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jueves, 9 de junio de 2016

El erótico tacto del Arte de amar









Copa Warren 

Plata cincelada. 
British Museum.  Londres




Mònica Miró es una de mis antiguas profesoras de Humanidades y con ella aprendí muchas cosas del mundo romano, que ella sabe comunicar con gran pasión y entusiasmo. Me complace contarla entre las lectoras habituales de este blog y ha tenido la amabilidad de remitirme algunos textos latinos sobre el sentido del tacto, lo que le agradezco sinceramente. 


El tacto - el tacto erótico - está descrito magistralmente en la obra de Ovidio, El arte de amar (Ars amatoria). En él se describen las tretas a las que debe recurrir el pretendiente para acercarse a su amada, por ejemplo en el curso de un banquete: 



"fac primus rapias illius tacta labellis

     pocula, quaque bibet parte puella, bibas:
et quemcumque cibum digitis libaverit illa,
     tu pete, dumque petis, sit tibi tacta manus".      
"Arrebata presuroso de su mano el vaso que tocó con sus labios, y bebe por el mismo lado que ella bebió. Coge cualquier manjar que hayan tocado sus dedos, y aprovecha la ocasión para que tu mano toque la suya con la suya".  
[Ovidio, El Arte de amar 1, 575-576].






Ovidio, como vemos, nos propone que nos acerquemos lenta y progresivamente a través del tacto a la persona que queramos seducir. Y es que la piel, además de constituir nuestra frontera natural, la muralla protectora de nuestro cuerpo, mediante la que nos limitamos y separamos del mundo exterior, también constituye nuestro principal órgano sensorial de comunicación erótica. Mediante el tacto recorremos el cuerpo de la persona amada, entramos en contacto con su cuerpo y expresamos nuestros sentimientos. Ovidio nos sigue aconsejando sobre cómo actuar al llegar al lecho de amor: 







"conscius, ecce, duos accepit lectus amantes:

     ad thalami clausas, Musa, resiste fores. 

sponte sua sine te celeberrima verba loquentur,

     nec manus in lecto laeva iacebit iners.
invenient digiti, quod agant in partibus illis,
     in quibus occulte spicula tingit Amor.
fecit in Andromache prius hoc fortissimus Hector, 

     nec solum bellis utilis ille fuit.

fecit et in capta Lyrneside magnus Achilles,
     cum premeret mollem lassus ab hoste torum.
illis te manibus tangi, Briseï, sinebas,
     imbutae Phrygia quae nece semper erant. 

an fuit hoc ipsum, quod te, lasciva, iuvaret,

     ad tua victrices membra venire manus?
crede mihi, non est veneris properanda voluptas,
     sed sensim tarda prolicienda mora.
cum loca reppereris, quae tangi femina gaudet, 

     non obstet, tangas quo minus illa, pudor.

aspicies oculos tremulo fulgore micantes,
     ut sol a liquida saepe refulget aqua.
accedent questus, accedet amabile murmur, 
            et dulces gemitus aptaque verba ioco".  

