombre a difteria. La enfermedad era grave, a menudo mortal,  y de fácil contagio, por contacto directo o por vía aérea, mediante gotas de Flügge. 

En la carta Dickens destacaba lo que le había ocurrido al doctor Philip Crampton:
"No puedo imaginarme una experiencia más terrible que la que ha vivido el pobre doctor Crampton."
El médico al que hace referencia el escritor se encontraba de vacaciones en Boulogne aproximadamente durante los mismos días que Dickens, cuando dos de sus hijos, de dos y seis años, y su mujer, de 39, murieron con una semana de diferencia a consecuencia de la difteria.

En esa época, Boulogne era un lugar muy frecuentado por ingleses, que a mediados del s. XIX formaban allí una colonia de 10.000 personas que suponía un 25% de los habitantes de la población. 

La gran cantidad de contagios a ambos lados del canal de la Mancha, en Francia e Inglaterra, hizo que las investigaciones científicas se aceleraran y que en 1860 (cuatro años después del primer caso detectado en Inglaterra) el conocimiento sobre el origen, los síntomas y el modo de transmisión de la enfermedad fuera ya mucho más completo.



Robert Buss: El sueño de Dickens. (1875)
El escritor aparece rodeado de todos los personajes imaginarios de sus obras. 



A Dickens le preocuparon mucholas noticias sobre el "dolor de garganta de Boulogne" de las que se hacía eco la prensa y que cada vez eran más alarmantes. Decidió mandar a sus hijos a Inglaterra para que estuvieran seguros. 

Las autoridades médicas francesas restaron importancia a  la expansión de la enfermedad, intentando preservar el prestigio turístico de la zona. En una carta escrita al periódico The Times y fechada el 5 de septiembre de 1856, un grupo de  médicos de Boulogne declararon que 
"con muy pocas excepciones, esta enfermedad solo afecta a los barrios más pobres de la ciudad y a la población sin apenas recursos"
Pocos días más tarde destacaban que el "pánico" se limitaba "casi por completo a los visitantes temporales". Sin embargo, las autoridades admitían que "lo cierto es que no aconsejaríamos a nadie que trajera a un niño" a "una casa donde el dolor maligno de garganta hubiera estado recientemente". Había una gran desinformación: las casas de huéspedes y las empresas de viajes siguieron promocionando intensamente Boulogne como destino de vacaciones.

Dickens, que también era periodista, era muy sensible a la deformación interesada de la información. En su carta a Olliffe observaba:
"Tenemos la idea general de que esta enfermedad existe en el extranjero y que afecta a los niños; de hecho, dos niños pequeños ea los que conocen nuestros hijos han muerto a consecuencia de ella. Pero es increíblemente difícil […] descubrir la verdad en este sitio. Y a la gente del pueblo le preocupa particularmente que yo lo sepa, dada la gran cantidad de medios que tendría para difundirlo."

En 1856, los que sobrevivieron a la epidemia restablecieron a la normalidad. Dickens escolarizó a sus hijos otra vez en Boulogne, y él mismo volvió muchas veces a la localidad.

Hasta 1920 no se desarrolló una vacuna contra la difteria, aunque no fue hasta los años 40 del s. XX cuando los distintos países empezaron a suministrarla masivamente a los niños. 

La historia de la carta de Dickens nos suscita la reflexión sobre ciertos hechos comunes en las epidemias, entre ellos el pánico de la población y los intentos de las autoridades locales de preservar los ingresos del turismo, minimizando la importancia de la enfermedad y recurriendo incluso a la deformación de la realidad. Algo que se repite de forma muy similar en nuestros días. 

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