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viernes, 24 de agosto de 2018

¿El regreso del escorbuto?







Baretta

Escorbuto

Moulage de cera. 
Musée-Bibliothèque Henry Feulard. alabastro Hospital de Saint-Louis, París 



Jules Baretta (1833-1923) fue un escultor de figuras de cera que acabó trabajando en exclusiva para plasmar las enfermedades dermatológicas en el Hospital Saint-Louis de París. Baretta y otros ceroescultores fueron los creadores de el museo del hospital, que cuenta con 5000 piezas que representan en tres dimensiones las enfermedades de la piel, aunque también hay obras suyas en otras ciudades. El museo parisino se trata del primer museo de cera dermatológico del mundo en número de piezas, aunque hay muchos otros,  como el Museo Olavide de Madrid. La ceroescultura de Baretta que aportamos hoy a la cabecera de esta entrada representa un caso de escorbuto, en el que hay una hiperplasia gingival que produce frecuentes hemorragias y pérdida de dientes. 

El escorbuto es una enfermedad producida por carencia de vitamina C. La vitamina C permite que el colágeno mantenga su estructura. Sin ella los tejidos (como la pared de los vasos sanguíneos, por ejemplo) pierden su elasticidad y terminan por lesionarse. Interviene además en muchos otros procesos biológicos: síntesis de corticoides, de aldosterona y de carnitina ; absorción gastrointestinal del hierro, unión de las queratinas del pelo mediante puentes disulfuro, y regulación del metabolismo de la tirosina. Funciona, además, como un antioxidante, disminuyendo la concentración de radicales libres y el daño que éstos provocan a lípidos, proteínas, ADN y paredes de los vasos sanguíneos. La sintomatología del escorbuto se caracteriza por una gran fatiga, pérdida de cabellos y piezas dentarias, sangrado de encías, hemorragias, equimosis y hematomas cutáneos y dolores articulares. 

La vitamina C no puede ser sintetizada por el organismo humano y su aporte depende exclusivamente de la alimentación. Se encuentra sobre todo en la fruta fresca (cítricos, kiwis, uvas y fresas especialmente), y en verduras (brócoli, pimientos verdes y rojos, espinacas y tomates), a condición de consumirlas crudas, ya que es muy termolábil, es decir, la cocción la destruye. 

El escorbuto fue una enfermedad propia de marinos, que embarcaban durante largas temporadas y carecían de fruta fresca a bordo. Causó grandes estragos en el pasado, pero se consideraba que era una enfermedad desaparecida, por lo menos en los países desarrollados. 


Francisco de Zurbarán: Naturaleza muerta con limones, naranjas y una rosa (1633) 
La vitamina C se encuentra en abundancia en frutos como los cítricos 

Sin embargo, algunas recientes publicaciones llaman la atención sobre su posible reaparición. En Australia se diagnosticaron 12 casos en 2016, en Massachussets, más de 20, una decena de casos dispersos en Francia y en el Reino Unido. También se han descrito algunos casos en España.   

En algunos casos las causas de esta imprevista reaparición pueden ser la pobreza o la mala alimentación por motivos económicos. Pero en otros casos hay que considerar la falta de información dietética, las dietas mal equilibradas o la costumbre, cada vez más extendida del fast-food y el abandono de la fruta fresca en la alimentación. También se han visto algunos casos en pacientes diabéticos, en transplantados o en psicóticos que consumen poca fruta y cuecen excesivamente las verduras. Recordemos que según la OMS deberían consumirse 5 raciones de frutas y hortalizas diarias y que en el caso de las verduras no deberían someterse a una cocción excesiva. 


Bibliografía 


M.ª F. Agriello, M.ª E. Buonsante, C. Franco, A. Abeldaño, V. Neglia, M. Zylberman, G. Pellerano. Escorbuto: una entidad que aún existe en la medicina moderna. Med Cutan Iber Lat Am 2010; 38 (2): 76-80) 
http://www.medigraphic.com/pdfs/cutanea/mc-2010/mc102d.pdf

Christie-David DJ, Gunton JE  Vitamin C deficiency and diabetes mellitus - easily missed?
Diabet Med 2017 Feb;34(2):294-296. doi: 10.1111/dme.13287. 
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/27859562

Des Roches A, Paradis L, Paradis J, Singer S. Food allergy as a new risk factor for scurvy. Allergy 2006; 61: 1487-8. 

