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lunes, 23 de mayo de 2016

La piel torturada (I): la doncella de hierro










Doncella de hierro

Instrumento de tortura. Hierro. 

Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo. 




Hace años, en mi ejercicio de dermatólogo, atendí a una mujer que acababa de llegar de Guinea, donde había sido recluida en prisión por haberse opuesto políticamente a la  tiranía del dictador Teodoro Obiang. La habían torturado de forma terrible. No describiré ni pormenorizaré aquí las lesiones que presentaba, pero sí os diré que dejaron en mí una profunda impresión y que las recordaré toda mi vida como un ejemplo del dolor que los hombres pueden llegar a causar en sus semejantes. 

La práctica de la tortura ha sido - y todavía es, lamentablemente - un instrumento del poder para reprimir, castigar, someter, atemorizar y obtener confesiones forzadas (muchas veces falsas, aceptadas únicamente por el torturado como alternativa al insoportable dolor). Los métodos de tortura han sido innumerables, pero destacan dos grupos: los dirigidos a provocar dolor en piel, mucosas o tejidos blandos y los que provocan dolor por distensión o rotura articular. Naturalmente, hay otros métodos, como la ingesta forzada de líquidos para distender el estómago, pero la mayoría pueden agruparse en estos dos grupos, ya que son estructuras de fácil acceso y dotados de una gran cantidad de terminaciones nerviosas. 

Los métodos dirigidos a causar dolor cutáneo se basaban básicamente en instrumentos punzantes  o desgarradores y los que producían quemaduras. Entre los primeros estaba uno de los más escalofriantes ingenios de tortura: la llamada doncella de hierro, un horripilante instrumento de castigo. Según creen algunos, este invento infernal fue usado primero en Nuremberg, al parecer para castigar los falsificadores de monedas y más tarde fue usado por la Inquisición. 

La doncella de hierro era una especie de ataúd o tonel de este metal, con el interior vacío. Por fuera tenía una forma antropomorfa, remedando el cuerpo de una mujer, de donde le vino su nombre. Disponía de una o dos puertas, también de hierro, que podían abrirse para permitir albergar un reo en su interior. En parte la tortura se basaba en el reducido espacio y en la oscuridad y aislamiento. Las puertas de la doncella de hierro tenían un grosor considerable. Al parecer fueron especialmente concebidas para asegurarse de que los gritos de dolor del condenado no pudieran ser escuchados mientras ambas puertas estuviesen cerradas. Pero lo peor era que la superficie interna estaba tapizada por aguzadas púas, que se clavaban en la carne del preso al cerrar la puerta. Los clavos se solían colocar de manera que no hirieran órganos vitales, y también podía regularse su longitud o graduar la puerta para no cerrarla del todo, prolongando así más el sufrimiento del torturado. 



Máquinas de maldad: la doncella de hierro: 





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