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viernes, 29 de diciembre de 2017

El ajo, antibacteriano







Édouard Manet

Bodegón con capazo y ajos
(1881-1882)

Óleo sobre tela 27 x 35 cm
Louvre Abu Dhabi



Desde tiempos antiguos el ajo ha gozado de reputación de saludable. Los antiguos romanos consumían ajos en grandes cantidades y lo llevaban consigo adonde fueren. Tanto es así que un viejo adagio latino decía: Ubi allium, ibi Roma (Donde hay ajos, allí está Roma) equiparando la romanidad al consumo de ajos. 

Tal vez por eso los ajos son muy usados todavía hoy como condimento casi imprescindibles en las cocinas mediterráneas.  Han tenido también buena reputación en las medicinas populares y se han usado para combatir diversas enfermedades. Se le atribuía de forma empírica una cierta actividad antisèptica frente a ciertas infecciones. Algunas investigaciones recientes han podido corroborar la base científica de algunas de estas creencias. 


Meléndez: Bodegón con ostras, ajos, huevos, perol y puchero
(1772). Museo del Prado
Los ajos contienen un compuesto sulfuroso activo llamado ajoeno, que puede ser útil para luchar contra las bacterias resistentes en asociación con antibióticos en los pacientes con infección crónica. Al parecer, este compuesto es capaz de combatir contra las bacterias resistentes asociándolo a antibióticos en pacientes con infecciones crónicas. El ajoeno desestabiliza los sistemas de comunicación bacterianos, haciéndolos así más vulnerables a los antibióticos y a las defensas inmunitarias del huésped, según un nuevo estudio de la Universidad de Copenhague publicado en Scientific Reports.

Staphylococcus aureus y Pseudomonas aeruginosa son dos especies de bacterias que ocasionan numerosas infecciones en los hospitales y son los agentes patógenos más habituales en los pacientes con mucoviscidosis. Tienen tendencia a adherirse unas a otras formando biofilms y así pueden resistir mejor la acción de los antibióticos. 

Meléndez: detalle de unos ajos
    (Bodegón con besugos, naranjas, ajo, condimentos y 
utensilios de cocina, Museo del Prado)
Los investigadores daneses han podido identificar a partir del ajo el ajoeno, una pequeña molécula rica en azufre que se produce cuando el ajo es rallado o aplastado. En ciertos  estudios precedentes habían ya podido obtener ajoeno sintético demostrando que podía actuar desestabilizando el biofilm de los ratones contaminados por P. aeruginosa. Las defensas naturales podían entonces actuar correctamente, consiguiendo una reducción significativa de la infección pulmonar.  
Vincent van Gogh: Bodegón con arenques y ajo, 1887. Bridgestone Museum of Art, Tokyo, Japan
La comunicación entre las bacterias que componen el biofilm depende de pequeñas moléculas llamadas ARN reguladores. El ARN es en principio la etapa entre la lectura del ADN y la síntesis de la proteína correspondiente. Sin embargo, ciertas secuencias de ARN no tienen por objetivo inducir la fabricación de una proteína, sino regular la función de otros ARN fijándose sobre ellos e inactivándolos. Al actuar sobre ciertos ARN reguladores concretos de estos microorganismos, entorpece la comunicación entre bacterias y desestabiliza el biofilm, permitiendo al antibiótico actuar eficazmente. Los trabajos de los investigadores daneses han demostrado que el ajoeno consigue la desestabilización del biofilm al disminuir el número de ARN reguladores, tanto en lo que se refiere a  P. aeruginosa como a S. aureus.
Lámina botánica representando un ajo (Allium sativum L.)
del libro "Flora von Deutschland". Dr. Schlechtendal (1885)

En 2012, los investigadores presentaron una patente sobre el uso de ajoeno para luchar contra las infecciones bacterianas (actualmente en manos de Neem Biotech, propiedad de Zaluvidia). Su producto médico, tiene como objetivo tratar a pacientes con fibrosis quística, recibió en abril de 2016 la "designación de medicamentos huérfanos" de la FDA americana, lo que le permite que se realicen ensayos clínicos. Por lo tanto, pronto se iniciarán los ensayos en pacientes con fibrosis quística y víctimas de infecciones resistentes a los antibióticos. Si los resultados son los esperados, la droga será la primera de su clase cuyo modo de acción se basará en la interrupción de la comunicación entre las bacterias.














jueves, 28 de diciembre de 2017

Tenía rosácea el violinista Larrapidi?