Gaubert C. Scorbut : pauvreté et ignorance entraînent son retour dans les pays développés. Science et avenir 20-08-18 
https://www.sciencesetavenir.fr/sante/scorbut-la-maladie-des-marins-fait-son-retour-dans-les-pays-developpes_126825

Hatuel H, Buffet M, Mateus C, Calmus Y, et al. Scurvy in transplant patients. 
J Am Acad Dermatol 2006; 55: 154-6.

Scurvy cases reported in Australia reveal modern diet failing. The Guardian https://www.theguardian.com/australia-news/2016/nov/29/scurvy-cases-reported-australia-modern-diet-failings     
       

Cámara M y cols. Frutas y verduras fuente de salud http://www.madrid.org/cs/Satellite?blobcol=urldata&blobheader=application%2Fpdf&blobheadername1=Content-Disposition&blobheadervalue1=filename%3DT034.pdf&blobkey=id&blobtable=MungoBlobs&blobwhere=1352883450648&ssbinary=true

                                   


jueves, 23 de agosto de 2018

La gran epidemia antonina (y III): La peste de Cipriano





Jules Élie Delaunay

Peste en Roma 
(1869)

Óleo sobre lienzo 131 x 176,5 cm
Musée d'Orsay. Paris.



Jules Élie Delaunay (1828-1891) fue un pintor francés conocido principalmente por sus pinturas murales y sus retratos. Durante una estancia en Roma, en 1857, visitó la iglesia de S. Pietro in vincoli, donde quedó impresionado por una pintura mural de 1497 representa una epidemia de peste y que sin duda le sirvió de inspiración para ejecutar esta obra. 

La pintura recrea una calle en la que se ven varias víctimas de la peste. A lo lejos se vislumbra la estatua ecuestre de Marco Aurelio, y a la derecha la estatua de Esculapio, el dios de la medicina, bajo la que se han refugiado dos personajes. La escena está dominada por un terrorífico ángel con las alas desplegadas, que parece señalar las casas en las que se producirán contagios de la enfermedad. La representación juega con elementos contrapuestos: vida y muerte, paganismo y cristianismo, en una obra a caballo entre el simbolismo y el género fantástico, que da por resultado una de las obras que fueron más comentadas en el Salón de París de 1869. 

La presencia de la estatua ecuestre del emperador romano Marco Aurelio nos remite en cierto modo al tema de la gran epidemia antonina que asoló el Imperio Romano en el s. II. y de la que ya he hablado en otras entradas. Una epidemia con gran mortalidad que como hemos visto se achaca a la viruela, sarampión, gripe (una cepa virulenta, similar a la gripe española de 1918) o tal vez una fiebre hemorrágica. 

El emperador Claudio II el Gótico,
una de las postreras víctimas de la epidemia. 
La epidemia en cuestión tuvo varios brotes en años sucesivos. Uno de ellos, acaecido 70 años más tarde, a mediados del s.III (251 d.C.) es conocido como la plaga de Cipriano, ya que fue comentada en los sermones del obispo cristiano de Cartago, Cipriano. La enfermedad se unió a la miseria y a la decadencia del s. III, en plena anarquía militar y asoló la cuenca mediterránea durante unos 15 años, aunque hubo algún brote aislado algunos años más tarde, como el que acabó con la vida del emperador Claudio II el Gótico en 270 d.C. 

