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viernes, 19 de abril de 2019

Los peligros de las cortinas del hospital




Jean Geoffroy

El día de visita al hospital
(1889)

Óleo sobre lienzo. 120 x 95 cm.
Musée d’Orsay. París 



El cuadro representa una visita de un familiar a un muchacho, visiblemente pálido, ingresado en un hospital. La escena nos proporciona mucha información sobre como eran estos establecimientos los a finales del s. XIX. Las camas se alineaban paralelamente en grandes salas y unas cortinas de separación les proporcionaban una cierta intimidad en determinados momentos del día. 

Actualmente, los hospitales disponen en general de habitaciones más pequeñas, con menos camas, aunque persisten en muchos casos las cortinas de separación. Las cortinas también suelen estar presentes en los Servicios de Urgencias. Y de estas cortinas, precisamente, hablaremos hoy. 

Si bien estas cortinas son útiles para permitir una cierta intimidad y al mismo tiempo posibilitan una fácil movilidad y plasticidad del espacio, también tienen serios inconvenientes. Entre sus pliegues y costuras se albergan bacterias multirresistentes que pueden contaminar a los pacientes hospitalizados. Esto al menos es lo que se desprende de las conclusiones de un estudio multicéntrico realizado en Michigan y que ha sido presentado al Congreso Europeo de Microbiología Clínica y Enfermedades Infecciosas (Amsterdam 13-16 de abril 2019).

Los investigadores tomaron 1.500 muestras de las cortinas de 625 habitaciones de hospital. Las muestras se tomaron del borde de las cortinas (zona que generalmente es la más tocada con las manos). Las primeras muestras se tomaron al ingreso de un nuevo paciente y luego se repitieron periódicamente durante todo el tiempo que permanecieron en el hospital (los que estuvieron más tiempo permanecieron 6 meses).

El resultado fue bastante alarmante. Se encontraron bacterias multirresistentes en un 22% de los casos. De ellas, un 14% correspondían a enterococos resistentes a la vancomicina; más de un 6% bacterias Gram negativas resistentes; y casi un 5% Staphilococcus aureus resistente a la meticilina, todas ellas bacterias potencialmente mortales. 

En más de un 15% de los casos los pacientes ingresados eran portadores de la misma especie de bacteria que la que se encontraba en la cortina de su habitación. Y cada vez que eran portadores de enterococos resistentes a la vancomicina o estafilococos dorados resistentes a la meticilina, también se encontraron estos gérmenes en sus cortinas. Los investigadores creen que en la mayoría de los casos las bacterias pueden haber pasado del paciente a la cortina, pero aceptan que el camino inverso es también posible. Además desde la cortina pueden contaminar otros objetos de la habitación, que actuarían como fomites, multiplicando el peligro.

Aunque los protocolos varían según los diferentes hospitales, las cortinas suelen cambiarse de promedio cada seis meses, o bien cuando se ven claramente sucias. Probablemente, tras este estudio (cuyos resultados deberán corroborarse con otros estudios complementarios) se tenga que replantear el tratamiento de las separaciones textiles, estableciendo nuevas normas de higiene para evitar estos potenciales focos de infección.

Según la OMS, si no se establecen actuaciones adecuadas, las infecciones por bacterias multirresistentes serán un importante prob   lema en los próximos años. Si siguen aumentando al ritmo actual se calcula que en 2050 podrían causar la muerte de 10 millones de personas, una abultada cifra si se tiene en cuenta que se esparan 8 millones de muertes por cáncer en este año. 



lunes, 15 de abril de 2019

El incendio de Notre-Dame de París



Con el corazón encogido recibo la noticia del terrible incendio de Notre-Dame de París.

Consternado, quiero expresar mi profunda tristeza, impotencia y dolor por esta tragedia.

Sean las imágenes adjuntas mi tributo y mi recuerdo. 








Le cœur lourd, je reçois la nouvelle du terrible incendie de Notre-Dame de Paris.

Découragé, je veux exprimer ma profonde tristesse, ma impuissance et mon douleur face à cette tragédie.

Soyez les images ci-jointes mon humble hommage. Je vais conserver toujours cette église en ma mémoire.





 


Amb el cor encongit, he rebut la notícia del terrible incendi de la catedral de Notre-Dame de Paris.

Consternat, vull expressar la meva profunda tristesa, 
la meva impotència i el meu dolor davant d'aquesta tragèdia.

Siguin les imatges adjuntes el meu humil homenatge 
i el meu record. 






With great regret I receive the news of the terrible fire of Notre-Dame de Paris.

Very impressed, I want to express my deep sadness, impotence and pain for this tragedy.

Be the images attached my tribute and my memory.












Nôtre-Dame de Paris: les images de l'incendie:



Gran incendio en la catedral de Nôtre-Dame de París: 


El miedo a bañarse
























Edgar Degas

Mujer en su bañera
(Femme dans son bain) 
(1883)

Pastel 19,7 x 41 cm
Musée d'Orsay. Paris.   


