martes, 28 de febrero de 2017

Úteros votivos





Úteros votivos etruscos
(s. V-IV a.C.)

Ex-votos de terracota 
Museo Nazionale Etrusco (Villa Giulia). Roma.   




En los templos etruscos, lugares destinados a la oración y a la plegaria se suelen encontrar numerosos ex-votos, figuras votivas para implorar algún favor de la divinidad o bien para agradecer su concesión. Muchos de estos exvotos datan de los s. V-III a.C. y generalmente reproducían partes anatómicas corporales en terracota. 

En primera fila, tres figuras de terracota 
representando úteros,ofrecidas sin duda 
para obtener una buena gestación. 
Estos exvotos solían ser presentes a la divinidad para agradecer la curación de los males del cuerpo, como era costumbre en los templos griegos  de la Antigüedad. Así al tiempo que se agradecía la acción divina, servía de reclamo para que otros devotos se encomendaran a la protección del dios. 

Este tipo de prácticas todavía se sigue realizando en la actualidad en algunas iglesias católicas con fama de milagreras. 
     Útero votivo encontrado en las ruinas 
de un templo en las proximidades del Tíber. 
Termas de Diocleciano. Roma.

Pero entre figuras de brazos, piernas o determinados órganos encontramos un gran número de figurillas representando úteros. También en algunos casos mamas y penes de dimensiones algo exageradas. 

Sin descartar del todo que alguna de estas figuras estén relacionadas con algún problema patológico, la gran abundancia de las mismas hace pensar que eran ofrendas propiciatorias de la fecundidad, es decir que se hacían para suplicar a la divinidad la gracia de un embarazo propicio. 


Diversos exvotos de úteros procedentes del Santuario de Fontanile di Legnisina





También se ofrecían  exvotos de falos para propiciar la fertilidad. 
























Los problemas de esterilidad eran graves en el mundo antiguo. Se necesitaba una tasa de natalidad alta para mantener a la comunidad. Las mujeres que no alcanzaban la categoría de madres tampoco eran muy valoradas socialmente, por lo que no es de extrañar la gran cantidad de ofrendas votivas para alcanzar la gestación. 


Estatuilla de un neonato fajado. Las figuras votivas de
niños eran para pedir por la supervivencia infantil.
En Roma había una alta proporción de muertes en la
primera infancia.  Museo Etrusco. Roma
     A esto hay que añadir que los problemas tocológicos eran de gran importancia. La mortalidad infantil era elevadísima y muchas mujeres morían por las temidas fiebres puerperales. En los santuarios etruscos encontramos también muchas figurillas representando niños recién nacidos, fajados convenientemente para evitar las hernias umbilicales. 


Las mamas votivas también pueden estar relacionadas con problemas ligados a problemas relacionados con la lactancia.

  
Otro exvoto con la representación de un útero.



Las mamas eran ofrendas votivas para propiciar una buena lactancia. Los problemas de lactancia también eran muy frecuentes. Era bastante habitual encomendarla a las nodrizas 




lunes, 27 de febrero de 2017

La medicina de Venus sin el médico







Morel 

Le médecine de Vénus sans le médecin
(1828) 

Frontispicio del libro.
Biblioteca particular



La vía de transmisión por contacto sexual hizo que las enfermedades venéreas, como la sífilis y la gonorrea fuesen mal vistas por la moral burguesa, imperante en el s. XIX, especialmente en la época victoriana. Esta mala consideración social fue la responsable de actitudes de ocultamiento a veces obsesivas por parte de quienes las sufrían. 

Traducción castellana de un libro de automedicación
para la sífilis, obra del Dr. Besuchet, dermatólogo francés
En ausencia de tratamientos eficaces, la sífilis estaba muy extendida (recordemos que se calcula que en 1900 había unos 100.000 sifilíticos solamente en la ciudad de París). Muchos luéticos acudían a las consultas médicas con cierto temor de ser descubiertos. El famoso venereólogo Ricord visitaba en un palacete hasta altas horas de la noche. Para garantizar la discreción, se accedía a su consulta por tres escaleras diferentes (se entraba a cada una por una puerta distinta) y se llegabaa tres salas de espera: una para hombres, otra para mujeres y la tercera para prostitutas. Con este sistema ninguno de los tres grupos podía coincidir con el otro.