"He aquí que recibe a los dos enamorados el lecho confidente de sus cuitas. Musa, no abras la puerta cerrada del dormitorio. Sin tu ayuda las palabras elocuentes brotarán espontáneas de los labios; allí las manos no permanecerán ociosas y los dedos sabrán deslizarse por las partes donde el amor templa ocultamente sus flechas. Así en otros días lo hizo con Andrómaca el valeroso Héctor, cuyo esfuerzo no brillaba sólo en los combates, y así el gran Aquiles con su cautiva de Lirneso, cuando cansado de combatir se retiraba a descansar en el lecho voluptuoso. Tú, Briseida, permitías que te tocasen aquellas manos que aun estaban empapadas con la sangre de los frigios. ¿Acaso no fué esto mismo lo que más te soliviantaba, viendo orgullosa cómo acariciaba tu cuerpo su diestra vencedora? Créeme, no te afanes por llegar al término de la dicha; demóralo insensiblemente, y la alcanzarás completa. Si das en aquel sitio más sensible de la mujer, que un necio pudor no te detenga la mano; entonces observarás cómo sus ojos despiden una luz temblorosa, semejante al rayo del sol que se refleja en las aguas cristalinas; luego vendrán las quejas, los dulcísimos murmullos, los tiernos gemidos y las palabras adecuadas a la situación; pero ni te la dejes atrás desplegando todas las velas, ni permitas que ella se te adelante. Penetrad juntos en el puerto. El colmo del placer se goza cuando los dos amantes sucumben al mismo tiempo".  
[Ovidio, El arte de amar 2, 701-725]
La copa Warren, con escenas eróticas en relieve 
Y es que el tacto es una de las mejores formas de comunicación sensorial y de revelar nuestros más íntimos sentimientos. Tocar a la persona amada, acariciarla, tiene el poder de  transmitir directamente lo que sentimos. Más allá de la pura percepción tàctil creamos un vínculo que engloba no solamente el cuerpo sino también el alma. El sentido del tacto transmite no sólo la sensualidad sino que expresa lo más profundo de nuestra alma. 

Si bien todos los sentidos nos transmiten sensaciones tal vez sea el tacto el vínculo más directo, el más erótico, el que une más los cuerpos en uno solo. No en vano tocar el cuerpo que amamos constituye parte esencial del cortejo amoroso.

Relieve con escena de matrimonio romano,
en el que se ve la unión de las manos,
como confirmación del vínculo matrimonial. 

En resumen, y continuando con los clásicos, esta es la idea que nos transmite Donato al hablar de las nupcias: 

"Las nupcias legítimas se confirmaron mediante la unión de las manos" 





















Soldado del amor, de Ovidio: 



























miércoles, 8 de junio de 2016

Anecdotario secreto de Ramón y Cajal (y VII): La última etapa





 Victorio Macho

Monumento a Ramón y Cajal 
(1926) 

Escultura en granito y bronce. 560 x 1250

Paseo Venezuela
Parque del Buen Retiro. Madrid. 





La escultura que Cajal rechazó

En el Parque del Retiro de Madrid hay un conjunto monumental diseñado por el escultor palentino Victorio Macho (1887-1966) y dedicado a Santiago Ramón y Cajal.

La concepción del monumento es muy original. La estatua del científico se sitúa en el centro de un estanque, reclinado al modo de las figuras de sarcófago etruscas, con el manto  de través y dejando el torso desnudo, como un héroe clásico. El estanque se cierra con una especie de un edículo con una estatua femenina de bronce en el centro, que representa la ciencia médica y dos fuentes a los lados, decoradas con sendos relieves cuandrangulares. Las fuentes simbolizan la vida y la muerte, y así lo atestiguan sus inscripciones Fons Vitae, en una y Fons Mortis, en la otra. Pretenden ser una alegoría de la Medicina, la profesión de Ramón y Cajal, que navega constantemente entre estos dos polos. 

Pero el monumento no fue del gusto de Cajal. No le gustaba que lo representaran con el torso desnudo. Solía comentar en privado:
- "Yo nunca me he desnudado delante de ningún hombre..."

El día de la inauguración, presidida con gran pompa por el rey Alfonso XIII, Cajal no estuvo presente. En su lugar envió un discurso en el que sorprendió a los asistentes declarando:
"Desapruebo, en principio, las estatuas en vida, aunque se erijan - éste no es mi caso - a varones eminentes en la Política, Artes y Letras y Ciencias. Para aquilatar la obra de un hombre es menester la perspectiva ideal del tiempo, de ese depurador implacable de prestigios y decantador de verdades". 
Después de eso, Cajal no volvió a pasear por el Retiro, que hasta entonces había sido el escenario favorito de sus paseos. 


Busto de Cajal. Colegio de Médicos de Madrid.


No era la primera vez que Cajal intentaba soslayar los homenajes y honores. Tras la concesión del Premio Nobel, en 1906, se le ofreció ser ministro de Instrucción Pública. Pero Cajal renunció a este honor, y ante la insistencia del Gobierno aceptó, en todo caso, ser designado senador vitalicio, ya que este cargo no conllevaba remuneración alguna. 