Este precioso pastel de Degas nos introduce en el baño privado de una dama. La señora está tomando el baño en su bañera, y usa una esponja para limpiar a fondo una de sus piernas. No es esta la única escena de baño que pintó Degas. Nos ha dejado unos cuantos testimonio de estas prácticas de higiene personal. 

En efecto, a finales del s. XIX empiezan a aparecer algunas pinturas y dibujos representando escenas de baño íntimo. Coinciden estas representaciones con la lenta implantación de los baños privados en las casas, una novedad, ya que hasta este momento la higiene personal era muy precaria, como hemos visto en anteriores entradas. Hasta algunas décadas antes el baño era casi desconocido, el olor a sudor era la norma e incluso el lavado de las zonas genitales femeninas se temía especialmente, ya que corría el rumor de que podía provocar esterilidad (!!). El miedo a los miasmas se convirtió en una auténtica obsesión. Se decía que el agua podía penetrar en los poros produciendo infecciones, debilitando el cuerpo y produciendo tisis. Se creía que además, el lavado frecuente podía producir incluso heridas. 



Para garantizar la salud se recomendaba hacer circular el aire, para evitar los vapores de agua y la condensación, sobre todo en los espacios cerrados. Del mismo modo, como se consideraba que los malos olores eran indicativos de la presencia de aire viciado, una norma básica de higiene consistía en perfumar el aire. 

Los médicos de la época tenían que luchar contra estas falsas ideas para convencer a sus pacientes de la conveniencia de bañarse de vez en cuando. Por ejemplo, Friedrich Biltz a finales del siglo XIX suplica a los ciudadanos alemanes en su libro “Nueva cura natural”: 

“Hay personas que no se atreven a nadar en un río o a bañarse, ya que desde la infancia, nunca han entrado al agua; tienen un temor infundado. Después del quinto o sexo baño uno puede llegar a acostumbrarse". 

Antes incluso los monarcas se bañaban sólo un par de veces en la vida. Según la leyenda, Isabel la Católica se bañó sólo dos veces: al poco de su nacimiento y antes de su boda; y que también era muy remisa a cambiarse de ropa. En el detallado diario de Luis XIII de Francia en el que se registraban hasta los detalles más insignificantes, no aparece nunca que se bañara de cuerpo entero hasta los 7 años de edad. Luis XIV se vio obligado a bañarse obligado por sus médicos, y lo hizo durante dos breves períodos de tiempo, pero esto lo aterrorizó tanto que prometió no volver a hacerlo nunca… 



Mujer lavándose los pies (1776)
A todo esto hay que añadir otras razones no médicas, que contribuyen a explicar la desconfianza imperante respecto al agua. A partir de la Contrarreforma de los siglos XVI y XVII, la Iglesia ejerció una influencia creciente no sólo sobre la moral, sino también sobre las prácticas corporales cotidianas de la población. El clero quiso proscribir los baños públicos –denominados «baños romanos»– por el peligro que suponían el contacto corporal y la desnudez. Además, incluso en un ámbito privado, se consideraba que la exploración del cuerpo era censurable, sobre todo la de las partes genitales, como le contaba un padre a su hijo antes de ir de viaje: 

«No toques las partes de tu cuerpo que la honestidad te prohíbe mostrar, salvo en caso de extrema necesidad, e indirectamente».

En el interior de las casas nobles o burguesas existían bañeras, pero se aconsejaba no utilizarlas demasiado, y sobre todo no permanecer en ellas durante mucho tiempo. El agua se rechazaba hasta tal punto que antes de la Revolución Francesa París sólo contaba con nueve casas de baños, es decir, tres veces menos que a finales del siglo XIII. Hasta el siglo XVIII, sólo se enjuagan las manos y la zona de la boca. Lavarse la cara regularmente era algo que no aconsejaban los médicos ya que se creía que producía inflamación y pérdida de visión. Las manos se lavaban pero era más común hacerlo tras la comida que antes de comer. 


Alfred Stevens: El baño (1867) Musée d'Orsay.


La carencia de los baños provocaba intensos efluvios corporales. El hedor era insoportable. Un embajador, tras presentar sus credenciales a Luis XIV comentó que el Rey Sol apestaba, desprendiendo un intenso olor a fiera salvaje, que difícilmente podía soportarse. Por eso los perfumes, eran casi obligatorios. Estaba prohibido aparecer sin perfume ante un tribunal, para disimular en parte el terrible hedor. Los palacios reales barrocos, como Versalles, eran enormes y con múltiples salas. El motivo es que cuando las pestilentes salas tenían un nivel odorífero insoportable, la corte se trasladaba a otros salones, dejando a los que se habían usado hasta entonces ventilándose con las ventanas abiertas de par en par durante semanas. 


Bañera de la emperatriz Eugenia de Montijo. Castillo de Belmonte (Cuenca)


A principios del siglo XIX la gente se bañaba sólo si estaba enferma y sólo si así lo recetaba el médico. Los baños, siempre parciales podían ser calientes o fríos, aunque se desconfiaba de los primeros y a veces se añadían sales o hierbas aromáticas "para cerrar los poros". 

Hubo que esperar a 1888 para que apareciera el desodorante. El primer antitranspirante se puso en circulación en 1903.