Ignacio Zuloaga Zabaleta

Retrato del violinista Larripidi 
(1910) 

Óleo sobre lienzo 185 x 111 cm
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid




Hace unos días Elena sáiz, farmacéutica y seguidora habitual del blog me envió vía twitter este cuadro de Zuloaga, preguntándome si por el aspecto de la cara del retratado podría tratarse de una rosácea: 

Cuadro de Zuloaga, visto esta tarde al natural..... Retrato del violinista Larrapidi.... ¿Eso qué veo es una rosácea?  

Esta es una de las 18 obras de Zuloaga que posee el Museo Reina Sofía de Madrid. Zuloaga la pintó cuando comenzaba a dedicarse al retrato, género en el que realizó algunas de sus obras más destacadas. En este retrato, realizado durante una estancia en París, se pueden apreciar influencias de Boldini i de Degas. Es un retrato de cuerpo entero, en el que el violinista, con las piernas separadas sostiene el violín y el arco, mientras mira de reojo al espectador, con una mirada un tanto desafiante que no consigue ocultar una cierta ptosis palpebral del ojo izquierdo. Su sombra se proyecta sobre el fondo ocre. 

Pero centrémonos en su cara, que era la pregunta que nos formulaba Elena. El violinista presenta un evidente eritema malar y una nariz discretamente engrosada, con tintes algo violáceos. Mi amiga la Dra. Lola Bou, dermatóloga y seguidora habitual de nuestro blog respondió a la pregunta de Elena afirmando que los síntomas podrían corresponder efectivamente a una rosácea y más teniendo en cuenta la dimensión de la nariz, que generalmente aparece engrosada en la rosácea. Aunque muy prudentemente señala que es difícil establecer el diagnóstico con seguridad, debido a la calidad de la foto. 

Estoy de acuerdo con ella, y creo que la rosácea podría ser un posible diagnóstico. Aunque también podríamos plantear algunas alternativas, atendiendo a la falta de pápulas en las mejillas y al tinte rojo-vinoso de la nariz. Una policitemia vera, por ejemplo. O todavía mejor una crioglobulinemia. Aunque tampoco tenemos certeza en estos posibles diagnósticos alternativos. 

Otro de los lectores de este blog, el gerundense Josep Boladeras, que ejerce de médico en Pollença (Mallorca),  y del que conservo buenos recuerdos de la época en la que ambos éramos estudiantes en el Colegio Mayor del Hospital de Sant Pau, comenta que si este retrato se hubiera realizado en tiempos actuales le recordaría el eritema que aparece en las intoxicaciones por amiodarona. Es un comentario clínico digno de ser tenido en cuenta, y realmente el aspecto lo recuerda. Aunque el cuadro fue pintado en 1910...

Lo que pone de manifiesto este agradable debate es la dificultad de establecer diagnósticos retrospectivos, y mucho más si no se disponen más datos de la historia clínica del personaje. Y no he conseguido apenas datos biográficos del ilustre violinista Larrapidi, aparte de esta inmortalización pictórica que nos dejó Zuloaga. 



miércoles, 27 de diciembre de 2017

Paul Gerson Unna









Retrato de Paul Gerson Unna


Fotografía a la albúmina





Paul Gerson Unna, de Hamburgo, es una de las figuras que más han contribuído a la génesis de la dermatología moderna. Formado en la escuela de Viena, fue discípulo de Hebra y de Kaposi, y sobre todo de Auspitz, con quien estudió y estableció las diferencias histopatológicas entre chancro luético y chancro blando.

