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lunes, 20 de febrero de 2017

Parto, nacimiento y muerte en la Antigua Roma








Fragmento de monumento
 funerario

Relieve en mármol. Ostia Antica.



Mónica Miró fue mi profesora de latín y cultura romana durante mis estudios de licenciatura en Humanidades, una profesora que recuerdo con admiración y afecto: sabe contagiar su entusiasmo y pasión por el mundo clásico a sus alumnos. Nos une además una buena amistad y me consta que sigue este blog con interés. Hace algún tiempo publicó el libro "Perennia" en el que tradujo una colección de epitafios poéticos funerarios latinos, inscripciones grabadas en soporte duro, de un gran lirismo, que a menudo constituyen un testimonio directo de la vida cotidiana en el mundo romano. Los epígrafes explican en algunos casos las circunstancias en que se produjo el fallecimiento del ser querido protagonista del poema inciso en la lápida. Un grupo muy abundante, entre estos textos fúnebres, refiere muertes de mujeres durante la gestación, el parto o el puerperio. Es el caso de la inscripción de Veturia Grata: 

Vel nunc morando resta, qui perges iter, Etiam dolentis casus aduersos lege,Trebius Basileus coniunx quae scripsi dolens, Vt scire possis infra scripta pectoris. Rerum bonarum fuit haec ornata suis,Innocua, simplex, quae numquam errabit dolum, Annos quae uixit XXI et mensibus VII Genuitque ex me tres natos quod reliquit parbulos, Repleta quartum utero mense octauo obit. Attonitus capita nunc uersorum inspice,Titulum merentis oro perlegas libens: Agnosces nomen coniugis gratae meae.

“Ahora espera un momento, detente, tú que haces camino, y lee la suerte adversa de quien se aflige, para que puedas conocer las palabras que aquí abajo están escritas con el corazón, las que yo, su esposo, Trebio Basileo, afligido escribí. Ella, para los suyos, fue un dechado de bondades. Irreprochable, sencilla, jamás se propuso engañar. Vivió veintiún años y siete meses, y engendró de mí tres hijos, que ha dejado pequeños; murió con el cuarto en el vientre, en su octavo mes de embarazo. Mira ahora atentamente el inicio de los versos. Te pido que, de buen grado, leas hasta el final el epitafio de quien se lo merece: conocerás el nombre de mi grata esposa.”

(Perennia. Poesía epigráfica latina. Edición bilingüe latín-español. Barcelona: Godall Edicions, 2016,  pág. 32-33)



Marfil procedente de Pompeya. Museo Archeologico Nazionale. Nápoles


La profesora Miró, ante la excelente acogida de que ha sido objeto su último libro, mantiene en Facebook una página en la que no sólo recoge noticias relacionadas con los epígrafes publicados en Perennia sino que da a conocer otros epitafios poéticos distintos pero complementarios de los que publicó en esta obra.

[https://www.facebook.com/Perenniapoesiallatina]

Es el caso del texto que transmite una bella y triste historia, sucedida en Salona, Dalmacia (la actual ciudad croata de Solin).

Ella se llamaba Cándida, y se puso de parto. Era un parto difícil: tras cuatro días de dolores le llegó el final. La muerte los arrebató, a ella y al hijo que llevaba en su vientre. Su compañero de vida y de esclavitud le dedicó esta inscripción:
Qu(a)e est cruciata ut pariret diebus IIII et non peperit et est ita uita functa. Iustus conser(uus) p(osuit).
(Tumba de aquella) que se atormentó durante cuatro días para parir, y no parió, y así terminó su vida. Justo, compañero de esclavitud, le dedicó (esta inscripción).

En la antigua Roma las comadronas (obstetrices; el término comadrona procede de cum matrona, es decir, quien está con la mujer de la casa) ayudaban en los partos. No era habitual que a los alumbramientos asistieran los médicos, que sólo lo hacían en los casos en los que la vida de la madre o la del niño corría peligro y únicamente si las parteras los requerían. En Roma, también existían ginecólogas (feminae medicae) pero éstas solamente se dedicaban a la medicina de enfermedades propias de las mujeres, y no solían ejercer como obstetras.


Terracota con escena de parto encontrada en una tumba de Isola Sacra (Ostia). 


El primer tratado de ginecología lo escribió Sorano de Éfeso, un médico del siglo II dC que ejerció en Alejandría y Roma. Eran cuatro tomos escritos en griego y titulados Libro de las enfermedades de las mujeresGynaikeia. Fue traducido al latín en el siglo VI dC por Muscio. En la tercera parte de su libro, Sorano habla del parto y da indicaciones de cómo atender a la madre y al recién nacido durante el mismo.


Parturienta en la silla de partos. Obsérvese la 

escotadura semilunar del asiento 
para permitir el paso del neonato.