Para muchos era casi tan traumático experimentar los primeros síntomas de la enfermedad como verse en la conveniencia de acudir al médico. En el intento de evitar el mal trago proliferaban libritos de "autoayuda" que inducían a la automedicación y a todo tipo de remedios camuflados. Uno de ellos, de pequeño tamaño, prometía: 
"Lleva el médico consigo
quien me lleva en el bolsillo"
Y en el prólogo seguía diciendo:
"Este librito presenta un conjunto de conocimientos arreglados a los progresos de la medicina moderna, y cualquiera que lo lea con reflexion y con cuydado (sic), encontrará el modo de preservarse de esta vergonzosa enfermedad, que por desgracia es tan comun en todas partes"
                       
Los libros para evitar la consulta
venereológica eran muy populares
  



Realizar cualquier tratamiento que pudiera identificarse como indicado para la sífilis no estaba muy bien visto (ya que era una señal inequívoca de que se tenía la vergonzosa enfermedad). Por esto se recurría a subterfugios para disimular la administración de compuestos mercuriales, que eran los más usados en la época. Unas píldoras fácilmente identificables eran "las píldoras azules del Dr. Ricord", un compuesto mercurial muy popular. Para enmascarar la toma de derivados del mercurio aparecieron diversos compuestos, tanto de administración oral como tópica, "disfrazados": "Tisana de los caribes", "Agua de hipocrenne", "Bálsamo solar" y "Agua Astral". Lo más sorprendente era el célebre "chocolat vérolique" del barón Saint Ildephont, del que se decía 

"que el marido puede consumir delante de la esposa o aún suministrarle sin que sospeche que es un remedio y por este inocente medio, la paz florecerá en el matrimonio". 

Claro que en el s. XIX no se llegó a excesos como el uso de calzoncillos impregnados de mercurio, como ya había sucedido en Italia en el s. XVII. 
                  










domingo, 26 de febrero de 2017

La enfermedad del beso puede producir cáncer





Auguste Rodin

El beso
(1881-1887)
 Escultura en mármol. 86 cm
Museo Rodin. París. 




Auguste Rodin (1840-1917) fue un emblemático escultor francés, contemporáneo del impresionismo y considerado como el padre de la escultura moderna. 

la "Puerta del Infierno" de Rodin
El beso de Auguste Rodin es una conocida escultura que plasma un beso apasionado, como solamente una pareja enamorada o presa de la pasión puede hacerlo. Aunque el tema es intemporal y universal, representa a Paolo y Francesca, personajes históricos que vivieron en la Edad Media. Su historia está narrada en la Divina Comedia de Dante Alighieri. Eran cuñados y fueron asesinados por Gianciotto Malatesta (esposo de Francesca y hermano de Paolo), al descubrirlos en un beso adúltero. Rodin decidió representarlos en el momento en que, leyendo las aventuras de Lanzarote del Lago, se enamoraron y se besaron. A nivel plástico, la fuerza de la escultura reside en su lenguaje universal. Los dos amantes, representados sin los atributos habituales, aparecen desnudos en el instante que precede al beso fatídico. 

La pareja abrazada de El Beso apareció originalmente en la parte inferior de la Tercera maqueta de La puerta del Infierno, como condenados en el círculo de los lujuriosos. Aunque la pareja fue más tarde excluída del portal, la obra se convirtió en un icono y fue reproducida en varios tamaños y materiales.

