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lunes, 23 de abril de 2018

Reflexiones sobre el rostro (I): Las figuras sin cara de Cirene






Figuras funerarias sin cara

Escultura en piedra 

Museo de Cirene (Libia) 




Uno de los conceptos que nos cuestan un poco de entender en el mundo de hoy es el concepto territorial de Grecia en la Antigüedad. Hoy en día se entiende como país un territorio continental o insular, pero constituído a modo de una parcela, esto es una extensión de tierra más o menos grande y continuada. En definitiva, algo que podamos colocar en el mapa. Enseguida lo asociamos a la idea de estados actuales, como Francia, Alemania o los Estados Unidos, todos ellos reconocibles por el perfil de su mapa. A veces, la geografía puede ayudar a definir estas porciones de terreno, como es el caso de penínsulas como Italia o de islas como la Gran Bretaña. Aunque existen países algo especiales como la delgada y larga franja de Chile, atrapada entre los Andes y el mar, o algunos estados que se extienden por archipiélagos como Japón o Filipinas. 


Gymnasium de Cirene
Inconscientemente transportamos esta idea a los países antiguos y nos encontramos que no siempre era así. Los griegos, por ejemplo. En primer lugar no se trataba de un estado unitario sino de ciudades-estado independientes, vinculadas por una lengua y cultura común y por relaciones económicas, alianzas políticas y/o militares que no siempre fueron constantes. De hecho dieron lugar a muchas  guerras y conflictos entre ellos. Y otra característica: los griegos eran un país de navegantes y no les interesaba nada la tierra firme. Sólo les interesaba la costa, ya que su medio para comerciar era la navegación. Los pueblos de tierra adentro carecían pues, de todo interés. 


Skyrota, vía flanqueada por estatuas-columnas (Cirene)

Así, los griegos establecieron su cultura, su conjunto de alianzas de pueblos del mar, sobre localidades costeras, más o menos dispersas por el Mediterráneo, en lugar de hacerlo sobre un territorio. No podía ser de otro modo, en una civilización cuya gran epopeya épica era la Odisea. La Hélade pues no se correspondía exactamente con el actual estado griego, sino que, además, se extendía por la actual costa turca del Egeo (con destacadas ciudades como Pérgamo, Dídima, Mileto o Afrodisias), las innumerables islas (Creta, Lesbos, Cos, Sicilia...), el sur de la península Itálica (Magna Grecia), las colonias del Mediterráneo occidental: Emporion (Empúries), Rhodes (Roses), Massilia (Marsella)... y las colonias del Norte de África (Alejandría, Cirene...). En definitiva, una civilización totalmente marítima. 


Estatua funeraria de Cirene. La mujer aparece
serena y con velo sobre la cabeza,
símbolo del matrimonio de Perséfone y Hades
Cuando visité una de las ciudades norteafricanas que acabo de citar, Cirene, me impresionó profundamente. Se trata de una ciudad griega muy bien conservada, cerca de la actual ciudad de Bengasi, en el este de Libia. He de decir que -tal vez juntamente con el valle de los templos de Agrigento (Sicilia) y la ciudad de Pérgamo (Turquía)- son los yacimientos arqueológicos helénicos más impresionantes que conozco, incluyendo los que están situados en la península helénica. Y es que ya me lo decía uno de mis antiguos profesores: 
- "Si quieres ver la arqueología griega, no vayas a Grecia: visita el British Museum".
En Cirene hay un museo espectacular. La calidad y magnitud de las piezas allí reunidas deja sin aliento al visitante, aunque hay que decir que están bastante desordenadas y amontonadas al estilo de un gran almacén, una junto a otra, sin casi espacio entre ellas y con una museística inexistente. 


Escultura funeraria de Cirene.
El velo cubre ya la mayor parte de
la cara 
Recorriendo el museo me llamaron la atención una serie de estatuas funerarias datadas entre el s. V-IV aC. esculpidas en piedra por artistas atenienses o locales. Todas ellas representan figuras femeninas. Probablemente la reiterada alusión a un personaje femenino es una alusión a Perséfone, diosa de los infiernos, que fue raptada por Hades y que junto a él preside el mundo de ultratumba.  Pero  -según el mito- Perséfone regresa periódicamente al mundo de los vivos para asegurar el renacimiento primaveral. Podría asimilarse pues como una creencia de resurrección o de reencarnación. 

Algunas de estas figuras -las más antiguas- me impresionaron por la serenidad y la tranquila belleza que transmite su rostro. La mujer, con la cara descubierta, lleva como era habitual un velo sobre su cabeza, símbolo del matrimonio, de la unión de Perséfone con Hades (de hecho, aún hoy, el velo sigue siendo un símbolo nupcial, y las novias siguen llevando velo, el día de la boda).


Escultura funeraria de Cirene. El velo cubre ya toda
la cara y solamente deja los ojos al descubierto.
La difunta está presente, pero ya no es visible
En esculturas de época posterior, el velo de la cabeza va cubriendo parcialmente la cara, hasta que llega a tapar completamente la cara. Tal vez pueda interpretarse como la ausencia forzosa impuesta por la muerte. Los vivos nunca más podremos observar la cara de la difunta, y solamente nos queda su recuerdo, velado como su rostro. 


Escultura funeraria de Cirene. 
La cara ha desaparecido, lo mismo que la
persona del difunto. Apenas el cabello enmarca
un cilindro liso que sustituye a la cabeza











Pero aquí no acaba la evolución simbólica de estas estatuas funerarias. En épocas posteriores no es ya el velo el que tapa la cara, sino que la misma cara desaparece y queda sustituído por un cilindro totalmente liso. La fallecida es evocada solamente por un cuerpo sin cara, por una presencia fugaz e invisible, como un aroma. Justamente, la invisibilidad que Orfeo no fue capaz de soportar y por cuya zozobra perdió definitivamente a Eurídice.  


Pocas veces la ausencia impuesta por la muerte es evocada de manera tan poética y a la vez más absoluta. La esencia de la persona persiste y se le rinde homenaje con un monumento funerario. Su cara, es decir, su persona real, ha desaparecido. 

Las esculturas de Cirene (s. IV aC) rivalizan con
el esquematismo del arte contemporáneo 

He pensado muchas veces en aquel día. En la inolvidable lección de metafísica que me dio, en la vieja ciudad de Cirene, un escultor anónimo de hace 2600 años. 

Abandoné el museo sorteando las esculturas, amontonadas como en un gran almacén y musitando en voz baja la inspirada poesía que escribió el emperador Adriano, gran admirador de la civilización helénica, poco antes de morir: 

   






           “Animula, vagula, blandula  
            Hospes comesque corporis 
            Quae nunc abibis in loca  
            Pallidula, rigida, nudula,  
            Nec, ut soles, dabis iocos…”

“Pequeña alma mía, tierna y flotante 
huésped y compañera de mi cuerpo 
ahora irás a esos lugares 
pálidos, rígidos y desnudos,  
y ya no podrás jugar como solías"
(Traducción: Xavier Sierra Valentí)


Mosaico de opus sectile de la villa de Jason Magno (Cirene)


  Animula vagula, blandula



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