Por cierto, que el monumento a Cajal del Retiro sirvió para ilustrar el reverso de una emisión de billetes de Banco de 50 pesetas en 1935. 





Billetes de 50 pesetas (emisión de 1935).    Anverso: Efigie de Santiago Ramón y Cajal. 
Reverso: Monumento de homenaje a Ramón y Cajal (Victorio Macho) en el Parque del Buen Retiro de Madrid 


Un crespón negro inoportuno

En la Plaza de Santa Ana de Madrid había un conocido burdel, que por lo visto era visitado con cierta frecuencia por Ramón y Cajal

Cuando falleció el insigne científico, las pupilas de la casa, muy apenadas, decidieron poner un gran retrato de Cajal en el balcón principal, con un visible crespón negro en señal de luto. 

En el Colegio de Médicos de Madrid estaban escandalizados. La casa de citas tenía mucha notoriedad y todo el mundo la conocía. La fotografía y el crespón negro eran una clara delación. Decidieron intervenir. 

Una delegación del colegio de Médicos acudió al burdel, presurosa: 
- ¡Saquen eso, saquen eso de ahí enseguida! 

Las pobres mujeres, realmente entristecidas, no acertaban a comprender:  
- Pero, ¿por qué? ¡Nosotras queríamos mucho a Don Santiago!
Absurdos convencionalismos sociales... 





martes, 7 de junio de 2016

Anecdotario secreto de Ramón y Cajal (VI): Vida académica






Mariano Benlliure: Medallón con la efigie de Ramón y Cajal.
Colegio de Médicos de Madrid





 Mariano Benlliure

Santiago Ramón y Cajal 

Medallón

Colegio de Médicos. Madrid. 





Cajal colaboró en peritar un caso de asesinato

En el Trull de les Valls, una finca solitaria en Torrelles de Foix (Vilafranca del Penedès), tuvo lugar un horrible suceso que encolerizó a la opinión pública. Se habían encontrado los cadáveres de dos menores degollados salvajemente. 

Pronto se detuvo a un sospechoso al que todos los indicios apuntaban como el culpable, un joven llamado Joan Mestres Solé, personaje muy introvertido, aficionado a la caza y a vagar en solitario por los montes del lugar. Por lo visto, los chicos asesinados se reían de él y le hacían continuas bromas y chanzas, y algunos testigos declararon que Mestres los había amenazado en más de una ocasión.

Robert Thom. Ramón y Cajal en el laboratorio (1926) 
Óleo sobre lienzo. 92 x 107 cm. Universidad Complutense. Madrid. 


La prueba inculpatoria definitiva, fue el hallazgo de una camisa manchada de sangre entre las posesiones del inculpado. Se acusó al sospechoso de haber intentado lavar la prenda para eliminar los restos de sangre. El fiscal presentó a un perito, Álvaro Becerra del Toro, que certificó que la sangre era humana y se pidieron dos penas de muerte. El abogado defensor, Clos pudo demostrar que no se había lavado la camisa, pero lo cierto es que la mancha de sangre seguía siendo una prueba delatora. 

A pesar de que era difícil soslayar el argumento del fiscal, el abogado Clos intentó una última baza. Pidió la opinión del más insigne histólogo del país, Santiago Ramón y Cajal, que por entonces residía en Barcelona, ya que era catedrático de la Facultad de Medicina, que escuchó el relato del letrado atentamente. Tras la exposición de Clos, Cajal se extrañó de que el perito de la fiscalía determinara sin haber hecho ninguna prueba y con tanta seguridad, que la sangre era humana. Y más cuando de ello dependía la vida de un hombre. Cajal le dió ciertos argumentos al abogado, que no tuvo más que repetirlos ante el tribunal. 


Placa conmemorativa en el aula donde Cajal impartía sus clases de Histología.
Colegio de Médicos de Madrid.  