El obispo Cipriano, en su tratado De Mortalitate enumeró los síntomas de la enfermedad: en una primera fase aparecían los ojos enrojecidos, y una inflamación faríngea, a lo que seguían vómitos, diarrea y gangrena en las extremidades, con fiebre alta, con pérdida de la visión y la audición:  
“Es una prueba de fe: a medida que la fuerza del cuerpo se disuelve, que las entrañas se disipan, que la garganta se quema, que los intestinos se sacuden en vómitos continuos, que los ojos arden con sangre infectada, que los pies y las extremidades han de ser amputados debido al contagio de la enferma putrefacción y que la debilidad prevalece a través de los fallos y las pérdidas de los cuerpos, la andadura se paraliza, se bloquea la audición y la visión desparece”.
 “El dolor en los ojos, el ataque de las fiebres y el tormento en todas las extremidades son los mismos entre nosotros y entre los demás”.
Cipriano de Cartago,
de Meister von Meßkirch.
Cipriano consideraba la enfermedad como una prueba de fe, una preparación al martirio. De hecho, los sufrimientos que produjo la epidemia produjeron conversiones en masa al cristianismo, una religión emergente que valoraba la mortificación y el dolor, prometiendo una nueva vida después de la muerte. 

Los sermones de Cipriano proporcionan otros datos interesantes: que se propagó a casi todas las familias ("todas las casas") y que hubo un gran descenso de la población (algunos autores cifran en una reducción de la población en más de un 60%): 
“Esta inmensa ciudad ya no contiene un número grande de habitantes como solían describir los ancianos”.
En ningún caso se hace referencia a la presencia de bubones o adenopatías, por lo que parece descartable que se tratara de una peste bubónica. El Prof. William Mc Neill se inclina por identificarla con la viruela o sarampión. Aventura la hipótesis de que tal vez la peste antonina y la peste de Cipriano fueran dos enfermedades distintas, y que probablemente una fuera viruela y otra sarampión, justificando la alta mortalidad en que serían dos infecciones de nueva aparición en Europa, y con población que nunca había estado en contacto con ellas anteriormente.  

La alta tasa de mortalidad ha hecho plantear recientemente una nueva hipótesis al Prof. Kyle Harper, catedrático de la Universidad de Oklahoma que se inclina por considerar que probablemente sería una infección por filovirus, similares a la producida por el virus del Ebola. En estos casos, la tasa de mortalidad es muy alta (50-70%) y los enfermos no suelen sobrevivir más de tres semanas. Una interesante hipótesis, según la cual enfermedades que hoy consideramos nuevas o emergentes pudieron jugar un importante papel en el pasado. Una razón más para prestar atención a los análisis de la historia desde un punto de vista médico. 


Bibliografía

Harper K. Fate of Rome: Climate, Disease, and the End of an Empire (The Princeton History of the Ancient World) 2017


Kohn GC. Encyclopedia of Plague and Pestilence. Wordsworth ed ltd. Hertfortshire 1998.

McNeill WH. Plagues and Peoples. Garden City, NY. Anchor Press/Doubleday, 1976. 

Solá M. La misteriosa epidemia que casi acabó con el Imperio Romano https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-11-05/la-misteriosa-plaga-que-casi-acabo-con-el-imperio-romano_1471443/

Wazer C. The plagues that might have brought down the Roman Empire. The Atlantic, 2016 https://www.theatlantic.com/science/archive/2016/03/plagues-roman-empire/473862/




miércoles, 22 de agosto de 2018

La gran epidemia antonina (II): una mortífera enfermedad






Eugène Delacroix

Últimas palabras del emperador Marco Aurelio 
(1844)

Óleo sobre lienzo 348 x 260 cm
Museo de Bellas Artes. Lyon.



Eugène Delacroix (1798-1863) era un gran admirador del emperador romano Marco Aurelio, a través sin duda de la lectura de su gran obra Meditaciones, una pieza fundamental de la filosofía estoica. Quiso rendirle homenaje con este cuadro, que presentó en el Salón de París de 1845. Sin embargo, no tuvo muy buena acogida de la crítica. En el catálogo se puede leer: 
"La figura de Marco Aurelio, a pesar de estar enfermo y agónico, nos parece que está en un prematuro estado de descomposición. Las sombras de verde y amarillo que aparecen en su cara, le dan una apariencia bastante cadavérica [...] algunos ropajes están demasiado arrugados y ciertas  actitudes carecen de nobleza."

