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viernes, 19 de marzo de 2021

Hipocampo: (II) Zoología

 





Colección Berkheij

Caballito de mar (Hippocampus hippocampus) 
(1885)

Aguafuerte iluminado a la acuarela
Museo Natural de Ciencias Naturales 
Madrid




En una entrada anterior comenté el mito de los hipocampos y revisamos algunas de las representaciones de estos caballos marinos en los mosaicos romanos clásicos y su influencia en otros estilos artísticos posteriores. 

Además de las numerosas obras de arte que se han inspirado en el mito del hipocampo, la influencia de esta criatura fabulosa ha pasado también al campo de la ciencia. En primer lugar a la zoología. El nombre de hipocampo se ha usado para designar, en zoología, a un grupo de peces, los signátidos. Y más adelante, como veremos, a la anatomía del cerebro. 

El nombre Sygnatus hippocampus es el nombre que dio Linneo a los caballitos de mar comunes en el Mediterráneo (1758). La palabra signatus de donde deriva el nombre de la familia Sygnathidae significa "mandíbulas unidas", ya que en estos peces sus mandíbulas se han unido en una especie de embudo con el que aspiran sus presas, que son, básicamente pequeños crustáceos. Esta peculiar familia agrupa a los caballitos de mar, los peces pipa y los dragones de mar. Los caballitos de mar o hipocampos son un género con docenas de especies conocidas (actualmente todavía se describen nuevas especies), distribuidas por los mares templados y tropicales. En las costas de Europa pueden verse dos especies, que en la nomenclatura actual se denominan Hippocampus guttulatus e H. hippocampus.

Por algunos fósiles sabemos que estos peces ya vivían en nuestro planeta en épocas remotas. Pero se han encontrado escasos fósiles de este tipo, por lo que no podemos sacar grandes deducciones de su evolución. 


Fósil de hipocampo, datado en 25 millones de años. 


A pesar de que pocos los han visto en su hábitat, su silueta es inconfundible y muy diferente al resto de los peces. No tienen aletas caudal y ventral, y por esta razón son malos nadadores. Sus movimientos están condicionados por la aleta dorsal, que les impulsa hacia delante y las dos aletas pectorales que tiene debajo de la cabeza, que le permiten ascender y descender en la columna de agua, así como girar a izquierda y derecha. En general permanecen bastante estáticos, en posición erguida y sujetándose a ramas o algas por la cola. 

Los caballitos de mar no poseen escamas, como otros peces sino que poseen un esqueleto, formado por placas óseas a modo de armadura, recubierto de una sustancia mucoide resbaladiza. 

Como no nadan rápido y no pueden escapar de sus predadores suelen vivir camuflados en las algas. Su pequeño tamaño y esta tendencia a la mimetización, hace que no se vean con facilidad.  



Caballito de mar (Hippocampus guttulatus) Foto: Robert Patzner


Los hipocampos son monógamos y las parejas tienen una estabilidad por lo menos de larga duración. No presentan dimorfismo sexual, por lo que es difícil distinguir un macho de una hembra. Durante el cortejo ambos sexos flotan enlazados por el extremo de la cola, entonces la hembra deposita sus huevos en el saco que tiene el macho, lo que requiere una perfecta coordinación, y el macho los fertiliza vertiendo su esperma sobre ellos. Esta es una característica única en el reino animal: son los machos los encargados de albergar en su cuerpo a los alevines, y cuando están maduros (2-4 semanas) los expelen al exterior con bruscas contracciones, de una forma un tanto explosiva. De esta manera pueden nacer más de un millar de nuevos ejemplares, que son réplicas diminutas de sus padres. 

Lamentablemente esta abundante prole no basta para asegurar la supervivencia de las especies de hipocampos, seriamente amenazadas en la actualidad. Los depredadores y la pesca intensiva suponen un serio peligro para los caballitos de mar. Se calcula que cada año se pescan entre 25-30 millones de caballitos de mar con distintas finalidades. Durante años han sido muy buscados como remedio usado por la medicina tradicional china, y son codiciados objetos de decoración. Desde el año 2004 todo el género Hippocampus figura en el apéndice II de CITES, que es el convenio internacional que controla el comercio de las especies amenazadas de fauna y flora silvestres en favor de su conservación.