Detalle de El beso de Rodin. 
En total, Rodin produjo tres esculturas de mármol de gran tamaño de El Beso. La primera, encargada por el gobierno francés se encuentra ahora en el Museo Rodin de París. La segunda, encargada por Edward Perry Warren se encuentra en la colección de la galería Tate en Londres. Una tercera copia fue comisionada por el coleccionista danés Carl Jacobsen y se encuentra en Ny Carlsberg Glyptotek de Copenhague. Además existen originales múltiples en bronce, que fueron realizados durante el período en el que Rodin mantuvo una relación sentimental con su colaboradora Camille Claudel (1864-1943)

El beso nos introduce en el tema de la mononucleosis infecciosa, también llamada "enfermedad del beso", ya que esta es su forma común de transmisión (por intercambio de saliva). Está causada por el virus de Epstein-Barr (un virus más o menos parecido al del herpes). Aunque es una enfermedad mucho más frecuente en adolescentes y adultos jóvenes, se puede padecer a cualquier edad. 

La mononucleosis cursa con fiebre, dolor de garganta y ganglios linfáticos inflamados (cuello). En algunos casos se aprecia esplenomegalia (aumento de tamaño del bazo). 

El diagnóstico de certeza puede establecerse por un análisis de sangre (aumento de leucocitos, linfocitosis y presencia de linfocitos anómalos. Las transaminasas están elevadas en el 50% de los casos). También se utiliza la serología que demuestra la presencia de anticuerpos heterófilos y el estudio de anticuerpos específicos para el virus del Epstein-Barr (VEB).

La mayoría de las personas mejora en dos a cuatro semanas. Sin embargo, puede sentir cansancio durante algunos meses después. El tratamiento es sintomático: analgésicos y antitérmicos, gárgaras con antisépticos, abundantes líquidos y mucho reposo. Ocasionalmente pueden usarse antibióticos en los casos de sobreinfección bacteriana, aunque es mejor evitar los derivados de la penicilina. 

En general, la mononucleosis infecciosa es una enfermedad benigna y muy común. Casi el 95% de la población mundial es portadora de este virus. Pero en algunos casos se pueden producir complicaciones graves, ya que puede desencadenar un cáncer. El mecanismo de infección ha sido descubierto por un equipo de investigación franco-alemán (Inserm/German Cancer Research Centre) que han publicado sus resultados en la revista Nature (febrero de 2017)

De hecho, solo una pequeña parte del virus de Epstein-Barr es responsable en algunas personas de la aparición de cáncer del sistema linfático, de estómago o de nasofaringe: se trata de la proteína BNRF1. Cuando contacta con la célula, perturba su proceso de división. Concretamente, BNRF1 aumenta anormalmente el número de centrosomas, elementos celulares que permiten una distribución organizada de los cromosomas en el curso de la division celular. La desorganización del proceso comporta inestabilidad cromosómica, un estado que induce la formación del cáncer. Así, sorprendentemente, un simple contacto con la partícula viral es suficiente para producir un tumor, mientras que en general se precisa que los virus introduzcan su genoma en la célula que van a infectar. Los investigadores han podido demostrarlo suprimiendo por manipulación genética BNRF1 del virus en ratones, lo que elimina la inestabilidad cromosómica. 

Por otra parte, en los individuos sanos, el virus está frecuentemente silente, pero puede multiplicarse en un momento dado y producir nuevos virus que infectan las células vecinas. Estas células en contacto con la proteína viral BNRF1 corren el riesgo de degenerar en células cancerosas. El virus de Epstein-Barr podría pues causar más casos de cáncer que lo que se creía hasta ahora. Esto podría evitarse con una vacuna.

En la actualidad, ya existen muchos prototipos de vacunas, basadas en pseudopartículas del virus de Epstein-Barr descubiertas por este mismo equipo de investigación. Estas partículas tienen una estructura idéntica a las de los virus pero no son infecciosas ya que no contienen el ADN del virus. Gracias a ello, los investigadores se proponen ahora inactivar la proteína tóxica BNRF1 contenida en estas partículas antes de llevar a cabo la fase experimental de estos prototipos de vacuna. 