Por los comentarios de este tratado sabemos que el principal instrumento de las comadronas era la silla de parir, dotada de respaldo, brazos y un asiento con un entrante en forma de media luna. para permitir el paso del niño por el orificio. Entre el asiento y el suelo había tableros a los dos lados, pero no por delante ni por detrás, para permitir las maniobras de la comadrona. La parturienta realizaba la dilatación en la cama y se sentaba en la silla que había traído la comadrona al comienzo de la fase de "expulsión". Si la familia no disponía de recursos, a veces la silla se sustituía por una persona fuerte que sentaba a la partera en su regazo, de modo que el niño salía por entre las piernas de ambos. La comadrona era asistida habitualmente en su labor por tres personas, dos a los lados y una por detrás de la silla.

Las cesáreas solamente se realizaban cuando la madre ya había muerto. Era una operación de alto riesgo y la embarazada corría peligro de muerte si se realizaba en vida, por el riesgo de hemorragia masiva y de infecciones graves. Una conocida leyenda relaciona el nombre de cesárea con el del general Julio César, que habría nacido de esta manera. Sin embargo, sabemos que su madre Aurelia vivió muchos años después de que él naciera, por lo que es muy improbable que Julio César viniera al mundo gracias a una cesárea. Según comentaba Plinio el Viejo, el cognomen Caesar  derivaría de un antepasado suyo que, él sí,  habría nacido de este modo. La Lex Caesarea disponía que una mujer que muriese durante el embarazo tardío debía ser sometida a esta intervención con la finalidad de salvar la vida del nasciturus. En realidad, la primera cesárea de cuya supervivencia materna tenemos plena constancia tuvo lugar en Alemania en el año 1500.

En cuanto a la tasa de mortalidad infantil neonatal (
número de nacidos muertos y muertes en los primeros 7 días de vida del recién nacido por cada 1.000 nacidos vivos en un año determinado), estudios realizados por Tim G. Parkin la han cifrado alrededor de un 300/1000, una cifra extraordinariamente alta si se compara con las tasas de mortalidad actuales: en nuestro país se sitúa actualmente en 3'2/1000, una tasa casi 100 veces inferior a la calculada para la antigua Roma).

Laura Montanini, autora que también ha estudiado la mortalidad infantil en el mundo romano, da tasas parecidas, añadiendo, además, que entre el 30-40% de los niños moría durante el primer año de vida, y que, en la época imperial, un tercio de la población infantil lo hacía antes de cumplir diez años.



Reconstrucción ideal de la Columna Lactaria, que
estaba situada en el Forum Holitorium (mercado de la hierba), 
donde más tarde se erigiría el Teatro de Marcelo. 
En la cámara de la base de la columna solían establecerse
las nodrizas y también era un lugar 
donde se dejaban 
niños expósitos que podían así ser adoptados.


Explicarían esta elevadísima mortalidad infantil, por una parte, factores como la desnutrición, la precaria higiene en la que tenían lugar la mayoría de partos y la virulencia de las enfermedades infecciosas que diezmaban a la población romana, y especialmente a los niños. Pero, por otra parte, debe tenerse en cuenta también el elevado número de infanticidios así como la frecuencia en que se producían abandonos de niños, muchos de los cuales quedaban expósitos al pie de la columna Lactaria, delante del templo de la Pietas, en Roma.

Tanto el infanticidio como el abandono no estaban mal vistos y eran bastante generalizados en algunas situaciones: niños que presentaban discapacidad física, hijos ilegítimos, niños nacidos en el seno de familias muy numerosas e incapaces de mantener a más miembros, aquellos cuyos padres, al no tener medios para criarlos, decidían abandonarlos, o niñas que no eran bien acogidas (al parecer el infanticidio y el abandono era más frecuente en niñas). Estas prácticas eran también una forma de controlar el aumento de la población infantil evitando los riesgos que conllevaban otras prácticas, como por ejemplo el aborto.

Una prueba de que eran usos habituales es que, por lo menos en una ocasión, de ser cierto el testimonio que ofrece el historiador Dionisio de Halicarnaso, se promulgó una ley para contribuir al crecimiento demográfico de Roma. Se trata de la llamada Ley de Rómulo:
En primer término estableció la obligación de que sus habitantes criaran a todo vástago varón y a las hijas primogénitas; que no mataran a ningún niño menor de tres años, a no ser que fuera lisiado o monstruoso desde su nacimiento. Sin embargo, no impidió que sus padres los expusieran tras mostrarlos antes a cinco hombres, sus vecinos más cercanos, si también ellos estaban de acuerdo. Contra quienes incumplieran la ley fijó entre otras penas la confiscación de la mitad de sus bienes.
(Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma. 2.15.1-2)

   

Agradecimiento:

A la Prof. Mònica Miró por la revisión
 y corrección de esta entrada






Bibliografía 

Miró Vinaixa. M. Perennia. Poesía epigráfica latina. Edición bilingüe (Selección, introducción y traducción de Mònica Miró Vinaixa). Barcelona: Godall edicions, 2016 [Colección «Alcaduz», número 2]. ISBN: 978-84-945094-2-1

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