Agradezco la supervisión de este artículo 
a Rubén Castrillo y a la Dra. Rosa Taberner


Video de un caballito de mar en el fondo marino

(Gentileza de Rubén Castrillo & Dra. Rosa Taberner)  





Bibliografía


Planas Oliver, M. 2014. El caballito de mar. CSIC; Los libros de la Catarata, Madrid.

Martínez C. La sorprendente biología de un pez mitológico. Museo Nacional de Ciencias Naturales. 
https://www.mncn.csic.es/es/comunicacion/blog/la-sorprendente-biologia-de-un-pez-mitologico







miércoles, 17 de marzo de 2021

Hipocampo: (I) de la mitología al arte







Hipocampo


Mosaico. Termas de los cistarios.
 
Ostia Antica 




Según la mitología griega, el hipocampo (en griego  Ίππόκαμπος Hippókampos ippokampos, literalmente "caballo monstruoso"; de ἵππος, "caballo" i κάμπος, "monstruo") era un ser mítico, con la cabeza y parte superior del cuerpo de caballo y la parte inferior en forma de pez, con una cola cubierta de escamas. 

Además de la cola, los hipocampos pueden presentan aletas, tal vez para insistir en la idea de que eran seres híbridos, parecidos a los peces, auténticos caballos acuáticos, que tanto podían ser propios de ambientes marinos como de las aguas dulces. Unas aletas que a veces se transforman en auténticas alas, similares a las que a veces aparecen en las representaciones de otros animales míticos, los dragones. 


Mosaico con una nereida montada en un hipocampo. Museo del Bardo. Túnez.


Aunque muchos hipocampos conservan sus patas delanteras con características equinas, terminadas en los habituales cascos, en algunas interpretaciones pueden presentar las patas delanteras con dedos palmeados, como los ánades, en lugar de los cascos propios de los equinos. 

Los hipocampos son descritos por Pausanias en su Descripción de Grecia (II, I: 7-8), por Virgilio, en las Geórgicas y por Apolonio de Rodas, en la Argonáutica. También aparecen en la Ilíada (XIII. 24, 29) como atributos propios de Poseidón, que precisamente era el dios del mar y de los caballos y en otros muchos textos clásicos. 

El carro de Poseidón (Neptuno para los romanos), que recorría los mares tirado por estos caballos marinos, es citado repetidamente en textos literarios y representado profusamente en numerosas esculturas y mosaicos. 


Mosaico representando el carro de Neptuno (s. II d.C.) Museo del Bardo. Túnez. 


Los hipocampos también pueden aparecer vinculados a otras divinidades marinas, como Anfitrite, la ninfa de la espuma, la ninfa que míticamente fue fecundada por el esperma de los testículos de Urano (cercenados por Cronos), y originó a Afrodita. En el mosaico de Neptuno, en el frigidarium de las termas de Buticosus, de Ostia, podemos ver a Anfitrite cabalgando un hipocampo. 

En los lugares en donde la referencia a los seres acuáticos era obligada, como en las termas, solían decorarse con mosaicos pródigos en representaciones de símbolos marinos (delfines, nereidas, peces...). Es fácil encontrar también hipocampos compartiendo con ellos la decoración de los baños de muchos lugares del Imperio, tanto en la península Itálica como en el norte de África o incluso en lugares más alejados como en las termas de Aquae Sulis o Bath (Britania). 


Hipocampos en el Mosaico de Neptuno 
en el frigidarium de las Termas de Buticosus. Ostia Antica. 



Termas de Neptuno. Ostia Antica. 


Pero los hipocampos no son exclusivos de la mitología griega y romana, sino que es un mito compartido por otras culturas mediterráneas. Tal vez la primera vez que encontramos hipocampos es en algunas pinturas de tumbas etruscas. En esta cultura también encontramos leones (leokampoi ) y toros (taurokampoi), leopardos (pardalokampoi) y cabras (aigikampoi), con cola de pez. Por cierto que una de estas últimas, una cabra con cola de pez es la que se representa en la constelación de Capricornio, dándole el nombre. 

Encontramos hipocampos también entre los fenicios. En antiguas monedas acuñadas en Tiro aparecen estos caballos marinos, un símbolo muy adecuado para esta civilización de navegantes que comerciaba por todo el Mediterráneo.  