Una de las voces que discrepó de esta opinión negativa de esta pintura fue la del escritor y también crítico de arte Charles Baudelaire, que afirmó: 
"Es una hermosa, enorme, sublime e incomprendida pintura."
La obra describe las últimas horas del emperador Marco Aurelio. El emperador se representa como un hombre enfermo en su lecho que toma del brazo a una figura vestida de rojo, su hijo Cómodo, que se muestra con una actitud arrogante, sin prestar mucha atención a lo que le dice su padre. Otras figuras apenadas, en tonos sombríos rodean la cama. 

El emperador falleció en Vindobona (actual Viena) como consecuencia de la enfermedad que las legiones romanas trajeron de la guerra contra los partos y que se conoce como "peste antonina". El cuadro quiere evocar las últimas palabras del emperador que según la tradición fueron:  
"¿Por qué me lloráis y no pensáis más en la peste y en la muerte ante la que todos caeremos?" 
(SHA, Vita Marcus Aurelius XXVIII.4)

Esta reflexión postrera del emperador demuestra la gran preocupación que le causaba la epidemia que afectaba al pueblo de Roma. Efectivamente la pandemia que se abatió sobre el Imperio Romano fue terrible. Se calcula que causó entre 5 y 7 millones de defunciones.  


Busto del emperador Lucio Vero Antonino.

Algunos creen que su
mirada ya refleja la enfermedad
que terminó con su vida.

Museo Arqueológico. Atenas.
Una de las víctimas de la enfermedad fue el co-emperador Lucio Vero, que regresó enfermo de la campaña de Germania en 169, no sin antes contribuir a la propagación de la epidemia
Tuvo la fatalidad, según parece, de llevar consigo la peste a todas las provincias por donde pasó, hasta que llegó a Roma 
(SHA., Vita Verus VIII.1)
La enfermedad diezmó a la población del Imperio romano, desde el Éufrates a la Galia. Según el cronista hispano Paulo Orosio muchas villas y ciudades perdieron todos sus habitantesy quedaron totalmente despobladas. Aunque es difícil establecer estimaciones de mortalidad, se calcula que fue de un 10-50% de los habitantes. Según el historiador Dion Casio (73.14.3-4), en uno de los brotes (189 dC) morían  cada día más de 2000 personas.  

El mal se cebó especialmente en las legiones, que soportaban unas precarias condiciones de salubridad, lo que significó un notable debilitamiento del ejército. La carencia de efectivos fue tanta que se tuvo que reclutar nuevos legionarios y se incorporaron esclavos, delincuentes, gladiadores.  También se incorporaron mercenarios e incluso se tuvieron que incorporar fuerzas de los bárbaros aliados. 

La desesperación estimulaba la piedad. Se recurrió a hacer rogativas a los dioses, restaurando incluso cultos y ritos ya abandonados. La delicada situación estimulaba la superstición. Aparecieron charlatanes e impostores por doquier, vendiendo supuestos amuletos protectores. El más famoso fue un profeta oriental llamado Alejandro que se enriqueció vendiendo unos versos que supuestamente protegían si se ponían en el dintel de la puerta. Como puede imaginarse su acción era nula. Luciano de Samosata comentaba: 
"el verso era el siguiente: Febo, el de incortable cabellera, aleja una nube de peste. Y en todas partes se podía ver el verso grabado en los portales como fármaco para rechazar la epidemia. Pero para la mayoría de las casas, las cosas salían al revés. Con la suerte de espaldas, se quedaban vacías las casas en cuyo portal estaba grabado el verso
No faltó quien echó la culpa de los contagios a los cristianos, una secta cada vez más numerosa que era percibida como traidora a Roma, ya que se negaban a rendir culto al emperador, ya que según sus creencias era un culto idolátrico. 

La gravedad de la enfermedad obligó a tomar medidas sanitarias para intentar frenar su propagación: 
"...surgió una epidemia tan grande que los cadáveres se transportaron en distintos vehículos y carruajes. Los Antoninos promulgaron entonces leyes severísimas respecto a la inhumación y a las sepulturas, pues prohibieron que nadie las construyera a su gusto […] Por cierto, dicha epidemia acabo con muchos miles de personas, muchas de ellas de entre los primeros ciudadanos […] Y fue tanta su bondad que ordeno sepultar los cadáveres de los más pobres, incluso a costas del fisco" 
(SHA,Vita Marcus Aurelius XIII.2-6).

