Hace poco, en un comentario anterior revisamos algunas torturas consistentes en realizar quemaduras con hierros al rojo vivo en mejillas, pecho o manos.
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Pero el uso de hierros candentes no era solamente reservado al castigo. A veces se usaban durante el propio juicio. Era la llamada ordalía o Juicio de Dios, una práctica supersticiosa, basada en el pensamiento mágico, y muy extendida en la Edad Media, según la cual un acusado podía probar su inocencia si era capaz de sostener en su mano un hierro candente sin quemarse. Se debía coger el hierro al rojo con fuerza durante el tiempo suficiente para andar cinco pasos. Luego se examinaban las manos para ver si en ellas había rastro de quemaduras que acusaran al culpable. A veces se practicaban algunas variantes, como asir un huevo recién cocido con la palma de la mano o meter las manos en el fuego, o en agua o aceite hirviendo. Incluso a veces se realizaba con plomo fundido. Ni que decir tiene que con tales métodos, la condena estaba asegurada, ya que en todos estos casos el contacto con metales o líquidos a elevadas temperaturas causa importantes quemaduras de tercer grado, coagulación inmediata de las proteínas de la piel y tejidos blandos e intensa carbonización y destrucción de tejido.
En el IV Concilio de Letrán, bajo el pontificado de Inocencio III, se prohibió toda forma de ordalía:
“Nadie puede bendecir, consagrar una prueba con agua hirviente o fría o con el hierro candente."
Por cierto que esta práctica dió lugar a frases - que todavía son usadas en la actualidad - como la de "poner la mano en el fuego" (cuando se quiere indicar que se tiene plena fe en la inocencia de una persona) o se dice de alguien que "se cogería a un clavo ardiendo" (para indicar que era su última oportunidad).
Dirk Bouts: El castigo del inocente, la hoja izquierda del díptico de La justicia del emperador Otón III |
El suceso en cuestión es una historia clásica que repite casi exactamente la narración bíblica de José y la mujer de Putifar.
En la tabla de la izquierda del díptico se narra la primera parte de la historia, que plasma la secuencia de los hechos en la misma tabla, como solía hacerse en la Edad Media:
Escena 1ª) La coqueta emperatriz se encapricha de un conde e intenta seducirlo. Pero el conde, fiel a su señor, rechaza su deshonesta proposición. Despechada, la emperatriz acusa al desventurado conde de adulterio ante su marido y le pide que lo decapiten. Podemos ver a la emperatriz, con un bello tocado flamenco y velo transparente, en el momento de la acusación, hablando con el emperador en las murallas de la ciudad (atrás a la derecha).
Escena 2ª) En la parte de la izquierda de la tabla podemos ver al conde, vestido con túnica blanca y maniatado, mientras se encamina al lugar de la ejecución. Tiene el rostro vuelto hacia su mujer, que ha encontrado en el camino al cadalso y le puede relatar lo que en realidad pasó, reiterándole su inocencia y fidelidad y pidiéndole que se encargue de vengarlo.
Escena 3ª) La decapitación tiene lugar en el primer plano de abajo, donde vemos a la condesa, su esposa, recogiendo desconsolada su cabeza.
En la tabla de la derecha del díptico (la que encabeza este comentario) podemos ver la segunda parte de la historia:
Dirk Bouts: Vista completa de la tabla derecha del díptico La justicia del emperador Otón III |
Escena 5ª) Ante una prueba tan irrefutable, realizada públicamente, el emperador Otón III no tiene más remedio que comprender la injusticia cometida y castiga a su esposa. En la parte superior de la tabla de la derecha, en el paisaje posterior, se ve a lo lejos la ejecución de la pérfida emperatriz mientras está siendo quemada en la hoguera.
En estas tablas destaca la representación individualizada y muy detallada de los rostros de los personajes. Es probable que Bouts retratara a varios de sus contemporáneos en esta escena.
Al parecer, la expresión "agarrarse a un clavo ardiendo" tiene su origen en los tiempos de la Inquisición. Una de sus pruebas, para comprobar si una persona era inocente o culpable de un delito, consistía en que cogiera un clavo o un trozo de hierro al rojo vivo. Si no se quemaba la mano era inocente.
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