La tradición de estos seres míticos persistió en la Edad Media y el Renacimiento, siendo incluso usados en heráldica. Aún hoy, en el escudo de la ciudad de Belfast campean estos seres marinos, tomados del escudo de armas de Sir Arthur Chichester, el fundador de la ciudad, que recibió la carta de ciudadanía de manos del rey Jaime I de Inglaterra en 1630.  Tanto los hipocampos como el barco que figura en el escudo atestiguan la importancia del puerto de Belfast y su vocación marinera.  


Escudo de la ciudad de Belfast, en la que pueden verse 
hipocampos como motivo heráldico. 


Los hipocampos vuelven a aparecer con fuerza en el arte barroco, especialmente en las esculturas de las fuentes, de las que encontramos múltiples ejemplos, desde el Biancone de Piazza Signoria de Florencia al Neptuno de Madrid. Pero tal vez la más paradigmática es la Fontana di Trevi de Roma, donde todo tipo de personajes mitológicos acuáticos aparecen en la teatral decoración. 


La fuente de Neptuno, en Florencia, obra de Ammanato y conocida popularmente como Il Biancone, por la blancura y pesadez del mármol 



La fuente de Neptuno, en el Paseo del Prado madrileño,
también muestra el mítico carro del dios del mar tirado por hipocampos. 




Hipocampo en la Fontana di Trevi, Roma. 



En tiempos más cercanos también seguimos encontrando hipocampos en las representaciones artísticas. En la obra de algunos pintores academicistas, como Bouguereau, por ejemplo. William-Adolphe Bouguereau (1825-1905) fue un pintor academicista francés que frecuentemente se inspiraba en temas clásicos. Pintó unos paneles para una casa parisina decorada con un estilo inspirado en las pinturas encontradas en Pompeya. En esta escena aparece el poeta griego Arión, que logró escapar de los piratas huyendo a lomos de una criatura marina que había acudido atraída por su canto. 


William-Adolphe Bouguereau. Arión montado en un hipocampo (1885)
Pintura sobre panel. 71,3 x 111,8 cm. Museo de Cleveland. 


Como vemos, los caballos marinos míticos han persistido a través de los tiempos, hasta llegar a nosotros.  Y como veremos en otras entradas del blog, dieron su nombre a ciertos animales marinos y hasta a una parte vital de nuestro encéfalo. 




Hipocampos en las calles de Dublín



martes, 16 de marzo de 2021

Dickens, la difteria y la ocultación de las epidemias


Archivo:Charles Dickens by Frith 1859.jpg




William Powell Frith 

Charles Dickens en su estudio 

(1859)

Óleo sobre lienzo 
Victoria and Albert Museum. Londres. 





En agosto de 1856 una epidemia sembraba el terror por Europa. Circulaban los rumores infundados, se paralizaban los viajes y las autoridades intentaban evitar que no cundiera el pánico entre la población. Suena a conocido, ¿verdad?

Una carta de Charles Dickens descubierta recientemente da testimonio de esta situación. Se trata de una carta del escritor a Sir Joseph Olliffe, un médico de la embajada británica en París. 

En esta carta, Dickens agradece al doctor que le alertara sobre el brote de difteria que se había producido en Boulogne-sur-mer, en la costa norte de Francia, localidad en la que el escritor pasaba sus vacaciones. A Dickens le gustaba mucho pasar temporadas allí, y describía el lugar como bello,  pintoresco, y evocador. Además allí podía gozar de un cierto anonimato y encontraba la tranquilidad para escribir. Allí escribió obras como Casa lúgubreTiempos difíciles o La pequeña Dorrit. El viaje tampoco era muy pesado: tardaba unas cinco horas desde Londres, primero en tren y luego en un ferry desde Folkestone. En realidad, tres de sus hijos estaban escolarizados en la región y estaban a punto de comenzar el nuevo curso. 

En su carta, Dickens le comenta al médico:
"No me cabe duda de que no podríamos estar en una situación más saludable, en una casa más limpia. Pero, aún así, si nos ordenara que nos marchásemos, nosotros obedeceríamos".

La carta que Dickens le escribió a James Olliffe, fechada el 24 de agosto de 1856. James McGrath Morris, CC BY

La carta que Dickens le escribió a James Olliffe, fechada el 24 de agosto de 1856. (James McGrath Morris)

 

En aquel momento poco se sabía sobre la enfermedad, a la que se le daban diversos nombres populares: "dolor de garganta maligno", "dolor de garganta de Boulogne" o "fiebre de Boulogne". En España se le conocía como garrotillo, por el aspecto que tomaba la cara de los afectados cuando tenían dificultades para respirar, parecida a la de los condenados a pena de muerte que eran ejecutados con el garrote vil. 



