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viernes, 11 de enero de 2019

Daktarin, Daktarin







Miquel Barceló 

Mercado de Sangha


Acuarela sobre papel 





Uno de los primeros tratamientos para las micosis fue la nistatina, investigada en 1948 a partir de Streptomyces noursei, un microorganismo aislado de la tierra de New York state, de donde derivó su nombre (nystatine = N.Y. State) Pero la actividad de la nistatina era solamente efectiva para tratar los hongos levaduriformes (como los del género Candida) pero no tenía acción alguna ante los hongos filamentosos como los dermatofitos, productores de las tiñas del cuerpo y del cabello. 




Miquel Barceló: Cuaderno de África



















Se tuvo que esperar a finales de la década de los 50 para comenzar a experimentar con compuestos imidazólicos, como el clotrimazol o el miconazol. Este último se comercializó con el nombre de Daktarin®. 

El motivo por el que se optó por el nombre comercial de Daktarin arranca de una curiosa historia. El laboratorio belga Janssen que sintetizó el miconazol decidió realizar la fase de experimentación humana en el Congo, que todavía estaba bajo la ocupación colonial de Bélgica. 


Miquel Barceló: Cuaderno de África.


Las tiñas eran bastante habituales entre los niños de los poblados congoleños, que veían como los médicos belgas distribuían un misterioso producto que las hacía desaparecer en poco tiempo. Por eso, cuando el equipo médico llegaba a uno de estos remotos poblados, los recibían con gran algarabía y gritos de "Daktarin, Daktarin", que significaba "Doctor, Doctor" en swahili, la lengua propia del país, intentando llamar la atención de los sanitarios y ser seleccionado para recibir tratamiento.  

Algunos años más tarde, cuando se comercializó el miconazol, alguien se acordó de los gritos de los niños congoleños y decidió poner este nombre al producto comercial.  




jueves, 10 de enero de 2019

Isabel I Tudor (y IV): un maquillaje peligroso






Quentyn Metsys el Joven 

Retrato de Isabel I
(1583)

Óleo sobre tabla
Pinacoteca Nazionale. Siena. 



En entradas anteriores me he referido a los aspectos políticos y a la vida erótico-sentimental de la reina Isabel I Tudor. Me referiré hoy a un aspecto de gran interés como son los hábitos cosméticos de la soberana. 

Se me puede decir que las costumbres cosméticas de la reina virgen no tienen un gran interés. O no más que el de otros personajes de la aristocracia de su tiempo. Pero el caso de Isabel merece un comentario detallado. 


Isabel llevaba siempre puesto este anillo,
que contenía un retrato oculto
de su madre, Ana Bolena
Ya hemos visto que Isabel era una reina muy presumida. Llevaba una gran profusión de joyas, engarzadas en el pelo sobre el vestido, y sobre todo un sinfín de anillos que le gustaban mucho. Tenía especial afecto por el anillo de la coronación, en el que estaba oculto un retrato de su madre, Ana Bolena, y que nunca se quitó durante 44 años. Dicen que tuvieron que serrarlo porque hacía tantos años que lo llevaba que le era imposible sacarlo. Los vestidos de la reina eran espectaculares, aparatosos y suntuosos hasta límites difíciles de explicar.  


En concordancia, Isabel cuidaba también mucho su aspecto personal. Como era moda en las damas de su época, se rasuraba la línea frontal de implantación del pelo, mostrando así una frente despejada y ancha rasgo que era considerado de gran belleza. Algunos autores con cierta impericia confunden esta moda con una alopecia de la línea frontal, pero no hay que cometer este error. El rasurado frontal era un hábito frecuente entre la aristocracia. También se procedía a la depilación total de cejas. 



 Nicolas Hilliard: El llamado "retrato del pelícano".
Se refiere a que como los pelícanos, que alimentan a sus crías con su sangre
Isabel criaba con su propia sangre a la Iglesia de Inglaterra


El aspecto más importante era el maquillaje. Los maquillajes eran en la época de bastante precio, tanto o más suntuario que las joyas, y maquillarse era un indudable signo de distinción. Isabel no aparecía nunca en público sin maquillar. Pelirroja como su padre, Isabel tenía la piel blanca, con un fototipo muy bajo. Pero ella quería acentuar más todavía este aspecto. La piel blanca en una dama era muy bien valorada en la época, y sinónimo de belleza. Además la blancura inmaculada de su piel le daba un aire teatral, casi sobrenatural, y también tenía un gran simbolismo: el blanco es sinónimo de virginidad y por lo tanto la reina virgen tenía que ser de una blancura superlativa. 