Además, Cajal designó a su mejor ayudante, el Dr. Josep Soler i Roig, como perito en el proceso. Soler i Roig (que más tarde fue un eminente cirujano) y dos médicos más demostraron que la sangre de la camisa procedía de un conejo de monte, que sin duda Mestres había cobrado en una de sus cacerías.  

Ante la irrefutabilidad de los argumentos de la defensa, el fiscal se encolerizó, sintiéndose engañado por su perito. Se descubrió que el perito de la fiscalía se había presentado como médico, cuando era solamente un estudiante de la Facultad de Medicina, y el fiscal acabó querellándose contra él. 

A pesar de todo, el jurado se encontraba muy dividido (6 votos a favor de la absolución y 6 en contra). Finalmente, el magistrado, León Bonel aplicó el principio jurídico de In dubio pro reo y decretó la puesta en libertad del acusado.

Pero a pesar de la absolución muchos seguían creyendo en la culpabilidad de Joan Mestres. Incluso su abogado tenía sus dudas. Pero años más tarde, un individuo, in articulo mortis confesó el doble crimen. Así que la ayuda de Cajal y su colaboración en el proceso sirvió para salvar a un inocente acusado injustamente de asesinato. 


Cajal y un grupo de estudiantes realizando una autopsia.
Colegio de Médicos de Madrid




Consejo a un opositor 

finales del s. XIX las plazas de profesor universitario se cubrían mediante una dura oposición, consistente en una batería de exámenes y pruebas que debía valorar un tribunal. Se llamaba oposición porque al haber una sola plaza, los otros candidatos que se presentaban se oponían, intentando señalar todos los defectos y errores que se detectaban en los ejercicios de los contrarios. Y naturalmente, ejercían este derecho para hacerse con la plaza. 

La opinión del presidente del tribunal era crucial para la valoración de los candidatos y las simpatías o compromisos que éste tenía con uno u otro podían ser decisivos. Muchas veces, desgraciadamente, influían factores no meramente académicos en el veredicto. 

El propio Cajal sufrió la injusticia del "amiguismo" en propia carne en la primera oposición a la que se presentó, en la que se optaba a la plaza de profesor de la Universidad de Granada (1879). Cajal había realizado un ejercicio mucho mejor que los otros opositores, pero no le dieron la plaza, que estaba reservada a un amigo del presidente del Tribunal, mucho menos preparado que él:



"En efecto, el tribunal, salvo alguna excepción, constaba de amigos y clientes del que por entonces ejercía omnímoda e irresistible influencia en la provisión de cátedras de Medicina".                
Cajal: Recuerdos de mi vida (I, XXVI) 

Cajal se enfadó muchísimo ante tamaña injusticia. Más tarde, en otra oposición, sacó la plaza de catedrático de Valencia. Con los años Cajal, de natural escéptico, fue viendo que la lacra del enchufe era difícil de soslayar en la Universidad Española.

Un día un opositor, candidato a una de estas plazas de profesor le preguntó a Cajal si le veía posibilidades de éxito. Había estudiado mucho y se había esforzado considerablemente. 
- ¿Me ve usted posibilidades, Prof. Cajal? ¡Me he preparado mucho!
Cajal, muy serio, miró largamente al preocupado opositor. Al final le dijo: 
- ¿Sabe jugar usted al billar?  
- Pues no - respondió azarado el candidato - ¿por qué me lo pregunta? 
- Es una lástima. El presidente del tribunal juega cada día después de comer. Dice que le ayuda a hacer la digestión. Y todos los opositores intentan jugar con él. Me temo que ha perdido usted el tiempo y la oposición. 



Una supuesta broma de los estudiantes

Un día de 1906, hacia la madrugada, llamaron a la casa de Cajal. Su esposa Silveria abrió. Era un telegrama de Estocolmo, en el que la Academia de Ciencias de Suecia comunicaba a don Santiago que había recibido el Premio Nobel de Medicina. Su mujer fue a decírselo, muy excitada. Pero Ramón y Cajal no se lo creía.

- "Bah! Esto son cosas de los estudiantes - dijo - Una broma que me han querido hacer. Cosas de chicos". 
Y tranquilamente, se giró y continuó durmiendo. Después, al leer la prensa, supo que era verdad.


