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lunes, 16 de noviembre de 2015

Dedos de Madonna






Pinturicchio


Virgen y Niño bendiciendo

(1480)

Óleo sobre tabla 53'5 x 35'5 cm
National Gallery. Londres.  



El culto mariano, que se había introducido en Oriente a partir del Concilio de Éfeso (s. V) no se desarrolló en Occidente de forma significativa hasta el s. XII, siendo S. Bernardo uno de sus más claros impulsores. 

En una primera etapa, la del Románico, la iconografía representa a la Madre de Dios  sentada en un trono. Suele sostener en la mano un fruto o un orbe. Su actitud es hierática, su mirada es inexpresiva y el Niño se sienta a su vez sobre su madre (María, trono de Sabiduría) con su mismo hieratismo.  Es la época feudal. Los señores, y aún más los Señores divinos no pueden dar muestra de sufrimiento, ni siquiera de sentimiento. Su impenetrable mirada está dirigida a juzgar y a inquirir. 

Más adelante, ya en la época del Gótico, la Virgen ya con actitud algo más maternal, suele representarse de pie, con una grácil curvatura sosteniendo el niño en brazos. Su actitud suele ser regia y se confunde a veces con un estereotipo de reina o de noble mujer feudal.



Algunos detalles de la Pietà de Miguel Ángel, mostrando los dedos largos y afilados (Vaticano)


La Virgen en el Renacimiento (especialmente en el Quattrocento) se feminiza, muestra los rasgos que se consideran en aquel momento como propios de su sexo. Las Vírgenes o Madonnas del Renacimiento obedecen a unos cánones formales determinados, modeladas por la ideología imperante. Aparecen las escenas de la Anunciación, de forma cada vez más frecuente, en las que María toma un aire sumiso y delicado, aunque no exenta de cierta coquetería, muy acorde con la idealización de la mujer de la época: Piel muy blanca, facciones muy delicadas, estilización de las formas, manos alargadas. 



Bellini: Virgen con el niño y una pera. 

Giovanni Bellini: Madonna degli alberetti (1487) 

Gallerie dell'Accademia, Venecia. 


Fijémonos en este último punto: las manos. Aparecen blancas, marfileñas, con dedos muy largos y estrechos, a veces algo afilados en las puntas. Un estereotipo que se repite una y otra vez, y que obedece al canon de belleza de manos que era apreciado en una mujer en aquella época. Manos de señoras de la aristocracia, que no trabajaban (ni en la casa ni en el campo) ya que estos menesteres eran confiados a las sirvientas. 

En los libros de Dermatología, especialmente en los autores de tradición germánica, cuando se describe el cuadro clínico de la esclerodermia sistémica progresiva se suele aludir a los dedos alargados, afilados y con la piel indurada, de aspecto que recuerda al marfil, con el nombre de Madonnenfinger (dedos de Madonna). En realidad, la piel de estos enfermos, de notable dureza, hace que tomen un aspecto parecido a las Madonnas renacentistas. 




Taller de Sandro Botticelli: Madonna. 


Los dedos de Madonna no son sin embargo exclusivos de la esclerodermia. En otras enfermedades pueden observarse aspectos similares, como en el síndrome de Marfan, por ejemplo. Por eso se habla de esclerodactilia en estos procesos patológicos. 

Por supuesto que las Madonnas renacentistas no tenían esclerodermia ni enfermedad alguna. Simplemente obedecían a un canon estético de la época. Pero este canon ha servido para comparar el aspecto de las manos de algunos enfermos de una manera más o menos poética. Y les ha dejado el nombre: los dedos de la Virgen. Aunque a veces, al contemplar algunos casos avanzados de esclerodermia, en los que también suele haber ulceraciones y calcinosis uno no puede evitar pensar: "Virgen santa, que dedos!"


Vittore Carpaccio: Virgen y niño bendiciendo (1505-1510) 
National Gallery of Art, Washington.


























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