El maquillaje que se aplicaba la reina era conocido como cerusa de Venecia o albayalde (de la voz árabe al-bayád: la  blancura). Estaba compuesto básicamente por carbonato de plomo tratado con vinagre, al que se añadía clara de huevo para permitir que se adhiriera bien a la piel. En ocasiones, también llevaba trazas de arsénico. Los alquimistas consideraban que el plomo estaba bajo la protección de Saturno (de ahí que todavía hoy a la intoxicación por plomo la conozcamos como "saturnismo") y esto justifica que este maquillaje también se llamara "espíritu de Saturno" o "polvos de Saturno". 




Los maquillajes a base de plomo no eran nuevos. El albayalde ya había sido usado por las mujeres romanas. En el s. XVI vuelve a introducirse en cosmética, siendo muy popular hasta el s. XIX. Una práctica bastante temeraria, ya que el producto tiene una elevada toxicidad. 

Isabel usaba el albayalde con gran prodigalidad. Su cara estaba llena de hoyos cicatriciales, recuerdo de una viruela de la que, si bien había podido sobrevivir, le había dejado huellas indelebles en su piel, un gran número de cicatrices profundas. La reina se aplicaba el maquillaje en capa gruesa, en toda la cara, en la frente depilada, en el cuello, en el escote... La gruesa capa de cerusa no solamente ocultaba las indiscretas cicatrices varioliformes, sino que era también útil para esconder las incipientes arrugas. La reina se ponía la el maquillaje con prodigalidad, sin desprender siquiera la capa anterior, y al final su cara era una máscara de albayalde, inexpresiva, hierática, pero eso sí, de un blanco radiante, casi de porcelana y por supuesto, sin rastro de cicatrices ni de arrugas. 

Además de la cerusa veneciana, Isabel usaba también una sombra de ojos de kohol. El kohol (ya usado en tiempos del Antiguo Egipto) es un polvo de galena triturada (y por lo tanto con más sales de plomo). Para dar color a los labios o a las mejillas usaba carmín, que se obtenía de cera de abejas y de jugos de algunos vegetales, como amapolas, por ejemplo. Una novedad del momento que también usaba Isabel era el carmín elaborado con los élitros de las cochinillas de los cactus, procedente de las Indias, y que tenía un alto precio. Era mucho más intenso y brillante que los de origen vegetal. También era muy caro y aparecer maquillada de este modo era tan suntuoso como llevar joyas: una clara declaración de status social. A veces Isabel también se aplicaba estos toques rojizos en la nariz. 


Retrato de Isabel I pintado después de 1620.
Es un retrato alegórico en el que aparece con semblante preocupado. 

La alegoría del sueño està a su  derecha y la de la muerte a su  izquierda.
Dos putti sostienen la corona sobre su cabeza.  
































Porque una de las obsesiones de Isabel era luchar contra el paso del tiempo. Mantenerse eternamente joven. Una obsesión que comparten muchas mujeres de nuestro tiempo, ignorando que el tiempo no se detiene jamás. 

El uso y abuso de maquillajes de plomo terminó por mostrar los signos de su toxicidad: despigmentaciones irregulares de la piel, caída de cabellos, alteraciones dentales... Signos incipientes de un saturnismo larvado. 

A Isabel se le alteraban los dientes. Los tenía ennegrecidos. El plomo se acumulaba en sus encías formando el ribete grisáceo conocido como ribete de Burton, signo claro de saturnismo. Pero no solo eso. La soberana era muy golosa y consumía grandes cantidades de azúcar, lo que contribuía a las abundantes caries dentales que padecía. Tuvieron que extraerle varias piezas, aunque nunca accedió a que le arrancaran los incisivos. Cuando sonreía mostraba unos dientes medio consumidos, negruzcos. Para disimular dispuso que todas las damas de la corte se pintaran los dientes de color negro. Así ya no era la única con la boca deteriorada. 

