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lunes, 18 de julio de 2016

Rascarse (II): peor el remedio que la enfermedad





Marina Núñez

  Sin título (serie monstruas)
(1997)

Óleo sobre lino. 235 x 136 cm
  




En la entrada anterior, comentábamos la historia de Carmen, una paciente que no dejaba de rascarse. La explicación es que abrumada por diversos problemas, encontraba en el rascado un alivio, una manera de autoconsolarse. Era un acto compulsivo, como un tic, que era difícil de evitar. 

Sucede muchas veces cuando tenemos problemas sin resolver, preocupaciones acuciantes o estrés, que adquirimos la costumbre de rascarnos en un punto - siempre el mismo - y obviamente al alcance de la mano. A veces cualquier lesión menor nos llama la atención: una picadura de insecto, un pelo enclavado, un granito de acné. Mientras damos vueltas a nuestras preocupaciones, nos rascamos en aquel punto. Encontramos un cierto placer al hacerlo, como si nos relajáramos. 

Pero cuando los rascados son continuos, la piel se defiende, engrosándose. Se forman entonces placas mal limitadas de piel gruesa, con surcos más marcados, generalmente pigmentados, que a veces presentan pequeñas heridas, erosiones o arañazos de rascado en su superficie. Y el prurito, que tal vez al principio era ocasional o insignificante, ahora es intenso, con un ardor vivo. Cuando esto sucede, ya es difícil dejar de rascarse. 


Marina Núñez. Sin título (serie Monstruas) Óleo sobre lino 235 x 136 cm www.marinanunez.net

A estas lesiones, los dermatólogos las llamamos liquenificaciones (por su semejanza con un liquen, una enfermedad de la piel en la que los surcos se ven más marcados y hay zonas que adquieren un cierto relieve). Otros prefieren el nombre de neurodermitis, ya que es una enfermedad de la piel causada por problemas neuropsíquicos. No es esta la íunica enfermedad de la piel que se produce a consecuencia del estrés o de nuestros problemas emotivos. Hasta un 20% de todas las enfermedades de la piel pueden relacionarse con estas causas. 

Pero dejemos que nos lo explique el inefable Doctor Behrens de La Montaña Mágica (Der Zauberberg) de Thomas Mann escrita entre 1911 y 1923: 

- Así pues, ¿la piel...? ¿Qué quiere que le cuente de esa superficie de sus sentidos? Es un cerebro externo, ¿lo comprende? Ontogénicamente hablando, tiene el mismo origen que nuestros pretendidos órganos superiores, aquí arriba, en nuestro cráneo: el sistema nervioso central. 


Para ilustrar esta entrada y la entrada anterior nos han parecido muy adecuadas algunas obras de la pintora contemporánea Marina Núñez (Palencia, 1966). En ellas se refleja lo terrible de la tortura del prurito y del rascado pertinaz. En las caras de las protagonistas podemos percibir la desazón, la ansiedad, el desconcierto. Rascan su piel de forma repetida como una salida a algo a lo que no encuentran salida. El rascado, que se inició como un consuelo, se ha apoderado de ellas encerrándolas en un círculo del que les va a ser muy difícil salir. A Marina, muy interesada en el arte cyborg y en las monstruosidades, no le han pasado desapercibidas las pequeñas tragedias que abundan - mucho más de lo que nos parece - a nuestro alrededor (1). 

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