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lunes, 4 de marzo de 2019

Modificaciones corporales en Mesoamérica (I): Perforaciones y dilataciones







Máscara de Calakmul
(670-759 d.C.)

Mosaico de jade, concha y obsidiana
Museo de Arquitectura Maya de Campeche (México) 




En esta preciosa máscara de jade maya que representa al dios del maíz, podemos observar la presencia de diversas piezas de joyería en diversos orificios practicados en el cuerpo (pendientes, nariguera, infibulaciones...). En las civilizaciones precolombinas de América Central se practicaban con frecuencia modificaciones corporales voluntarias con finalidad estética o ritual. Los mayas del periodo Clásico (250-900 d.C.) parecen haber destacado en la ornamentación de sus cuerpos. Así consta en numerosos escritos de los misioneros del s. XVI, y en especial en la Relación de las cosas del Yucatán de Fray Diego de Landa. 

Lo que hoy llamamos piercings eran realizados habitualmente y los pendientes y narigueras eran muy frecuentes, como se puede ver en los tesoros y joyas que han llegado hasta nosotros. 


Máscara funeraria de 340 piezas de jade del rey K'inich Janaab Pakal.
Obsérvense las grandes orejeras, que están llenas de inscripciones. 

En el imperio mexica (1325-1521) encontramos algunos rituales de perforaciones. Durante la ceremonia de entronización del Huey Tlatoani o gobernante supremo de la Triple Alianza (conformada por Tenochtitlan-Tezcuco-Tlacopan) se le perforaba el septum (cartílago que se encuentra en medio de las dos fosas nasales) con un punzón de hueso de jaguar para colocarle una nariguera de oro, jade o turquesas. Este objeto lo identificaba como el elegido por los dioses para cuidar el destino de su pueblo.

Asimismo, cuando un guerrero mexica había demostrado su valor capturando varios enemigos en el campo de batalla, se le premiaba ennobleciéndole con el título de Cuauhpipiltin. La ceremonia en la que lo "condecoraban" consistía en realizarle una incisión con un cuchillo de obsidiana entre el mentón y el labio inferior. Esta herida (de 3 cm o más) se practicaba sin ningun tipo de anestesia y tenía la finalidad de colocarle un bezonte de forma circular hecho de obsidiana, oro, cuarzo o jade. La pieza tenía como finalidad demostrar el valor y posición social del guerrero, a la vez que aumentaba su expresión de agresividad en el campo de batalla. En el caso de ser apresado por el enemigo, antes de ser ejecutado, se le humillaba arrancándole el bezonte. La humillación era considerable, ya que el prisionero babeaba continuamente por la herida que comunicaba con el interior de la boca. 



Una escultura de un Cuauhpipiltin, mostrando el bezonte en el mentón. INAH.


Las dilataciones o expansiones también eran muy habituales. Se practicaban en lóbulos de las orejas, labio inferior e incluso en el septum nasal y era propio de guerreros, sacerdotes y gobernantes. Se aprovechaban para exhibir piezas de jade, ámbar, turquesas y oro para evidenciar el alto poder político y religioso de sus portadores. También podían realizarse como autosacrificio, en honor a los dioses. Fray Diego de Landa menciona que: 
"algunas veces se agujereaban las mejillas, otras, el labio de abajo, otras se agujereaban las lenguas, al soslayo, por los lados, y pasaban por los agujeros unas pajas con grandísimo dolor" 
Asimismo, cuando un guerrero mexica había demostrado su valor capturando varios enemigos en el campo de batalla, se le premiaba ennobleciéndole con el título de Cuauhpipiltin. La ceremonia en la que lo "condecoraban" consistía en realizarle una incisión con un cuchillo de obsidiana entre el mentón y el labio inferior. Esta herida (de 3 cm o más) se practicaba sin ningun tipo de anestesia y tenía la finalidad de colocarle un bezonte de forma circular hecho de obsidiana, oro, cuarzo o jade. La pieza tenía como finalidad demostrar el valor y posición social del guerrero, a la vez que aumentaba su expresión de agresividad en el campo de batalla. En el caso de ser apresado por el enemigo, antes de ser ejecutado, se le humillaba arrancándole el bezonte. La humillación era considerable, ya que el prisionero babeaba continuamente por la herida que comunicaba con el interior de la boca. 

También eran comunes las deformaciones craneales intencionales como la del cráneo de la cueva de Texcal en Valsequillo (Puebla), que data del 7500-4000 a.C. La deformación se realizaba intencionalmente desde el nacimiento. Las madres aplicaban dos tablillas sobre la frente y la nuca, unidas por varillas, para comprimir el cráneo de los niños pequeños mientras los huesos eran blandos y deformables. El proceso podía durar entre unos cuantos meses y varios años. El cráneo del infante se alargaba durante el proceso natural del endurecimiento del cráneo hasta que la deformación se volvía permanente. Poseer un cráneo alargado en forma de pepino era considerado el canon de belleza deseado. 


El canon de belleza de las culturas mesoamericanas prehispánicas
imponía la deformación voluntaria del cráneo



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