No sabemos a ciencia cierta cual fue la causa de la muerte de Isabel I. Pero la aplicación continuada de sales de plomo en amplias zonas de la piel hace sospechar que pudo tratarse de una intoxicación. La intoxicación crónica por plomo se conoce como saturnismo. Produce anemia y disminución del nivel de consciencia, alteraciones mentales, palidez grisácea de la piel y malestar general. En las encías aparece una línea grisácea que se conoce como ribete de Burton y que se produce al reaccionar el plomo eliminado por la saliva con restos de alimentos.  

Isabel dispuso que no se la embalsamara tras su muerte, contrariamente a la costumbre, que obligaba a tratar así los cuerpos de los monarcas. Tal vez no quería que durante el proceso se examinara su cuerpo y pudieran hallar en su cuerpo alguna cuestión que pusiera en entredicho su legendaria virginidad. O tal vez no quería que nadie la viera sin su eterno maquillaje blanco.



Cortejo fúnebre de Isabel I de Inglaterra


Isabel I de Inglaterra:

I. La reina virgen 

II. Las razones de la virginidad

III. Virgen, pero con amantes

IV. Un maquillaje peligroso 




miércoles, 9 de enero de 2019

Isabel I Tudor (III): virgen, pero con amantes





Quentyn Metsys el Joven 

Retrato "del tamiz" de Isabel I
(1583)

Óleo sobre tabla
Pinacoteca Nazionale. Siena. 



Metsys retrató a la reina Isabel I como Tuccia, una vestal. Las vestales eran las sacerdotisas vírgenes que custodiaban el fuego sagrado del templo de Vesta en Roma. Tuccia demostró su virginidad consiguiendo llevar un tamiz lleno de agua desde el Tíber hasta el templo de Vesta. Y eso es lo que lleva Isabel en su mano: un tamiz. En la escena aparecen diversos símbolos de majestad imperial, incluida una columna con una corona en su base y un globo terráqueo. El retrato está firmado en la base del globo terráqueo 1583. Q. MASSYS ANT (es decir, de Antwerpen).


El paralelismo entre la reina Tudor y Tuccia no es casual. Como la vestal, Isabel tuvo que defenderse con brillante oratoria cuando se puso en duda su virginidad. Fue un episodio temprano, que tuvo lugar en su adolescencia. Isabel como hemos visto vivía con su madrastra Catalina Parr y el segundo marido de ésta, Thomas Seymour. Pero Seymour intentó seducir a la joven Isabel. O algo así. Tal vez fue más bien un caso de abuso sexual: Isabel tenía 14 años y Thomas 39. El caso es que la esposa de Seymour, Catalina los encontró en una actitud "comprometida" y estalló un escándalo de grandes proporciones. Thomas Seymour fue acusado de traición y ejecutado poco después. Isabel, que era muy elocuente y tenía grandes dotes de persuasión, se defendió, convenciendo a todos de su inocencia, pero no pudo evitar ser recluida preventivamente en su residencia.  Tal vez este episodio marcó para siempre a la joven Tudor, y la volvió desconfiada en sus relaciones con el sexo opuesto. Y siempre se negó a contraer matrimonio. 


Marcus Gheeraerts el Viejo: Retrato de Isabel I
con una rama de olivo en la mano, símbolo
de la paz. Uno de los personajes que aparecen
representados en el fondo es Robert Dudley

No fue este el único episodio erótico-sentimental en la vida de Isabel. Robert Dudley (1533-1588) fue uno de los primeros compañeros de juegos de la princesa durante su infancia. Era 
hijo del duque de Northumberland, y con el tiempo la amistad se fue convirtiendo en algo más, y los juegos de niños se transformaron en otro tipo de juegos. Pero en 1550 el joven se casó, aunque Isabel no olvidó del todo a Robert. Cuando Isabel fue coronada reina, Robert Dudley se convirtió en su principal consejero y obtuvo tierras, títulos y favores. Dudley se instaló en las habitaciones contiguas a las de la reina y se rumoreaba que tenía acceso a los aposentos reales. Los rumores arreciaron cuando en 1560 se encontró muerta a Amy Robsart, la esposa de Dudley, supuestamente por haberse caído por la escalera de forma accidental. Pero sin embargo, a pesar de las habladurías la reina siguió soltera. La relación con Dudley continuó, aunque de forma intermitente y con algunas etapas de mayor frialdad.