Rodin The kiss. 


jueves, 23 de febrero de 2017

Lavanderas





Henri Frère

Lavandera
(1942)
 Plintografía 
Colección particular  



Henri Frère (1908-1986) fue un artista de Catalunya Nord, gran amigo y admirador del escultor Aristide Maillol. Además de cultivar la pintura y la escultura realizó diversos grabados en ladrillos, a los que él daba el nombre de plintografías. 

Una de estas plintografías es la que comentamos hoy, que muestra una lavandera realizando su colada en la ribera de un río. Hasta casi mediados del s. XX estas mujeres lavaban así la ropa. También existían en muchos pueblos lavaderos comunales o privados donde se podía también lavar a mano. 

Lavadero público de Biniaraix (Mallorca)

Existe la leyenda de que yendo Ernest Bazin hacia el Hospital de Saint Louis de París, se encontraba con estas mujeres lavando en el canal del Sena. Tal vez hubiera alguna muchacha especialmente bella, que en el ajetreo de su faena, dejaba las piernas al aire. Lo cierto es que dicen que Bazin se fijaba en ellas y así se dio cuenta del que se conocería más tarde como eritema indurado de Bazin, una paniculitis de las piernas relacionada con la tuberculosis, tan frecuente en aquel tiempo... La veracidad de esta anécdota no está contrastada, pero si más no, es una forma de recordar la descripción del cuadro por el insigne dermatólogo. 


Ernest Herbert. Jeune lavandière songeuse. Musée d'Orsay. Paris. 

Lavar la ropa era un trabajo duro. Suponía desafiar el frío, el viento y mantener las manos sumergidas largo rato en el agua helada. La piel está recubierta de una capa grasa, que la conserva y protege. Este manto ácido, que fue descrito en 1928 por el dermatólogo Marchionini, puede ser destruído por la acción continuada del jabón, de inmersiones repetidas en agua o por los elementos metereológicos (frío, viento).


Antiguo lavadero público. Llampaies (Empordà, Catalunya)

La consecuencia es que la piel aparece enrojecida, seca y cuarteada. Su aspecto recuerda al de algunos eccemas, aunque en este caso no hay una sensibilización a una sustancia concreta, sino una reacción ortoérgica, de uso, debida a la falta de protección cutánea. 

Esta alteración se denominó en aquel tiempo dermatitis del lavado o de las amas de casa. Hoy lo seguimos viendo en otras profesiones que desarrollan su trabajo en contacto repetido con el agua, como enfermeras, pinches, camareros, cocineros... o en cualquier otra circunstancia que requiera el contacto frecuente con agua y detergentes o en los casos en los que el secado de las manos no es todo lo cuidadoso que sería recomendable.  

miércoles, 22 de febrero de 2017

Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos





Bartolomé Esteban Murillo

Santa Isabel de Hungría 
curando a los tiñosos (detalle) 
(1672) 

Óleo sobre lienzo 325 × 245 cm 

Iglesia de San Jorge del 
Hospital de la Hermandad de la Caridad. Sevilla.





Bartolomé Esteban Murillo (1617 - 1682) fue uno de los más destacados pintores de la escuela sevillana. Formado en el naturalismo, entró plenamente en el barroco, anticipando en muchos casos el rococó. En plena Contrarreforma, realizó básicamente obras de carácter religioso, especialmente vírgenes y santos, para órdenes religiosas e iglesias como la que hoy comentamos, aunque también realizó pintura de género.

La visión completa del cuadro. 
La obra fue encargada a Murillo por Miguel de Mañara, gran impulsor del Hospital de la Caridad de Sevilla para decorar la iglesia de San Jorge de Sevilla. El óleo debía formar parte de un programa iconográfico relacionado con las obras de misericordia y el ejercicio de la caridad. 

Murillo realizó seis pinturas alegóricas de las obras de misericordia. Mañara también encargó a Murillo la realización de dos obras donde se recogieran dos ejercicios caritativos que debían cumplir los miembros de la Hermandad de la Santa Caridad, con sede en esta iglesia. Una de ellas es asistir a los enfermos durante su curación y darles de comer como se recoge perfectamente en esta obra que contemplamos protagonizada por santa Isabel de Hungría. 