Una de las preguntas que se nos plantea es la naturaleza de esta epidemia. Aunque ha pasado a la historia como "peste antonina" (ya que se produjo bajo la dinastía de los Antoninos), el nombre de peste no significa que fuera una infección ocasionada por Yersinia pestis. En la antigüedad el nombre de peste tenía el significado de enfermedad epidémica, ya que pocos conocimientos se tenían sobre  etiología. 


Retrato ideal de Galeno.
Salón de Actos de la Real Academia de Medicina. Madrid
Tenemos la suerte de contar con un testigo presencial de excepción: Galeno, el gran médico del s. II, que en su tratado Methodus Medendi describió minuciosamente los síntomas de la enfermedad: fiebre, diarrea, inflamación de la faringe. Las erupciones cutáneas, que a veces eran pustulosas o simplemente eritematosas, aparecían hacia el noveno día. A causa de esta detallada descripción algunos también se refieren a la "peste antonina" como la "peste de Galeno". 

A la vista de esta semiología, la mayoría de los historiadores de la medicina optan por considerar que se podría tratar de una epidemia de viruela. Aunque no es una opinión unánime: otros creen que podría tratarse de sarampión. Kyle Harper, catedrático de la Universidad de Oklahoma, se inclina por otras hipótesis alternativas: una gripe virulenta (como la "gripe española" de 1918) o una fiebre hemorrágica viral producida por filovirus, similar a la producida actualmente por el virus del Ébola. 

La epidemia tuvo diversos brotes en años sucesivos. Próximamente trataremos del brote que tuvo lugar 70 años después conocido como "la peste de Cipriano". 


Bibliografía

Últimas palabras del emperador Marco Aurelio. https://es.wikipedia.org/wiki/Últimas_palabras_del_emperador_Marco_Aurelio

Birley A. Marco Aurelio: Una biografía. Editorial Gredos, 1edición, Madrid, 2009. 

Cunha CB, Cunha BA. The great plagues of the past: remaining questions. En: M. Drancourt, D. Raoult Eds. Paleomicrobiology: past human infections. Elsevier, New York; 2007: 1-20.

Harper K. Fate of Rome: Climate, Disease, and the End of an Empire (The Princeton History of the Ancient World) 2017

Kohn GC. Encyclopedia of Plague and Pestilence. Wordsworth ed ltd. Hertfortshire 1998.

Littman RJ, Littman ML. Galen and the Antonine plague. American J Philol 1973; 94: 243-55.

Sáez A. La peste Antonina: una peste global en el siglo II d.C. Rev. chil. infectol. vol.33 no.2 Santiago abr. 2016 http://dx.doi.org/10.4067/S0716-10182016000200011 




martes, 21 de agosto de 2018

La gran epidemia antonina (I): Marco Aurelio y Lucio Vero







Estatua ecuestre de Marco Aurelio 
(réplica de un original romano del año 176 d.C.)


Escultura de bronce. 424 cm de altura.  
Piazza Campidoglio. Roma.



Uno de los lugares de Roma que más me cautivan es la Piazza del Campidoglio, a la entrada de los Museos Capitolinos. Una plaza cuadrada, regular, que preside desde lo alto de una escalinata una de las más bellas perspectivas de la Ciudad Eterna. Flanqueada por la empinada escalera de la iglesia  de Araceli a un lado, está lo suficientemente ladeada como para esquivar la visión del Altar de la Patria, una mole tan enorme como de gusto incierto, a la que los italianos llaman irónicamente "la máquina de escribir". A sus pies, la Piazza Venezia, el magnífico escenario de tantos episodios de la historia de Italia. Sentado en los peldaños del Campidoglio he pasado muchos momentos de ensueño, contemplando el bello crepúsculo romano con la ciudad a mis pies. 

Busto del emperador Lucio Vero.
Metropolitan Museum. New York. 

