Mariano Fortuny
La señorita Del Castillo en su lecho de muerte (1871)
Óleo sobre lienzo 50 x 70,5 cm
Museu Nacional d'Art de Catalunya. Barcelona |
Mariano Fortuny Marsal (1838-1874) fue uno de los pintores españoles más importantes del s. XIX. de hecho se le considera el pintor más destacado entre Goya y Picasso.
Nació en Reus y comenzó su formación en esta ciudad con el pintor Domènec Soberano. También trabajó con el orfebre miniaturista Antoni Bassa, aprendiendo la minuciosidad y el gusto por el detalle que más tarde se vio reflejada en su pintura. Su formación continuó en Barcelona, recibió la influencia del purismo nazareno (Milà i Fontanals, Lorenzale, Rigalt) y más tarde en Roma donde conoció al pintor Attilio Simonetti, con quien le uniría una gran amistad.
En 1860 estalló la guerra de Marruecos y Fortuny se alistó en el regimiento del general Joan Prim, que también era originario de Reus. La estancia en Marruecos y la luz norteafricana marcaron considerablemente la pintura de Fortuny que plasmó escenas y personajes rifeños encuadrándose decididamente en la corriente orientalista.
De regreso a Barcelona, tuvo una gran relación con Federico de Madrazo, con cuya hija Cecilia contraería matrimonio (1867). Fue el momento del éxito de su pintura que fue muy apreciada por la minuciosidad y precisión de su trazo, el uso metódico del color y el estudio exhaustivo de la luz.
Interesado en las escenas andalusíes y de tauromaquia, se trasladó con su familia a Granada (1870-1872). El primer año lo pasó en la pensión de los Siete Suelos, situada en las murallas de la Alhambra. Aunque más tarde alquiló una casa en el Realejo Bajo donde pudo instalarse con mayor comodidad, siguió manteniendo relación con los dueños de la fonda. En 1871 murió prematuramente la hija del fondista, la señorita del Castillo, y el pintor, que acudió a su sepelio, le dedicó uno de sus lienzos.
Fortuny presenta a la fallecida en diagonal, dentro de un blanco ataúd. Una potente luz ilumina la figura, mientras que el resto del espacio queda en la penumbra. El almohadón en el que reposa la cabeza queda también en penumbra toma ndo coloraciones malvas, al estilo de lo que hacían los impresionistas. El pintor combina el delicado dibujo con una pincelada fluida que no atiende a detalles, más interesado en captar el momento que en el preciosismo.
La piel de la difunta presenta una coloración blanco-amarillenta, que refleja muy bien el tono característico de la piel cadavérica (livor mortis). Tras la muerte, se interrumpe la circulación sanguínea y los tejidos quedan exangües. La piel, privada del aporte de sangre muestra una coloración parecida a la cera, al tiempo que los tejidos, privados de su fuente de energía se contraen y se muestran rígidos, afilando los contornos corporales. En ocasiones, la sangre retenida en las partes distales puede conferir un cierto aspecto violáceo, que puede ser más evidente en las zonas subungueales.
En definitiva, en este cuadro de Fortuny encontramos muy bien reflejado el lívido color de la piel después de la muerte.
Fortuny:
Nació en Reus y comenzó su formación en esta ciudad con el pintor Domènec Soberano. También trabajó con el orfebre miniaturista Antoni Bassa, aprendiendo la minuciosidad y el gusto por el detalle que más tarde se vio reflejada en su pintura. Su formación continuó en Barcelona, recibió la influencia del purismo nazareno (Milà i Fontanals, Lorenzale, Rigalt) y más tarde en Roma donde conoció al pintor Attilio Simonetti, con quien le uniría una gran amistad.
En 1860 estalló la guerra de Marruecos y Fortuny se alistó en el regimiento del general Joan Prim, que también era originario de Reus. La estancia en Marruecos y la luz norteafricana marcaron considerablemente la pintura de Fortuny que plasmó escenas y personajes rifeños encuadrándose decididamente en la corriente orientalista.
De regreso a Barcelona, tuvo una gran relación con Federico de Madrazo, con cuya hija Cecilia contraería matrimonio (1867). Fue el momento del éxito de su pintura que fue muy apreciada por la minuciosidad y precisión de su trazo, el uso metódico del color y el estudio exhaustivo de la luz.
Interesado en las escenas andalusíes y de tauromaquia, se trasladó con su familia a Granada (1870-1872). El primer año lo pasó en la pensión de los Siete Suelos, situada en las murallas de la Alhambra. Aunque más tarde alquiló una casa en el Realejo Bajo donde pudo instalarse con mayor comodidad, siguió manteniendo relación con los dueños de la fonda. En 1871 murió prematuramente la hija del fondista, la señorita del Castillo, y el pintor, que acudió a su sepelio, le dedicó uno de sus lienzos.
Fortuny presenta a la fallecida en diagonal, dentro de un blanco ataúd. Una potente luz ilumina la figura, mientras que el resto del espacio queda en la penumbra. El almohadón en el que reposa la cabeza queda también en penumbra toma ndo coloraciones malvas, al estilo de lo que hacían los impresionistas. El pintor combina el delicado dibujo con una pincelada fluida que no atiende a detalles, más interesado en captar el momento que en el preciosismo.
La piel de la difunta presenta una coloración blanco-amarillenta, que refleja muy bien el tono característico de la piel cadavérica (livor mortis). Tras la muerte, se interrumpe la circulación sanguínea y los tejidos quedan exangües. La piel, privada del aporte de sangre muestra una coloración parecida a la cera, al tiempo que los tejidos, privados de su fuente de energía se contraen y se muestran rígidos, afilando los contornos corporales. En ocasiones, la sangre retenida en las partes distales puede conferir un cierto aspecto violáceo, que puede ser más evidente en las zonas subungueales.
En definitiva, en este cuadro de Fortuny encontramos muy bien reflejado el lívido color de la piel después de la muerte.
Fortuny:
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