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miércoles, 24 de agosto de 2016

De los zapatos viejos al pie de atleta.





Vincent Van Gogh

 Zapatos viejos con cordones
(1886)

Óleo sobre lienzo. 37,5 x 45 cm.
Museo Van Gogh. Amsterdam.  



Son unos zapatos viejos abandonados. Los lazos están desabrochados, medio salidos de sus orificios, pero según Derrida, esbozan un nudo, casi como una trampa vacía, preparada para atrapar algo. El lazo se sitúa casi donde suele ir la firma, mientras que la firma del artista se encuentra desplazada arriba a la izquierda. 

Los lazos son casi una trampa, tendida a los espectadores. A los que creen - equivocadamente - que se trata de un par de zapatos. Porque los dos zapatos están además, desparejados. Parecen ser ambos del pie izquierdo. Uno más alto que el otro. ¿Tal vez un símbolo de los hermanos Van Gogh, que se parecían aunque no eran iguales? ¿O una velada alusión a un matrimonio desigual?. 

Los viejos zapatos reposan en un fondo pardo, pero este fondo no es tampoco un suelo. No es nada fijo y estable, y las botas parece que floten contra este fondo inmaterial y mísero. Una técnica que ya había utilizado Velázquez cuando pintó al Bufón Don Pablos o Pablo de Valladolid (Museo del Prado) o Édouard Manet en El pífano (Musée d'Orsay). Un recurso que pone en valor al personaje (o en este caso al objeto) separándolo completamente del entorno. Solamente el protagonista de la pintura y en todo caso, el esbozo de su sombra, sin más.

Heidegger, en su obra El origen de la obra de arte, comenta que en este cuadro nos encontramos con tres posibles visiones: 
1) la desnudez del objeto, desprovista de utilidad alguna 
2) los zapatos como producto, que tal vez fueron en su día útiles a una campesina
3) la obra de arte.  

La cosa exhibe su desnudez: es lo que queda cuando se deshecha algo que sirvió, pero ya no sirve. Su inutilidad es total, absoluta. Se han desvestido de su función y ya no son más que un cadàver, algo que fue pero ya no es. 

El producto, en pasado, sirvió a una campesina. Es curioso como Heidegger da por supuesto que fue el calzado de una mujer y no un hombre, cuando no hay nada que indique si perteneció a una mujer o a un hombre. O tal vez uno es de hombre y otro de mujer. En todo caso, si todavía le damos el nombre de zapatos es por su antigua función, que ya no cumplen.


Van Gogh pintó repetidamente zapatos viejos

Pero Heidegger no habla del objeto ni de su función. Habla del cuadro. Habla de una obra de arte. De algo bello dentro de su aparente miseria y fealdad. Lo que realmente queda es la pintura. Todo lo demás - objeto, función - ya ha desaparecido.

Algunos historiadores creen que Van Gogh encontró estos zapatos viejos en el Marché aux puces (rastro) de París y se los llevó a su estudio. Al parecer no le fueron bien, y decidió usarlos como modelo para pintar una Naturaleza muerta. El resultado fue uno de los más célebres cuadros de la Historia del Arte. 

El viejo dermatólogo piensa en todo esto cuando contempla, arrobado, esta pintura. Y no puede evitar recordar los viejos zapatos que a veces ha visto en su consulta. Muchas veces asociados a pies con micosis, con tiñas interdigitales o a onicomicosis. Al famoso pie de atleta. Por cierto, lo de atleta poco o nada tiene que ver con el deporte. Este nombre se lo puso un médico norteamericano, el Dr. Charles Pebst (1888-1971) del Greenpoint Hospital de Nueva York. Pebst  vió un gran número de casos de micosis en los pies de los "hombres-anuncio", muy habituales en aquel tiempo en Nueva York y que eran conocidos con el nombre de "atletas". Estos personajes se paseaban por toda la ciudad con una doble pancarta publicitaria que llevaban colgada sobre su pecho y espalda, a modo de sandwich. Su jornada laboral era larga y durante la misma recorrían grandes distancias con la finalidad de hacer omnipresente su mensaje publicitario. Iban calzados con botas resistentes para tan grandes caminatas, que debían además protegerles del frío y de la metereología adversa, en muchas ocasiones. Este calzado y estas condiciones de trabajo suponían un excelente medio para el desarrollo de los hongos. A estas micosis de los pies, Pebst les empezó a llamar "pies de atleta", refiriéndose a los atletas publicitarios. El nombre ha hecho fortuna, pero ya nadie se acuerda de aquellos "atletas" que paseaban sus anuncios y actualmente se suele relacionar el apelativo con los deportistas. 

El dermatólogo recuerda que en estos casos no sólo los pies deben ser tratados, sino que a veces, también los zapatos. O bien deben de ser deshechados, como los de la pintura de Van Gogh. Una visión más - la del calzado también enfermo - que viene a añadirse a las diversas formas de mirar un cuadro. 


Bibliografía

Derrida J. La verité en peinture. Édition Flammarion. Paris, 1978

Heidegger. El origen de la obra de arte. Fondo de Cultura Económica, México, 1973


Crissey JT, Parrish LC. The Dermatology and Syphilology in the Nineteenth Century. Praeger. New York, 1981. 

Sierra X. Historia de las micosis cutáneas. Mra creación y realización editorial. Barcelona, 2004


Jansen L, Blühm A, Batchen G. What of Shoes? Looking at Van Gogh’s Shoes. 2009. 





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