Edgar Degas
Mujer en su bañera
(Femme dans son bain)
(1883)
Pastel 19,7 x 41 cm
Musée d'Orsay. Paris.
Edgar Degas
Mujer en su bañera (Femme dans son bain)
(1883)
Pastel 19,7 x 41 cm
Musée d'Orsay. Paris.
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Este precioso pastel de Degas nos introduce en el baño privado de una dama. La señora está tomando el baño en su bañera, y usa una esponja para limpiar a fondo una de sus piernas. No es esta la única escena de baño que pintó Degas. Nos ha dejado unos cuantos testimonio de estas prácticas de higiene personal.
En efecto, a finales del s. XIX empiezan a aparecer algunas pinturas y dibujos representando escenas de baño íntimo. Coinciden estas representaciones con la lenta implantación de los baños privados en las casas, una novedad, ya que hasta este momento la higiene personal era muy precaria, como hemos visto en anteriores entradas. Hasta algunas décadas antes el baño era casi desconocido, el olor a sudor era la norma e incluso el lavado de las zonas genitales femeninas se temía especialmente, ya que corría el rumor de que podía provocar esterilidad (!!). El miedo a los miasmas se convirtió en una auténtica obsesión. Se decía que el agua podía penetrar en los poros produciendo infecciones, debilitando el
cuerpo y produciendo tisis. Se creía que además, el lavado frecuente podía
producir incluso heridas.
Para garantizar la salud se recomendaba hacer circular el aire, para evitar los vapores de agua y la condensación, sobre todo en los espacios cerrados. Del mismo modo, como se consideraba que los malos olores eran indicativos de la presencia de aire viciado, una norma básica de higiene consistía en perfumar el aire.
Para garantizar la salud se recomendaba hacer circular el aire, para evitar los vapores de agua y la condensación, sobre todo en los espacios cerrados. Del mismo modo, como se consideraba que los malos olores eran indicativos de la presencia de aire viciado, una norma básica de higiene consistía en perfumar el aire.
Los médicos de la época tenían que luchar contra estas falsas ideas para convencer a sus pacientes de la conveniencia de bañarse de vez en cuando. Por ejemplo, Friedrich Biltz a finales
del siglo XIX suplica a los ciudadanos alemanes en su libro “Nueva cura
natural”:
“Hay personas que no se atreven a nadar en un río o a bañarse, ya que desde la infancia, nunca han entrado al agua; tienen un temor infundado. Después del quinto o sexo baño uno puede llegar a acostumbrarse".
Antes incluso los monarcas
se bañaban sólo un par de veces en la vida. Según la leyenda, Isabel la Católica se bañó sólo dos veces: al poco de su nacimiento y antes de su
boda; y que también era muy remisa a cambiarse de ropa. En el detallado diario de Luis XIII de Francia en el que se registraban hasta los detalles más insignificantes, no aparece nunca que se bañara de cuerpo entero hasta los 7 años de edad. Luis XIV se vio obligado a bañarse obligado por sus médicos, y lo hizo durante dos breves períodos de tiempo, pero esto lo aterrorizó tanto que prometió no volver a hacerlo nunca…
En el interior de las casas nobles o burguesas existían bañeras, pero se aconsejaba no utilizarlas demasiado, y sobre todo no permanecer en ellas durante mucho tiempo. El agua se rechazaba hasta tal punto que antes de la Revolución Francesa París sólo contaba con nueve casas de baños, es decir, tres veces menos que a finales del siglo XIII. Hasta el siglo XVIII, sólo se enjuagan las manos y la zona de la boca. Lavarse la cara regularmente era algo que no aconsejaban los médicos ya que se creía que producía inflamación y pérdida de visión. Las manos se lavaban pero era más común hacerlo tras la comida que antes de comer.
Mujer lavándose los pies (1776) |
A todo esto hay que añadir otras razones no médicas, que contribuyen a explicar la desconfianza imperante respecto al agua. A partir de la Contrarreforma de los siglos XVI y XVII, la Iglesia ejerció una influencia creciente no sólo sobre la moral, sino también sobre las prácticas corporales cotidianas de la población. El clero quiso proscribir los baños públicos –denominados «baños romanos»– por el peligro que suponían el contacto corporal y la desnudez. Además, incluso en un ámbito privado, se consideraba que la exploración del cuerpo era censurable, sobre todo la de las partes genitales, como le contaba un padre a su hijo antes de ir de viaje:
«No toques las partes de tu cuerpo que la honestidad te prohíbe mostrar, salvo en caso de extrema necesidad, e indirectamente».
En el interior de las casas nobles o burguesas existían bañeras, pero se aconsejaba no utilizarlas demasiado, y sobre todo no permanecer en ellas durante mucho tiempo. El agua se rechazaba hasta tal punto que antes de la Revolución Francesa París sólo contaba con nueve casas de baños, es decir, tres veces menos que a finales del siglo XIII. Hasta el siglo XVIII, sólo se enjuagan las manos y la zona de la boca. Lavarse la cara regularmente era algo que no aconsejaban los médicos ya que se creía que producía inflamación y pérdida de visión. Las manos se lavaban pero era más común hacerlo tras la comida que antes de comer.
Alfred Stevens: El baño (1867) Musée d'Orsay. |
La carencia de los baños provocaba intensos efluvios corporales. El hedor era insoportable. Un embajador, tras presentar sus credenciales a Luis XIV comentó que el Rey Sol apestaba, desprendiendo un intenso olor a fiera salvaje, que difícilmente podía soportarse. Por eso los perfumes, eran casi obligatorios. Estaba prohibido aparecer sin perfume ante un tribunal, para disimular en parte el terrible hedor. Los palacios reales barrocos, como Versalles, eran enormes y con múltiples salas. El motivo es que cuando las pestilentes salas tenían un nivel odorífero insoportable, la corte se trasladaba a otros salones, dejando a los que se habían usado hasta entonces ventilándose con las ventanas abiertas de par en par durante semanas.
Bañera de la emperatriz Eugenia de Montijo. Castillo de Belmonte (Cuenca) |
A principios del siglo XIX la gente se bañaba sólo si estaba enferma y sólo si así lo recetaba el médico. Los baños, siempre parciales podían ser calientes o fríos, aunque se desconfiaba de los primeros y a veces se añadían sales o hierbas aromáticas "para cerrar los poros".
Hubo que esperar a 1888 para que apareciera el desodorante. El primer antitranspirante se puso en circulación en 1903.
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