En el centro de la plaza se yergue una estatua ecuestre del emperador romano Marco Aurelio (121-180 d.C.), de la dinastía Antonina, una réplica del original antiguo (176 dC), que se conserva cerca de allí, en los Museos Capitolinos. El augusto jinete era sobrino del emperador Adriano, que dejó como heredero a Antonino Pío con la condición que adoptase como hijos a Marco Aurelio y a Lucio Vero, hijo adoptivo de Adriano. Cuando murió Antonino Pío, el Senado proclamó Augustos a ambos, y Marco Aurelio insistió que debían gobernar conjuntamente el Imperio. Esta insistencia fraternal en compartir el gobierno le aseguró la fidelidad de Lucio Vero de por vida. Además así se retornaba a una idea republicana que era la de evitar concentrar todo el poder en un solo hombre. Los dos emperadores estuvieron al frente del Imperio en buena armonía, hasta la muerte de Lucio Vero en 169. 

Sin embargo ambos eran de temperamento muy distinto. Lucio Vero era frívolo y dado al lujo y a los placeres, mientras que Marco Aurelio era muy austero y practicante del más estricto estoicismo. Le llamaban el emperador filósofo y su libro Meditaciones (escrito en un elegante griego helenístico) constituye todavía hoy una obra de referencia sobre ética estoica, enalteciendo la moral y autoexigencia personal. Muy amado por su pueblo, fue el último de los llamados los cinco emperadores buenos: Nerva (96-98), Trajano (98-117), Adriano (117-138), Antonino Pío (138-161) y el propio Marco Aurelio (161-180). Fue un siglo de esplendor, el de la dinastía antonina, en el que se expandió el Imperio, en una época de bonanza y prosperidad para la economía y la cultura. A la muerte de Marco Aurelio le sucedió su hijo Cómodo, depravado, cruel y arbitrario que inauguró la decadencia que culminaría en la llamada anarquía militar del s. III. Cómodo terminó siendo asesinado por su propia guardia pretoriana. La estatua ecuestre del emperador filósofo, que preside el Campidoglio, es una réplica en bronce del original de 176 d.C., que se conserva en los Museos Capitolinos. 

      Busto del emperador Marco Aurelio.  
Gliptothek. Munich.    
La estatua del Campidoglio, de dimensiones superiores a las de su talla real, intenta simbolizar el poder y la grandeza divina del emperador. Al no llevar armas ni coraza (su torso está cubierto por la clámide) da una impresión de serena pacificación. Tiende su mano, en un gesto de victoria y magnanimidad, muy característico de los retratos de Augusto, que debió servir de modelo para todas las estatuas ecuestres de los sucesivos emperadores. Sin embargo ésta es la única de las pocas estatuas imperiales a caballo que se conservan. Al parecer, muchas de ellas se fundieron para acuñar monedas o para construir nuevas esculturas, más actualizadas políticamente. También se destruyeron muchas con el advenimiento del cristianismo, ya que se identificaba a los emperadores con las persecuciones o con ídolos (los cristianos eran conminados a rendir culto divino al emperador, lo que según sus creencias era pecado de idolatría). De hecho, la de Marco Aurelio es la única escultura de bronce de un emperador romano de la época pre-cristiana que ha llegado a nuestros días, ya que se la confundió con una estatua del emperador Constantino y esto la libró de la furia del fanatismo cristiano. 

Uno de las campañas bélicas que emprendieron Marco Aurelio y Lucio Vero, en el período en el que gobernaron conjuntamente, fue la guerra romano-parta que se libró en Armenia y Mesopotamia (163-166). Las legiones romanas, capitaneadas por Lucio Vero (de mucha mayor experiencia militar que Marco Aurelio) arrasaron las ciudades de Seleucia y Ctesifonte y finalmente se hicieron con la victoria sobre los partos. Su regreso a Roma fue un clamoroso desfile triunfal. 

Pero al regresar las tropas a Roma trajeron consigo una enfermedad que provocó una grave y mortífera epidemia. Fue la conocida como "peste antonina", que produjo una gran mortalidad (se calcula que murieron de 5 a 7 millones de personas). Como consecuencia de la gran pérdida demográfica se produjo una gran crisis comercial, inestabilidad política y social, y una enorme debilidad militar. La epidemia tuvo varios rebrotes hasta el año 189, calculándose que en los momentos más virulentos murieron unas 5.000 personas/día en la ciudad de Roma. 

