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lunes, 30 de mayo de 2016

La surcada piel de los campesinos del Cristo de la sangre






 Ignacio Zuloaga

El Cristo de la Sangre 

Óleo sobre lienzo. 248 x 302 cm

Museo Reina Sofía. Madrid. 



Ignacio Zuloaga (1870-1945) es considerado el máximo representante de la escuela vasca en el cambio de siglo. Cultivó especialmente retratos y escenas costumbristas. Su pintura - muy influído por Ribera y por Goya - se caracteriza por el naturalismo, con un decidido dibujo y sus tonalidades oscuras y azuladas, por lo que se ha contrapuesto a otro pintor de su tiempo, Joaquín Sorolla, que pintaba con una bien conocida luminosidad. 

Zuloaga, aunque vasco, estuvo muy vinculado a las tierras de Castilla, especialmente a Segovia y a Ávila. Su pintura tenebrosa recogía elementos reales (rostros auténticos y el paisaje castellano) para aunarlos con elementos simbólicos y con ciertas dosis de religiosidad mística. El resultado es una pintura austera, algo adusta, que llega a ser casi trágica. 

Este es el caso de "El Cristo de la Sangre". Zuloaga encuadra la escena en un marco de paisaje castellano, en el que aparece al fondo la ciudad amurallada de Ávila. El pintor elige las  tonalidades oscuras y azuladas propias del crepúsculo, que aumentan el dramatismo del momento. La escena está presidida por un Cristo barroco, con la cara cubierta por la cabellera de mujer que solía ponerse en algunas de estas imágenes para aumentar su realismo. En el extremo izquierdo del cuadro, un enjuto clérigo como los que en la época abundaban en los pueblos castellanos, lee su breviario. El resto de la escena está compuesta por campesinos metidos a cofrades, que portan grandes cirios y aparecen en diversas actitudes devotas. El contraste viene dado por una figura casi central con una gran capa roja. Su cromatismo contrasta vivamente con los apagados colores del resto de la obra. Su color rojo capta enseguida la mirada del espectador, que rápidamente relaciona la sangre del Cristo con la destacada capa roja. 

Detalle de la cara de un campesino.
Las arrugas que surcan su rostro delatan una prolongada exposición solar


El conjunto es un retrato muy realista de la Castilla profunda. De este cuadro el filósofo Miguel de Unamuno dijo que todos los elementos están tomados de la realidad y que el papel del artista se limitó a saberlos combinar simbólicamente. Los rostros que retrata Zuloaga son personajes del mundo rural, que precisamente se caracterizan como campesinos por su piel. Una piel morena, expuesta al sol de tantas siegas, en la que podemos apreciar unas arrugas profundas en cara y cuello, debido a la elastosis solar. Las arrugas se convierten en profundos surcos en la nuca, donde Zuloaga pinta con precisión el llamado cutis romboidalis. Se llama cutis romboidalis a la formación de arrugas profundas y bien marcadas que dibujan una forma característica de rombo en  la zona de la nuca y que delatan de forma inequívoca la acción crónica de los rayos ultravioleta del sol. Es típico y característico de personas sobreexpuestas como campesinos, albañiles o marinos. 

Cutis romboidalis en la nuca de otro personaje.
El Cristo de la Sangre es quizá el mejor exponente del espíritu de la generación del 98, tomando un claro partido por el simbolismo. En él hallamos elementos folklóricos como definición del país, un país conservador y retrógrado donde todavía se celebran procesiones de flagelantes y donde persiste una religiosidad casi supersticiosa, que Zuloaga transmite con sus personajes que parecen salidos de una visión del Greco. Un país donde el clero (encarnado en el cura del pueblo, que mira de reojo la escena) todavía ejerce un importante poder sobre los campesinos. Los colores sombríos que elige Zuloaga no son casuales, sino también simbólicos: indican el crepúsculo de un país decadente y preso por su falta de apertura al mundo.  


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