Robert Dudley
En 1561 se dice que la reina cayó enferma.  Su cuerpo se deformó y su abdomen se hinchó mucho, en lo que se dijo que era una hidropesía (ascitis). La reina deja de asistir a eventos públicos durante un tiempo. Una noche, Robert Southern, un servidor de confianza, es llamado con urgencia a palacio, donde le hicieron entrega de un recién nacido con el encargo de que lo cuide y eduque como un noble. Le dicen que es el hijo de una relación ilícita de una alta dama de la corte, y que era mejor que la reina no se enterara. Poco después la soberana se recuperó súbitamente de su enfermedad y volvió a aparecer en público nuevamente. La sospecha de un posible embarazo de Isabel planea sobre este confuso episodio. 

En 1562 la reina contrajo la viruela, una enfermedad que abundaba en la época y era frecuentemente mortal. Por si este era el caso, Isabel tomó una serie de decisiones: Robert Dudley fue designado como Lord Protector con una asignación de 20.000 libras anuales, concedió otras 50.000  a su sirviente John Tanworth por un favor no especificado, y escribió unas fervorosas oraciones pidiendo el perdón de sus pecados: "Por mis pecados secretos, límpiame". Afortunadamente la reina pudo restablecerse de la viruela aunque la enfermedad le dejó unas profundas cicatrices en su cara que intentaba disimular con capas gruesas de maquillaje. Más adelante, volveremos sobre este tema, ya que es de gran interés. 

Antes de ascender al trono, mientras era una princesa de segunda fila, Isabel era una joven bastante sencilla. Pero al convertirse en reina, cambió completamente. Extremadamente coqueta y presumida, cuidaba su indumentaria al máximo: sus vestidos fueron los más aparatosos, suntuosos y sofisticados de toda la monarquía inglesa. Encargaba docenas de medias de seda fina (que eran muy caras) para lucir más que ninguna dama de la corte. Su vestuario era de cerca de 3000 vestidos, 200 guantes y una gran cantidad de zapatos. Adornaba el cabello con perlas y esmeraldas. Y para que ninguna mujer pudiese hacerle sombra en belleza o elegancia obligaba a que las damas de su corte vistieran discretamente de blanco o de gris, para realzar así el colorido de su vestido. "Aunque hay muchas estrellas, solamente hay un sol", solía decirles. Y el sol lucía en su persona. Elaboró también todo un simbolismo en su indumentaria: los guantes como símbolo de elegancia (se dice que poseía 200 pares de guantes), el armiño como símbolo de pureza, la corona y el cetro como iconos monárquicos... Alimentaba así su propio mito para que se la considerara "la reina virgen" un ser casi divino, hierático, lleno de joyas y con la cara extremadamente blanca de maquillaje


Robert Devereux, conde de Essex
La reina, ya sexagenaria, conoció un día a un tal Robert Devereux, conde de Essex, un jovenzuelo guapo y descarado, que era hijastro de Dudley. La reina se enamora perdidamente del muchacho, de poco más de 20 años. El ascenso en la corte del nuevo favorito es meteórico, aunque su comportamiento es cada vez más osado. Essex cree que tiene a la reina en su poder y la desobedece continuamente. La reina, locamente enamorada se lo perdonaría todo. Pero al final, las chulerías del conde de Essex comienzan a ser excesivas y cuando Essex la desprecia en público se acaba la paciencia de la reina y le retira su favor. Al intrépido joven no se le ocurre otra cosa entonces que conspirar contra la reina, que no tiene más remedio que acceder a que sea encarcelado en la Torre de Londres y posteriormente condenado a la pena de muerte (1601). 

A partir de este momento la reina ya no será la misma y los sucesivos fallecimientos de sus allegados, que la hacen sentir cada vez más sola, la sumen en una gran depresión. Se ha convertido en una caricatura de si misma. Vieja, calva, seca y desdentada, seguía aplicándose grandes cantidades de maquillajes, joyas y ricos vestidos en una imagen patética y cada vez más esperpéntica. 



Isabel I de Inglaterra:

I. La reina virgen 

II. Las razones de la virginidad

III. Virgen, pero con amantes

IV. Un maquillaje peligroso 



martes, 8 de enero de 2019

Isabel I Tudor (II): las razones de la virginidad








Marcus Gheeraerts el Joven

Retrato de Isabel I
“The Ditchley Portrait”
(circa 1592)

Óleo sobre lienzo. 24,13 x 15,24 cm
National Portrait Gallery. Londres.