La peste antonina no era una peste propiamente dicha. Como era habitual en la Antigüedad, recibía el nombre de peste cualquier epidemia. Por la descripción de los síntomas que han llegado a nosotros la mayoría de autores consideran que pudiera haber sido viruela, aunque la hipótesis de que fuese una epidemia de sarampión o otras enfermedades víricas no es descartable. Pero de esto hablaremos en una próxima entrada. 














lunes, 20 de agosto de 2018

El anfiteatro anatómico y la mesa de disección








Mesa de disección 
(s. XVIII)

Mesa de mármol.
Anfiteatro anatómico.
Real Academia de Medicina de Barcelona. 



En una entrada reciente comentaba el emblema del ojo y la mano que representaba el Colegio de Cirugía de Barcelona (actual sede de la Real Academia de Medicina). También hice alusión al magnífico anfiteatro anatómico circular, uno de los más destacados de estos salones en toda Europa. Hoy lo describiré con mayor detalle.


Vista de la sala desde la parte superior



El edificio del Colegio de Cirugía fue erigido en 1760 como parte del Hospital de la Santa Creu, el histórico hospital de la ciudad de Barcelona. Se trata de uno de los pocos ejemplos de arquitectura neoclásica en Barcelona. Fue construido entre 1761 y 1764, y es obra de Ventura Rodríguez, el mismo arquitecto que construyó el museo del Prado de Madrid. Es también la sala de disección orientada a la enseñanza más antigua de Europa.  Actualmente también se le da el nombre de Sala Gimbernat, en honor al eminente cirujano que desarrolló ahí una parte importante de su labor docente. 

Como que la práctica de la Cirugía requería un buen conocimiento de la Anatomía humana, una de las principales salas del Colegio de Cirugía estaba dedicada a la disección de cadáveres: el anfiteatro anatómico. En su parte posterior el edificio lindaba con el fossar, el cementerio donde se sepultaban los cadáveres de los que allí fallecían. Esya proximidad era conveniente, como veremos, para sepultar rápidamente los restos de los cuerpos diseccionados tras las clases. 



Una vista del anfiteatro anatómico, con la mesa de disección de mármol en el centro.


La estancia del anfiteatro es una amplia sala de planta ovalada, dotada de una inmensa cúpula con una gran linterna en la parte superior y enormes ventanales con vidrieras emplomadas en el piso superior que le garantizaban una intensa iluminación natural, importante para la correcta observación de la disección. El centro de la sala está ocupado por una mesa de mármol, ovalada y giratoria, con un orificio central. Ahí era donde se depositaban los cuerpos que iban a ser estudiados. El orificio tenía la misión de eliminar la sangre y otras secreciones líquidas de los cuerpos. Comunicaba con una conducción que transcurría por el pie de la mesa y desembocaba en un colector que dirigía estas secreciones a la fosa común del fossar colindante. 

Las disecciones solían hacerse en los días fríos y soleados de invierno, con la finalidad de aprovechar la luz al máximo. 

En los meses calurosos no se practicaban disecciones debido a la dificultad de conservar los cadáveres en condiciones, ya que no se disponía de ningún sistema efectivo de conservación. 

El resto de la sala estaba ocupado por graderías de piedra, en la que los alumnos podían seguir los pormenores de la lección sin dificultar la visión de los que ocupaban lugares más distantes. Actualmente en las gradas se han dispuesto butacas de madera tallada y cuero repujado, de estilo rococó, obra de Llorenç Rosselló. En ellas se sientan ahora los asistentes a los actuales actos académicos que se celebran en la sala, pero las sillas no existían en origen, sino que solamente se usaban las gradas de piedra. Ante la mesa se ha dispuesto también una butaca para el catedrático o el ponente, que desde allí puede realizar la explicación correspondiente o desarrollar su tesis. Es de notar que a este asiento se le denominaba cátedra, de donde deriva el nombre de catedrático que se da a los profesores universitarios todavía hoy. 