Placas de difteria


Pero unos años antes en 1826, el médico Pierre Phidèle Bretonneau (1771-1862) le había dado el nombre de difteritis, aplicando el método de observación anatomo-clínica. Bretonneau había observado la formación de una especie de membranas de aspecto correoso en las mucosas y le dió esta denominación, que deriva del griego διφθέρα "de aspecto de cuero curtido". Más tarde, en 1855, él mismo cambió el nombre a difteria. La enfermedad era grave, a menudo mortal,  y de fácil contagio, por contacto directo o por vía aérea, mediante gotas de Flügge. 

En la carta Dickens destacaba lo que le había ocurrido al doctor Philip Crampton:
"No puedo imaginarme una experiencia más terrible que la que ha vivido el pobre doctor Crampton."
El médico al que hace referencia el escritor se encontraba de vacaciones en Boulogne aproximadamente durante los mismos días que Dickens, cuando dos de sus hijos, de dos y seis años, y su mujer, de 39, murieron con una semana de diferencia a consecuencia de la difteria.

En esa época, Boulogne era un lugar muy frecuentado por ingleses, que a mediados del s. XIX formaban allí una colonia de 10.000 personas que suponía un 25% de los habitantes de la población. 

La gran cantidad de contagios a ambos lados del canal de la Mancha, en Francia e Inglaterra, hizo que las investigaciones científicas se aceleraran y que en 1860 (cuatro años después del primer caso detectado en Inglaterra) el conocimiento sobre el origen, los síntomas y el modo de transmisión de la enfermedad fuera ya mucho más completo.



Robert Buss: El sueño de Dickens. (1875)
El escritor aparece rodeado de todos los personajes imaginarios de sus obras. 



A Dickens le preocuparon mucholas noticias sobre el "dolor de garganta de Boulogne" de las que se hacía eco la prensa y que cada vez eran más alarmantes. Decidió mandar a sus hijos a Inglaterra para que estuvieran seguros. 

Las autoridades médicas francesas restaron importancia a  la expansión de la enfermedad, intentando preservar el prestigio turístico de la zona. En una carta escrita al periódico The Times y fechada el 5 de septiembre de 1856, un grupo de  médicos de Boulogne declararon que 
"con muy pocas excepciones, esta enfermedad solo afecta a los barrios más pobres de la ciudad y a la población sin apenas recursos"
Pocos días más tarde destacaban que el "pánico" se limitaba "casi por completo a los visitantes temporales". Sin embargo, las autoridades admitían que "lo cierto es que no aconsejaríamos a nadie que trajera a un niño" a "una casa donde el dolor maligno de garganta hubiera estado recientemente". Había una gran desinformación: las casas de huéspedes y las empresas de viajes siguieron promocionando intensamente Boulogne como destino de vacaciones.

Dickens, que también era periodista, era muy sensible a la deformación interesada de la información. En su carta a Olliffe observaba:
"Tenemos la idea general de que esta enfermedad existe en el extranjero y que afecta a los niños; de hecho, dos niños pequeños ea los que conocen nuestros hijos han muerto a consecuencia de ella. Pero es increíblemente difícil […] descubrir la verdad en este sitio. Y a la gente del pueblo le preocupa particularmente que yo lo sepa, dada la gran cantidad de medios que tendría para difundirlo."

En 1856, los que sobrevivieron a la epidemia restablecieron a la normalidad. Dickens escolarizó a sus hijos otra vez en Boulogne, y él mismo volvió muchas veces a la localidad.

Hasta 1920 no se desarrolló una vacuna contra la difteria, aunque no fue hasta los años 40 del s. XX cuando los distintos países empezaron a suministrarla masivamente a los niños. 

La historia de la carta de Dickens nos suscita la reflexión sobre ciertos hechos comunes en las epidemias, entre ellos el pánico de la población y los intentos de las autoridades locales de preservar los ingresos del turismo, minimizando la importancia de la enfermedad y recurriendo incluso a la deformación de la realidad. Algo que se repite de forma muy similar en nuestros días.