En este retrato de Isabel I, Marcus Gheeraerts la representa con un vestido blanco, radiante de luz y en todo su esplendor  de pie sobre un mapa de Inglaterra. En el lado derecho, una inscripción con un soneto al sol, el símbolo de la soberana, que se refiere a la reina como la "princesa de la luz". Aparte el carácter claramente apologético y propagandístico de esta obra, el pintor deja claro como quería la reina que la percibieran sus súbditos: como la reina virgen, inmaculada, blanca, y llena de luz, como una aparición, como un ser celestial.

En una entrada anterior comentábamos algunos aspectos biográficos de Isabel I Tudor, llamada la reina virgen. Efectivamente este fue uno de los aspectos más llamativos de su persona: su tozuda voluntad en ser soltera y (teóricamente) virgen, idea que fue cultivada concienzudamente por la propia Isabel que se rodeó de una leyenda que la convertía casi en un ser sobrenatural. 

A pesar de los repetidos intentos y presiones del Parlamento para que contrajera matrimonio Isabel nunca cedió y rechazó los posibles candidatos al tálamo que le proponían. En 1559 rechazó al rey hispánico Felipe II, y posteriormente fue desestimando otros candidatos: Eric XIV de Suecia, Enrique de Valois, Francisco de Anjou... Una vez que el Parlamento le instaba a casarse con especial insistencia, ella se negó obstinadamente y zanjó la cuestión bruscamente diciendo "No se hable más", y disolvió a continuación la Cámara durante cuatro años. 


El "retrato de la Armada" de Isabel I. Royal Museum. Greenwich.


Pero ¿que razones tendría Isabel para este rechazo tan radical al matrimonio? Ciertamente, la soltería o la virginidad es una opción personal muy respetable en cualquier mujer, pero llama especialmente la atención que una reina opte por serlo, a causa que una de las principales ventajas -tal vez la única- que aporta el sistema monárquico es justamente garantizar una descendencia y una continuidad dinástica. De ahí que la asociación de "reina" y "virgen" sea un oxímoron, algo imposible de combinar. 

Se han planteado diversas hipótesis para intentar responder a esta cuestión, que sigue siendo uno de los misterios no explicados de la Historia. Entre estas razones se ha especulado con la presencia de alguna malformación genital, tal vez una agenesia o una atresia vaginal (falta congénita de vagina o que estuviera cerrada por una membrana consistente). Tal vez esto fue un argumento más a tener en cuenta cuando Enrique VIII la declaró bastarda, apartándola de la línea de sucesión tras la ejecución de su madre. Algunos historiadores, como Macías Torres plantean la hipótesis de que Isabel nunca tuvo la regla (tal vez por una atresia, por ejemplo). 


Tiziano: Retrato de Felipe II
Cuando ya había subido al trono, Felipe II consideró la posibilidad de ofrecerle matrimonio, que era aconsejable por razones de estado, ya que era notorio que ambos monarcas se detestaban mutuamente. Felipe II había estado casado con María I Tudor y ostentó el nombramiento honorífico de "Rey de Inglaterra" mientras durase el matrimonio. Pero a la muerte de María, Felipe quiso intentar conservar el título (y tal vez hacerlo más efectivo). Una solución era casarse con Isabel, y por eso se propuso como pretendiente. Pero mientras esperaba la respuesta (Isabel sabía como demorar la respuesta), se decidió a solicitar informes sobre Isabel. Francisco Suárez de Figueroa, duque de Feria, que había sido embajador durante el reinado de María Tudor, informó al rey Felipe II que Isabel "tenía algo que la incapacitaba para el matrimonio", aunque no dio más detalles. 

Otros indicios apoyarían la hipótesis de un posible problema genital. Al principio de su reinado, Ben Johnson afirmaba que la reina tenía en sus genitales una membrana que le impedía conocer varón, y Brantome (embajador en Escocia) decía que Isabel no podía tomar marido pues en sus genitales 
"sólo hay un pequeño orificio por el que orina, y nada más hasta el ano".
Un argumento a favor de esta teoría sería una frase pronunciada por uno de sus amantes, Robert Devereux, segundo conde de Essex, durante su proceso: 
"Her mind as crooked as her body" 
("su mente está tan deformada como su cuerpo") 
Habida cuenta de que Isabel no tenía ninguna deformidad visible en su cuerpo ni aún en su vejez, algunos creen que este comentario podría referirse a los órganos genitales de la reina. 