Sus aportaciones en lo que se refiere a la histología de la piel fueron capitales. En su tesis doctoral, sugerida por Waldeyer y realizada sobre embriología de la piel, introdujo nuevos métodos de tinción para los cortes histológicos, la picrocarmina y el ácido ósmico. Con ayuda de estas técnicas, Unna detalló las capas del estrato córneo, introdujo las definiciones de estrato granuloso y de estrato espinoso, definió el proceso de regeneración de la piel como propio de la capa basal y no del estrato espinoso, y completó la descripción histológica de la uña y del pelo. 

Paul G. Unna al microscopio, en el Dermatologikum
Mientras trabajaba en su obra Die Histopatologie der Hautkrankheiten 
(Histopatología de las enfermedades de la piel)(1894), Unna describió los mastocitos en la urticaria pigmentosa, los plasmocitos, las células névicas, la acantosis y la espongiosis. También contribuyó a un mayor conocimiento de la célula introduciendo nuevos conceptos como la sustancia nuclear, degeneración de la sustancia intercelular, colágeno, elastina, etc. Junto con Tanzer desarrolló la tinción de orceína para las fibras elásticas. Describió los cambios en la estructura y composición de las células epidérmicas, la producción de grasa en las células epidérmicas y en la secreción sudoral, analizando los lípidos cutáneos mediante espectroscopía. Estudió la queratinización del epitelio, ampliando los conocimientos sobre las células córneas. 

Fue en esta época también cuando descubrió el Haemophyllus ducreii en los tejidos del chancroide (1892). Poco antes Ducrey lo había demostrado en la secreción del chancro blando. También realizó diversas aportaciones bacteriológicas e histopatológicas al estudio de la lepra. 

Paul Gerson Unna (1885) 
Desde el punto de vista clínico, Unna contribuyó con descripciones como la paraqueratosis variegata y el eccema seborreico. Como método exploratorio, introdujo la diascopia en el diagnóstico del lupus vulgar. 

Unna enriqueció considerablemente la terapéutica. En los años de la I Guerra Mundial, cuando Alemania tenía dificultades para la importación de crisarrobina a causa del bloqueo inglés, Unna ideó un sustituto sintético, la cignolina. Sus estudios contribuyeron al mejor conocimiento de la acción reductora del  ictiol y de la resorcina, que introdujo en sus tratamientos. 

Tampoco ignoró la cosmética. Buen conocedor de la importancia de la función protectora de la piel, introdujo el Eucerin® y sobre todo la crema Nivea®, que fue la gran hidratante, reputada de proteger del sol, durante muchas décadas. También preconizó el uso de jabones medicinales, con aditivos como el ictiol, ácido salicílico, azufre, resorcina, etc.. Asimismo aportó varios preparados de cosmética decorativa, como los pulvis cuticolor. 

Fue uno de los primeros interesados en estudiar la química de la piel, ya a primeros de siglo, identificando diversos tipos de queratina, que denominó A, B y C. Poco antes de morir, en 1928, publicó el libro Histochemie der Haut (Histoquímica de la piel), en el que se resumen sus teorías sobre las bases de esta ciencia. 

A pesar de que Unna trabajó siempre en su centro privado, el Dermatologikum, y que nunca fue profesor universitario, sus investigaciones alcanzaron una gran influencia internacional. Con toda seguridad nadie como él - tal vez con la única excepción de Hebra - influyó tanto en el desarrollo de la dermatología de los EE.UU. 

De él decía Iwan Bloch:

     "Unna ha aprovechado todo el soporte de la ciencia biológica moderna de nuestro tiempo para investigar y comprender la dermatología. Ningún otro investigador ha trabajado de forma tan uniforme y estimulante en todos los campos de la ciencia de las enfermedades de la piel, ni nadie ha traído tantas nuevas y esclarecedoras ideas a los campos más oscuros de esta materia"