Busto y placa conmemorativa de Pere Virgili
El Real Colegio de Cirugía mantuvo su actividad hasta 1843, año en el que se integró en la Facultad de Medicina, que también se instaló en este edificio.  En esta etapa hay que destacar algunos profesores ilustres como Santiago Ramón y Cajal, que fue catedrático de Histología de la Universidad de Barcelona desde 1887 a 1892, y donde desarrolló la mayor parte de su teoría de la neurona que le valió el Premio Nobel. También aquí dió sus clases el polifacético Joan Giné i Partagàs, el autor del primer libro de Dermatología de Catalunya (1880).

Posteriormente en 1906, la construcción del Hospital Clínico de Barcelona en la Eixample implicó el traslado de la universidad y por tanto el fin del uso del anfiteatro como clase de prácticas. En 1929 el edificio comenzó a albergar la sede de la Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya.


             
Busto de Antoni de Gimbernat

               

La sala está presidida por dos bustos, el de Pere Virgili , el cirujano fundador del Colegio, y enfrente de él el de su discípulo y continuador de su escuela, Antoni de Gimbernat (1734-1816).  

Como curiosidad hay que reseñar que fue probablemente en la mesa de disecciones oval de esta sala donde se describió el ligamento de Gimbernat, una extensión triangular del ligamento inguinal antes de su inserción tubérculo púbico. Una parte de la anatomía humana que se conoce con el nombre del ilustre cirujano catalán. Gimbernat publicó el libro titulado Nuevo método de operar en la hernia crural, que no sería publicado hasta 1793, y en el que describe una nueva técnica ideada por él, aplicable en el tratamiento de las hernias femorales. También se dedicó a la oftalmología. 

En la sala hay otros dos bustos: el del rey Carlos III bajo cuyo reinado se constituyó el Real Colegio de Cirugía de Barcelona y la de otro monarca, Alfonso XIII, que aprobó la constitución de la Real Academia de Medicina de Barcelona, entidad que ocupa el edificio desde 1929. 

La cúpula de la sala está profusamente decorada, y en ella se pueden leer algunos de los nombres de nuestros compatriotas médicos  más destacados: Servet,  Ramón y Cajal, Pere Mata, Arnau de Vilanova...  Del centro de la cúpula pende una espectacular lámpara, una araña de cristal de Murano, de gran tamaño, que fue una donación del rey Alfonso XIII cuando el edificio pasó a ser la sede de la Real Academia de Medicina. En un principio esta lámpara sostenía un gran número de velas y tenía un mecanismo para bajarla y subirla, operación necesaria para el encendido de las bujías. Más adelante se modificó para poder iluminar mediante energía eléctrica. 


Uno de los bellos ventanales emplomados de la parte alta de la sala


Desde el piso superior también se veían las disecciones, aunque de forma más distante. Llaman la atención unas celosías doradas dispuestas en este nivel. Servían para permitir ver la disección sin ser vistos. Para la Barcelona de la época, el morbo de ver un cuerpo inerte, diseccionado y de donde se extraían los órganos era sin duda un contraste de sensaciones. Algunos miembros de la burguesía de la ciudad, ajenos a la profesión, experimentaban cierta curiosidad morbosa por ver las disecciones y querían asistir a ellas, cosa que hacían de forma ocasional. De todas maneras, hubiese sido un escándalo que se les pudiera identificar (y mucho más si pertenecían al sexo femenino). De ahí la conveniencia de unas discretas celosías que permitían su asistencia sin peligro de que los vieran a ellos.  



En el piso superior unas celosías permitían a algunos burgueses de la ciudad
contemplar algunas disecciones sin ser vistos.
Por lo visto poder ver los entresijos del cuerpo humano (cosa que había estado prohibida por la Iglesia durante siglos) les daba un cierto morbo. 

El anfiteatro anatómico es sin duda uno de los lugares más interesantes de la Ciudad Condal y todavía sigue siendo es desconocido por la mayoría de barceloneses. Un preciado testimonio de las ciencias médicas en la capital de Catalunya. 



          
                             
Escudos heráldicos de Pere Virgili y Antoni de Gimbernat, tan unidos al Colegio de Cirugía              




                   




Anfiteatro anatómico de Barcelona: