Mariano Benlliure: Medallón con la efigie de Ramón y Cajal. Colegio de Médicos de Madrid |
Mariano Benlliure Santiago Ramón y Cajal Medallón Colegio de Médicos. Madrid. |
Cajal colaboró en peritar un caso de asesinato
En el Trull de les Valls, una finca solitaria en Torrelles de Foix (Vilafranca del Penedès), tuvo lugar un horrible suceso que encolerizó a la opinión pública. Se habían encontrado los cadáveres de dos menores degollados salvajemente.
Pronto se detuvo a un sospechoso al que todos los indicios apuntaban como el culpable, un joven llamado Joan Mestres Solé, personaje muy introvertido, aficionado a la caza y a vagar en solitario por los montes del lugar. Por lo visto, los chicos asesinados se reían de él y le hacían continuas bromas y chanzas, y algunos testigos declararon que Mestres los había amenazado en más de una ocasión.
La prueba inculpatoria definitiva, fue el hallazgo de una camisa manchada de sangre entre las posesiones del inculpado. Se acusó al sospechoso de haber intentado lavar la prenda para eliminar los restos de sangre. El fiscal presentó a un perito, Álvaro Becerra del Toro, que certificó que la sangre era humana y se pidieron dos penas de muerte. El abogado defensor, Clos pudo demostrar que no se había lavado la camisa, pero lo cierto es que la mancha de sangre seguía siendo una prueba delatora.
A pesar de que era difícil soslayar el argumento del fiscal, el abogado Clos intentó una última baza. Pidió la opinión del más insigne histólogo del país, Santiago Ramón y Cajal, que por entonces residía en Barcelona, ya que era catedrático de la Facultad de Medicina, que escuchó el relato del letrado atentamente. Tras la exposición de Clos, Cajal se extrañó de que el perito de la fiscalía determinara sin haber hecho ninguna prueba y con tanta seguridad, que la sangre era humana. Y más cuando de ello dependía la vida de un hombre. Cajal le dió ciertos argumentos al abogado, que no tuvo más que repetirlos ante el tribunal.
Además, Cajal designó a su mejor ayudante, el Dr. Josep Soler i Roig, como perito en el proceso. Soler i Roig (que más tarde fue un eminente cirujano) y dos médicos más demostraron que la sangre de la camisa procedía de un conejo de monte, que sin duda Mestres había cobrado en una de sus cacerías.
Ante la irrefutabilidad de los argumentos de la defensa, el fiscal se encolerizó, sintiéndose engañado por su perito. Se descubrió que el perito de la fiscalía se había presentado como médico, cuando era solamente un estudiante de la Facultad de Medicina, y el fiscal acabó querellándose contra él.
A pesar de todo, el jurado se encontraba muy dividido (6 votos a favor de la absolución y 6 en contra). Finalmente, el magistrado, León Bonel aplicó el principio jurídico de In dubio pro reo y decretó la puesta en libertad del acusado.
Pero a pesar de la absolución muchos seguían creyendo en la culpabilidad de Joan Mestres. Incluso su abogado tenía sus dudas. Pero años más tarde, un individuo, in articulo mortis confesó el doble crimen. Así que la ayuda de Cajal y su colaboración en el proceso sirvió para salvar a un inocente acusado injustamente de asesinato.
En el Trull de les Valls, una finca solitaria en Torrelles de Foix (Vilafranca del Penedès), tuvo lugar un horrible suceso que encolerizó a la opinión pública. Se habían encontrado los cadáveres de dos menores degollados salvajemente.
Pronto se detuvo a un sospechoso al que todos los indicios apuntaban como el culpable, un joven llamado Joan Mestres Solé, personaje muy introvertido, aficionado a la caza y a vagar en solitario por los montes del lugar. Por lo visto, los chicos asesinados se reían de él y le hacían continuas bromas y chanzas, y algunos testigos declararon que Mestres los había amenazado en más de una ocasión.
Robert Thom. Ramón y Cajal en el laboratorio (1926) Óleo sobre lienzo. 92 x 107 cm. Universidad Complutense. Madrid. |
La prueba inculpatoria definitiva, fue el hallazgo de una camisa manchada de sangre entre las posesiones del inculpado. Se acusó al sospechoso de haber intentado lavar la prenda para eliminar los restos de sangre. El fiscal presentó a un perito, Álvaro Becerra del Toro, que certificó que la sangre era humana y se pidieron dos penas de muerte. El abogado defensor, Clos pudo demostrar que no se había lavado la camisa, pero lo cierto es que la mancha de sangre seguía siendo una prueba delatora.
A pesar de que era difícil soslayar el argumento del fiscal, el abogado Clos intentó una última baza. Pidió la opinión del más insigne histólogo del país, Santiago Ramón y Cajal, que por entonces residía en Barcelona, ya que era catedrático de la Facultad de Medicina, que escuchó el relato del letrado atentamente. Tras la exposición de Clos, Cajal se extrañó de que el perito de la fiscalía determinara sin haber hecho ninguna prueba y con tanta seguridad, que la sangre era humana. Y más cuando de ello dependía la vida de un hombre. Cajal le dió ciertos argumentos al abogado, que no tuvo más que repetirlos ante el tribunal.
Placa conmemorativa en el aula donde Cajal impartía sus clases de Histología. Colegio de Médicos de Madrid. |
Además, Cajal designó a su mejor ayudante, el Dr. Josep Soler i Roig, como perito en el proceso. Soler i Roig (que más tarde fue un eminente cirujano) y dos médicos más demostraron que la sangre de la camisa procedía de un conejo de monte, que sin duda Mestres había cobrado en una de sus cacerías.
Ante la irrefutabilidad de los argumentos de la defensa, el fiscal se encolerizó, sintiéndose engañado por su perito. Se descubrió que el perito de la fiscalía se había presentado como médico, cuando era solamente un estudiante de la Facultad de Medicina, y el fiscal acabó querellándose contra él.
A pesar de todo, el jurado se encontraba muy dividido (6 votos a favor de la absolución y 6 en contra). Finalmente, el magistrado, León Bonel aplicó el principio jurídico de In dubio pro reo y decretó la puesta en libertad del acusado.
Pero a pesar de la absolución muchos seguían creyendo en la culpabilidad de Joan Mestres. Incluso su abogado tenía sus dudas. Pero años más tarde, un individuo, in articulo mortis confesó el doble crimen. Así que la ayuda de Cajal y su colaboración en el proceso sirvió para salvar a un inocente acusado injustamente de asesinato.
Cajal y un grupo de estudiantes realizando una autopsia. Colegio de Médicos de Madrid |
Consejo a un opositor
A finales del s. XIX las plazas de profesor universitario se cubrían mediante una dura oposición, consistente en una batería de exámenes y pruebas que debía valorar un tribunal. Se llamaba oposición porque al haber una sola plaza, los otros candidatos que se presentaban se oponían, intentando señalar todos los defectos y errores que se detectaban en los ejercicios de los contrarios. Y naturalmente, ejercían este derecho para hacerse con la plaza.
La opinión del presidente del tribunal era crucial para la valoración de los candidatos y las simpatías o compromisos que éste tenía con uno u otro podían ser decisivos. Muchas veces, desgraciadamente, influían factores no meramente académicos en el veredicto.
El propio Cajal sufrió la injusticia del "amiguismo" en propia carne en la primera oposición a la que se presentó, en la que se optaba a la plaza de profesor de la Universidad de Granada (1879). Cajal había realizado un ejercicio mucho mejor que los otros opositores, pero no le dieron la plaza, que estaba reservada a un amigo del presidente del Tribunal, mucho menos preparado que él:
Cajal se enfadó muchísimo ante tamaña injusticia. Más tarde, en otra oposición, sacó la plaza de catedrático de Valencia. Con los años Cajal, de natural escéptico, fue viendo que la lacra del enchufe era difícil de soslayar en la Universidad Española.
Un día un opositor, candidato a una de estas plazas de profesor le preguntó a Cajal si le veía posibilidades de éxito. Había estudiado mucho y se había esforzado considerablemente.
A finales del s. XIX las plazas de profesor universitario se cubrían mediante una dura oposición, consistente en una batería de exámenes y pruebas que debía valorar un tribunal. Se llamaba oposición porque al haber una sola plaza, los otros candidatos que se presentaban se oponían, intentando señalar todos los defectos y errores que se detectaban en los ejercicios de los contrarios. Y naturalmente, ejercían este derecho para hacerse con la plaza.
La opinión del presidente del tribunal era crucial para la valoración de los candidatos y las simpatías o compromisos que éste tenía con uno u otro podían ser decisivos. Muchas veces, desgraciadamente, influían factores no meramente académicos en el veredicto.
El propio Cajal sufrió la injusticia del "amiguismo" en propia carne en la primera oposición a la que se presentó, en la que se optaba a la plaza de profesor de la Universidad de Granada (1879). Cajal había realizado un ejercicio mucho mejor que los otros opositores, pero no le dieron la plaza, que estaba reservada a un amigo del presidente del Tribunal, mucho menos preparado que él:
"En efecto, el tribunal, salvo alguna excepción, constaba de amigos y clientes del que por entonces ejercía omnímoda e irresistible influencia en la provisión de cátedras de Medicina".
Cajal: Recuerdos de mi vida (I, XXVI)
Cajal se enfadó muchísimo ante tamaña injusticia. Más tarde, en otra oposición, sacó la plaza de catedrático de Valencia. Con los años Cajal, de natural escéptico, fue viendo que la lacra del enchufe era difícil de soslayar en la Universidad Española.
Un día un opositor, candidato a una de estas plazas de profesor le preguntó a Cajal si le veía posibilidades de éxito. Había estudiado mucho y se había esforzado considerablemente.
- ¿Me ve usted posibilidades, Prof. Cajal? ¡Me he preparado mucho!Cajal, muy serio, miró largamente al preocupado opositor. Al final le dijo:
- ¿Sabe jugar usted al billar?
- Pues no - respondió azarado el candidato - ¿por qué me lo pregunta?
- Es una lástima. El presidente del tribunal juega cada día después de comer. Dice que le ayuda a hacer la digestión. Y todos los opositores intentan jugar con él. Me temo que ha perdido usted el tiempo y la oposición.
Una supuesta broma de los estudiantes
Un día de 1906, hacia la madrugada, llamaron a la casa de Cajal. Su esposa Silveria abrió. Era un telegrama de Estocolmo, en el que la Academia de Ciencias de Suecia comunicaba a don Santiago que había recibido el Premio Nobel de Medicina. Su mujer fue a decírselo, muy excitada. Pero Ramón y Cajal no se lo creía.
- "Bah! Esto son cosas de los estudiantes - dijo - Una broma que me han querido hacer. Cosas de chicos".
Y tranquilamente, se giró y continuó durmiendo. Después, al leer la prensa, supo que era verdad.
Diploma del Premio Nobel otorgado a Ramón y Cajal en 1906 |
Aunque Ramón y Cajal intentó pasar desapercibido tras recibir la notificación en la que se le notificaba su galardón.
"Ante la perspectiva de felicitaciones, mensajes, banquetes y otras molestias tan honorables como conflictivas, traté durante los primeros días ocultar la noticia, pero todo fue en vano, pronto la chismosa prensa la difundió a los cuatro vientos y no tuve más remedio que hacerme visible a los ojos de todo el mundo".
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