Otro de sus amantes, Walter Raleigh, dejó entrever que a la reina le gustaban cosas poco habituales en la cama, lo que podría ser una referencia al coito anal, a la felación o a otras formas de relación sexual extravaginal. 

Pero hay quien se inclina por otras explicaciones. Lytton Strachey opina que la reina padecía vaginismo, un trastorno funcional sin imperfección anatómica consistente en un espasmo de los músculos de la entrada vaginal, y aún de todo el cuerpo, que se contrae y se contorsiona ante la amenaza de que va a tener lugar la cópula. Aunque esto suele ser un trastorno pasajero, que depende más de factores psicológicos. 

Algunos  sostienen incluso un cierto grado de hermafroditismo, y Bram Stoker, en 1910 llegó a afirmar que Isabel I era en realidad un hombre travestido. Sin llegar a estas hipótesis que nos parecen francamente novelescas, lo cierto es que debía haber una razón médica que justificara la obsesión de Isabel por alejarse del matrimonio. 

O tal vez fuera solamente un trauma infantil. Lo cierto es que siendo niña vio ejecutar a su madre, y luego vio el destino de otras esposas de su padre, Enrique VIII, lo que no es precisamente un gran estímulo para casarse. Cuentan que Isabel no ahorraba comentarios mordaces sobre la "santidad" del matrimonio. Y no era para menos, después de lo que le había tocado vivir. 

Además, teniendo en cuenta la situación de la mujer en el s. XVI, el matrimonio de una reina conllevaba dejar casi todo el poder en manos del cónyuge, cosa que probablemente no deseaba Isabel que tenía las ideas muy claras acerca de cómo gobernar. Lo cierto es que una mujer soltera rigió los destinos de Inglaterra durante uno de los reinados más largos de su historia. 


Isabel I de Inglaterra:

I. La reina virgen 

II. Las razones de la virginidad

III. Virgen, pero con amantes

IV. Un maquillaje peligroso 





Bibliografía 

Macías Torres, Ernesto, "Aportaciones ginecológicas a la biografía de Isabel I de Inglaterra", Revista Archivum, Universidad de Oviedo, volumen 15, 1965. 


lunes, 7 de enero de 2019

Isabel I de Inglaterra (I): La reina virgen





Autor desconocido 

Isabel I
(circa 1600)

Óleo sobre lienzo. 127 x 100 cm
National Portrait Gallery, Londres 





Hace pocos días recibí un tweet del Dr.  Frederic Llordach (@fllordachs) en el que me adjuntaba un interesante artículo sobre el maquillaje de la reina de Inglaterra Isabel I Tudor y me sugería que tratara este tema en "Un dermatólogo en el museo". Agradezco mucho la sugerencia y el documento y voy a intentar, lo mejor que pueda, satisfacer a este lector habitual de nuestro blog. 

Comenzaré, como hago habitualmente, situando el personaje a tratar y su época para así poder contextualizar mejor su caso. En posteriores entradas comentaré aspectos más concretos. 


Isabel I (1533–1603) es probablemente una de las figuras más emblemáticas de la historia de Inglaterra. Fue la quinta y última reina de la dinastía Tudor. Era hija de Enrique VIII y de Ana Bolena. Aunque había nacido como princesa real fue declarada hija ilegítima y apartada de la línea sucesoria cuando su madre fue ejecutada por orden del rey, cuando Isabel solamente contaba con tres años de edad. Sin embargo, al morir sus hermanos Eduardo VI y María I prematuramente, recayó en ella la sucesión a la corona. 

Físicamente Isabel era de tez pálida (fototipo I) y pelirroja como su padre. En cambio de su madre, que tenía la tez olivácea, ojos oscuros y un fototipo más alto, heredó la gracilidad ósea y los rasgos faciales. También algunos aspectos de su carácter: carismática, algo neurótica, y muy enamoradiza. 

Thomas Seymour
Tras la muerte de Enrique VIII (1547) subió al trono el joven Eduardo VI. La última mujer de Enrique VIII, Catalina Parr contrajo un nuevo matrimonio con Thomas Seymour (un aristócrata y tío del nuevo rey). Catalina se llevó consigo a Isabel y se cuidó de que tuviera una primorosa educación. Bajo la protección de Catalina, Isabel se formó como protestante y dominaba gran número de idiomas (francés, español, holandés e italiano, además de griego y latín), y tenía amplios conocimientos de filosofía, historia y otras materias. 