El cuadro representa a Santa Isabel de Hungría ayudada por tres damas elegantemente vestidas, mientras lava la cabeza de un niño afectado por tiña (tinea capitis o más probablemente tiña favosa) una infección del cuero cabelludo causada por hongos dermatofitos y que era muy común en aquel tiempo. El tiñoso inclina su cabeza sobre una jofaina y la santa vierte agua sobre su cabeza en una escena que además de las implicaciones terapéuticas presenta un fuerte simbolismo sobre el papel purificador del agua. Las ricas vestiduras de Isabel y sus damas contrastan vivamente con los harapos y la precaria vestidura de los enfermos atendidos. 


A la derecha del cuadro, otro pillete se rasca el cuero cabelludo y el pecho. El cuero cabelludo también presenta lesiones compatibles clínicamente con una tiña. Sin embargo esta micosis no suele causar mucho prurito, por lo que el rascado incontinente del muchacho hace sospechar que además, presenta otra enfermedad, probablemente piojos o sarna. No es infrecuente observar casos en los que coexisten ambas afecciones, ya que suelen contraerse en lugares de higiene precaria. El propio Murillo ha dejado algunas obras alusivas a piojos o a pulgas


   Vidriera representando a Santa Isabel socorriendo a los necesitados   
En primer plano, sentados en el suelo pueden verse dos menesterosos más, también enfermos, aunque en su caso no parecen tiñosos. Uno de ellos se levanta un vendaje dejando al descubierto una úlcera en la pierna. También lleva la cabeza vendada posiblemente por alguna lesión cutánea o alguna herida traumática. La vieja de la derecha mira a la santa con actitud expectante mientras sujeta un bastón, lo que hace pensar que adolece de alguna enfermedad que afecta a las piernas o a la correcta deambulación. 

La escena se desarrolla sobre el fondo de una arquitectura monumental y está bañada por una luz de tonos dorados que crea una sensación atmosférica que contribuye a difuminar los contornos, pero permite ver todos los detalles de los personajes, las calidades de las telas o los reflejos en la palangana de metal. Al fondo, bajo un espectacular pórtico, puede contemplarse una segunda escena en la que también se representa a la Santa, pero esta vez en el acto de dar de comer a los pobres, segunda parte del ejercicio caritativo entre los hermanos de la Caridad, de los que Murillo era miembro desde 1665.

Santa Isabel de Hungría (1207-1231) era una princesa de sangre real, hija del rey Andrés II de Hungría y Gertrudis de Merania. Isabel creció en la corte húngara en un ambiente de gran religiosidad. Su madre era hermana de la religiosa Sta. Eduvigis de Silesia. Tras el asesinato de su madre, en 1215 su padre contrajo segundas nupcias y nació una hermanastra, Violante, que años después se casaría con Jaime I de Aragón. 


Santa Isabel de Hungría lavando a un enfermo en el hospital. 
Escena del retablo del altar mayor en la catedral de Santa Elizabeth. 
Košice (Eslovaquia). s. XV. 
En 1221 Isabel, con solamente 14 años se casó con el landgrave Luis IV de Turingia-Hesse, y al parecer fue muy feliz en esta etapa de su vida, en la que también eran conocidas sus continuas obras de caridad, repartiendo sus bienes entre los pobres. 

Pero poco le duró la felicidad. A la temprana edad de 20 años enviudó y dedicó su vida a la religión y a socorrer a los enfermos y necesitados. Ordenó la construcción de un hospital en la ciudad de Marburgo, con 28 camas, en el que ella misma atendía a los enfermos y leprosos que allí se acogían. Más adelante ingresó en la orden terciaria franciscana. 

Santa Isabel vendando la cabeza a un niño. Venanci Vallmitjana Barbany (1862)
Mármol 128 x 62  Museo del Prado. Madrid. 