Diploma del Premio Nobel otorgado a Ramón y Cajal en 1906


Aunque Ramón y Cajal intentó pasar desapercibido tras recibir la notificación en la que se le notificaba su galardón.
"Ante la perspectiva de felicitaciones, mensajes, banquetes y otras molestias tan honorables como conflictivas, traté durante los primeros días ocultar la noticia, pero todo fue en vano, pronto la chismosa prensa la difundió a los cuatro vientos y no tuve más remedio que hacerme visible a los ojos de todo el mundo".













lunes, 6 de junio de 2016

Anécdotas secretas de Ramón y Cajal (V): Trabajar, investigar...








 Santiago Ramón y Cajal

Autorretrato con microscopio





Las selfies de Don Santiago


Muchas de las fotos que han llegado a nosotros de Santiago Ramón y Cajal son autorretratos. A Cajal, gran aficionado a la fotografía,  le gustaba mucho fotografiarse a sí mismo en su gabinete, leyendo o trabajando con el microscopio. 

En estos autorretratos generalmente aparece con el puño cerrado. La razón es que en aquel momento no había mandos a distancia que permitieran disparar las fotos, por lo que Cajal disponía un cable disimulado entre sus ropas y que accionaba con la mano cerrada, para disimular el dispositivo. En realidad, era un aficionado a hacerse selfies "avant la lettre".


Santiago Ramón y Cajal, con un grupo de alumnos, en el laboratorio de histología. Colegio de Médicos de Madrid. 




Un ojo de feto sifilítico en la calle


Es conocida la afición que tenía Cajal por la fotografía, y la fluida correspondencia que mantenía con el Dr. Jaume Ferran i Clúa (descubridor de la vacuna anticolérica) sobre este tema. Algunos reactivos y técnicas fotográficas le sirvieron para realizar las tinciones que le permitieron el descubrimiento de la neurona. 

Microscopio Leitz, en el que investigaba
Santiago Ramón y Cajal.
Colegio de Médicos de Madrid
Algunas veces recurría a tinciones especiales para visualizar mejor los tejidos, que estudiaba en su propia casa. Un día trató un ojo de feto con sífilis congénita con nitrato de plata para visualizar mejor la retina. Necesitaba que el nitrato de plata oscureciera los tejidos al exponerlos a la luz, por lo que puso el ojo a estudiar en el alféizar de la ventana de su despacho, para que le tocara el sol. Pero aquel día se levantó una brusca ventolera que hizo que el ojo rodara y cayera a la calle. 

El revuelo que se originó entre los viandantes al ver aquel ojo deforme y ennegrecido en medio de la calle fue mayúsculo. Incluso llegaron a avisar a la policía que acudió rápidamente a aclarar lo que había sucedido. 



La maniobra de Cajal

En la última época de su vida, Cajal seguía investigando en su laboratorio, situado en el hospital Clínico de San Carlos (actual Museo Reina Sofía). Este edificio tiene larguísimos pasillos y el lavabo estaba bastante alejado del laboratorio, que quedaba en un ángulo. 


Los largos pasillos del Hospital de San Carlos, de Madrid,
actualmente Museo Reina Sofía, en los que los urinarios
estaban muy lejanos. 
Cajal, como todos los varones de cierta edad, tenía algunas urgencias urológicas, pero apasionado como estaba en la observación de lo que veía al microscopio, demoraba la necesaria micción más de lo que era prudente. 

Cuando ya no podía más, le decía a su fiel colaborador, Don Pío del Río Hortega: 
Don Pío, vigile!
Y el bueno de Don Pío se apostaba en la puerta del laboratorio, cuidando de que nadie entrara, mientras Don Santiago aliviaba su vejiga orinando en la pila de lavarse las manos, dejando luego correr el agua. 

Esta práctica era conocida por todo el mundo, y era muy comentada entre los médicos del hospital. Algunos la llamaban socarronamente "la maniobra de Cajal".


La vida y la obra de Santiago Ramón y Cajal