Cuando Isabel tenía 14 años, Seymour intentó seducirla o tal vez acosarla sexualmente. Entraba en su habitación, le hacía cosquillas y caricias y la perseguía quitándole la ropa y dándole palmaditas en las nalgas. Correspondido o no, el caso es que Catalina, la esposa de Seymour y madrastra de Isabel los sorprendió. Aunque Isabel supo defenderse, quedó recluida durante un tiempo en su residencia. 


Anthonys Mor: Maria Tudor, Bloody Mary (1554)
Eduardo VI murió prematuramente, y subió al trono María, la media hermana de Isabel (hija de Eduardo VIII y Catalina de Aragón), que intentó imponer un regreso al catolicismo, recurriendo a una feroz represión, que le valió el sobrenombre de Bloody Mary. También intentó convertir al catolicismo a Isabel, que para evitar problemas, simuló aceptarlo. Tras esta conversión fingida, la reina, que no tenía descendencia, la reconoció como heredera al trono.  

María falleció en 1558 e Isabel fue proclamada reina. Al subir al trono, Inglaterra se hallaba profundamente dividida por cuestiones religiosas. Una de las primeras medidas que tomó como reina fue establecer una Iglesia protestante independiente de Roma, de la que ella sería la cabeza visible y que luego evolucionaría a la Iglesia de Inglaterra. Su política exterior vino marcada por sus tensas relaciones con el rey hispánico Felipe II, con quien mantendría más tarde una guerra que arruinó a ambos países. 


María Estuardo
Uno de los grandes problemas de Isabel fue su prima católica, María Estuardo, la destronada reina de Escocia que se refugió en Inglaterra y a la que hizo encarcelar, debido a la amenaza que suponía para su reinado: los católicos la consideraban la verdadera reina de Inglaterra cuyo trono habría usurpado Isabel. Pero la escocesa no cesaba de conspirar desde su cárcel. Tras dieciocho años de reclusión en diversos castillos y prisiones, se descubrió un complot para asesinar a Isabel y suplantarla por María Estuardo. La reina fue presionada por sus consejeros para autorizar la pena de muerte de la infortunada María, que fue decapitada en la Torre de Londres. A pesar de ser reticente a ejecutar a su prima, al final Isabel no tuvo más remedio que acceder.

La ejecución de María Estuardo supuso un hito histórico en el enfrentamiento entre católicos y protestantes y causó un gran revuelo en todo el mundo. Su muerte y la decidida postura anticatólica de Isabel tensaron las relaciones con Felipe II, defensor acérrimo del papado, que decidió armar una flota de barcos a la que con gran petulancia llamó "La Armada Invencible". Pero el temporal, la pericia de los marinos ingleses -curtidos en tantos lances de piratería- y la absoluta incapacidad de mando de Felipe II en el mar proporcionaron una gran victoria a la flota de la reina Isabel. Una victoria que consolidó definitivamente a Inglaterra como una gran potencia naval y colonial. 



Isabel I Tudor, retratada con la flota que se enfrentó a la Armada Invencible al fondo 

Como veremos en próximas entradas del blog, Isabel nunca accedió a contraer matrimonio, a pesar de las repetidas y constantes presiones políticas que le aconsejaban hacerlo. Es más cultivó su imagen como "la reina virgen", casi sobrenatural, adecuando su aspecto a este propósito. Así  consiguió regir los destinos de Inglaterra durante uno de los reinados más largos de su historia, como mujer soltera.   

Bajo su reinado, Inglaterra pactó la paz con Francia, se inició el desarrollo industrial y económico del país, se impulsó el comercio, Y se afianzó la moneda, con lo que significó una época de gran prosperidad para la nobleza y la alta burguesía. La reina apoyó a los piratas y ennobleció a algunos de ellos como Francis Drake o Walter Raleigh, con quien mantuvo algunos escarceos amorosos. Tras su triunfo frente a la Armada Invencible, Inglaterra se erigió en una gran potencia naval y colonial. El reinado de Isabel, fue una época de gran florecimiento cultural, en la que podemos destacar  personalidades como William Shakespeare y Christopher Marlowe.


Isabel I Tudor 







Isabel I de Inglaterra:

I. La reina virgen 

II. Las razones de la virginidad

III. Virgen, pero con amantes

IV. Un maquillaje peligroso