Théodore Géricault
Partes anatòmicas (1818) Óleo sobre lienzo 92,5 x 62,5 |
Es sabido que el estudio de la anatomía humana interesaba a los artistas tanto o más que a los médicos. Géricault estaba pintando su estremecedor cuadro La balsa de la Medusa, en la que aparecen algunos cadáveres ahogados, asesinados, o con trazas de canibalismo humano, y quería aproximarse lo más posible a esta situación límite.
Théodore Géricault: Estudio de dos cabezas cortadas (1819) Óleo sobre lienzo Musée du Louvre (París) |
Así pintó esta serie de cuadros, Partes anatómicas, que tal vez es la pintura más gore que conocemos. Géricault enfrenta brutalmente al espectador con la carne humana como si fuera un bodegón, para reflejar la realidad más cruda. No puede considerarse propiamente como un estudio de anatomía con fines artísticos, ya que los restos se encuentran separados del cuerpo humano, descuartizados, por decirlo así, por lo que tienen poco o ningún valor para este fin. Tampoco puede ser pensada como una naturaleza muerta (aunque el adjetivo “muerta” es en este caso muy adecuado). Las composiciones con vegetales, objetos hechos por el hombre o, incluso, con animales muertos, no nos producen el mismo grado de rechazo que esta obra y ello es porque el artista intenta animizar, es decir, dar vida a algo muerto. La idea de la muerte (que en definitiva no es más que el final de la vida) sigue siendo difícil de aceptar y crea repulsión y terror en el mundo occidental. Como que nos aterra la idea de la muerte y la evidencia de que nuestro cuerpo, por el que nos preocupamos constantemente, será objeto de la descomposición y del olvido, Partes anatómicas constituye un impresionante memento mori, que nos impresiona precisamente por ser tan desagradable y morbosa.
Pero Géricault no fue el único pintor de cadáveres. En el s. XIX, los escultores, obsesionados por captar fielmente la realidad, solían sacar moldes de las caras de los cadáveres de la morgue de los hospitales. Era una práctica muy común. Así lo hizo Antonio Gaudí, que frecuentaba la morgue del vecino hospital de Sant Pau para sacar máscaras de yeso de algunos difuntos para esculpir las facciones de los personajes de la fachada de la Natividad en el templo de la Sagrada Familia. Cuando admiréis esta obra, recordad que las caras de los pastores de Belén, de los magos, y aún de los ángeles están sacados de rostros auténticos de ciudadanos que habitaron en Barcelona en las primeras décadas del s.XX y que terminaron sus días en el hospital de Sant Pau.
Aunque la mayoría de las obras de arte que representan cadáveres son las que corresponden a Cristo muerto o Cristo en el sepulcro. Tal vez no percibamos como cadáveres este tipo de obras religiosas, y sin embargo, lo son. Hace años, realicé un trabajo sobre la muerte en el arte y algunos amigos se extrañaban que hubiese elegido un tema que ellos consideraban tétrico y escabroso. Y sin embargo, es uno de los grandes temas de la historia del arte, en cantidad y en calidad. En cantidad baste pensar en la gran cantidad de crucifixiones, martirios, cristos muertos, pietás, etc... Y en calidad, habrá que recordar que los dos grandes temas que siempre han interesado a la humanidad (en artes plásticas, en literatura, en música, etc...) son precisamente, el amor y la muerte. Eros y Thanatos. Los polos sobre los que gira cualquier vida humana.
Jacques Linard: Vanitas. (1640-1645) Óleo sobre lienzo 31 x 39 cm. Museo del Prado. Madrid |
El culmen de este tipo de representaciones se alcanzó en el barroco, época en las que la muerte en general era un tema recurrente, como prueban las abundantes calaveras (vanitas) que se representaron para alertar sobre la fugacidad de la vida. En la imaginería barroca encontramos múltiples ejemplos, en los que se reproduce la lividez cutánea propia de los cuerpos muertos, la laxitud de miembros o la rigidez (rigor mortis), las tonalidades càrdenas o moradas de los párpados...
Gregorio Fernández. Cristo yacente. 190x50 cm. Museo Nacional de Escultura. Valladolid. |
El ejemplo más paradigmático lo hallamos en las obras de Gregorio Fernández. Su obsesión por captar la realidad en todos sus detalles le llevó a implantar cabello natural en sus imágenes e incluso a insertar uñas de asta (o en ocasiones incluso uñas naturales, procedentes de cadàveres reales) en los dedos de sus Cristos yacentes. Unas técnicas que tienen algo de sobrecogedoras, ya que están realizadas con restos humanos reales.
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