Murió muy joven, cuando solamente contaba con 24 años de edad, convirtiéndose en un símbolo de la caridad cristiana. En el año 1235 fue canonizada por el papa Gregorio IX, y su culto se extendió muy rápidamente por diversos países de Europa.


Existen numerosos cuadros que tratan sobre el tema de Santa Isabel atendiendo a enfermos. La obra de Murillo tiene la particularidad de que los pacientes son niños afectados por tiña del cuero cabelludo, enfermedad contagiosa - muy frecuente en la época en se realizó el lienzo - que provocaba zonas de calvicie (alopecia),  e infecciones secundarias al rascado. El proceso estaba favorecida por las malas condiciones de vida, hacinamiento y deficiencias higiénicas. 



Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos:



martes, 21 de febrero de 2017

Daniel Turner, el cirujano que escribió el primer texto de Dermatología





Daniel Turner 

Treatise of Diseases 
incident to the skin
(1714) 

Frontispicio del libro con un retrato del autor 
Universidad de Yale



  Daniel Turner (1667-1741) fue uno de los primeros tratadistas que dedicaron un libro a las enfermedades de la piel. Era natural de Londres, e inició su carrera como cirujano barbero. En aquel tiempo, los cirujanos no eran médicos, y su formación intelectual era mucho menor, considerándose de rango inferior y destinados a pequeños trabajos manuales. Fue por este motivo que Turner, posteriormente, decidió ascender en la escala social, licenciándose en Medicina, al parecer de forma algo irregular.

     Tal vez fuera por esta deficiente formación intelectual que Turner no estuviera versado en lengua latina, el idioma universalmente reconocido como vehículo de información científica en aquel tiempo. Lo cierto es que su obra, De morbis cutaneis. A treatise of diseases incident to the skin, se publicó en 1714 en inglés, contrariamente a los usos de la época. Es por eso que a Turner se le considera, en cierto modo, el precursor de la dermatología británica.

     El libro de Turner alcanzó gran predicamento entre sus coetáneos, difundiéndose ampliamente tanto en Europa como en las colonias norteamericanas. Sus 5 ediciones inglesas, y su traducción al francés (1743) y al alemán (1766) dan fe de ello. Además Turner escribió un tratado sobre lúes, titulado  Syphilis, a practical dissertation on the venereal diseases en 1717 y otro sobre cirugía, Art of surgery, en el que hay una buena parte dedicada a enfermedades dermatológicas, y que en aquel tiempo eran englobadas en buena parte en la Cirugía. Nadie como Turner, que fue cirujano durante un buen período de su vida, para exponer estos temas, cosa que realiza con un lenguaje fácil, llano y ameno, salpicado de experiencias personales.


Otro de los libros de Turner: The Art of Surgery (1741)

   La clasificación de las dermatosis en la obra de Turner sigue estrictamente la división galénica clásica: enfermedades generalizadas de la piel, que considera originadas por causas internas humorales, y enfermedades localizadas en algún punto del tegumento.

     La obra de Turner es eminentemente práctica y vinculada a su experiencia personal, como corresponde a un antiguo cirujano barbero. A diferencia de otros autores que solamente citan obras de clásicos como Galeno o Hipócrates, Turner expone con sencillez lo que ha visto con sus propios ojos. Lejos del ampuloso y pedantesco estilo académico, su exposición es coloquial y clara. Cabe destacar que incorpora por primera vez una pequeña introducción sobre histología de la piel basada en las observaciones microscópicas de William Cowper (1766-1709). A pesar de ser rudimentaria y plagada de inexactitudes, hay que destacar que es la primera vez que una descripción así se usó en la introducción de un texto dermatológico.

    En cuanto a los tratamientos propuestos, se basan siempre en la práctica de sangrías y de purgas, insistiendo constantemente en que "hay que preparar al organismo" antes de realizar el tratamiento tópico, ya que de lo contrario se incurría en peligro de muerte. Otra constante terapéutica era la administración de mercurio, tópico o sistémico, hasta conseguir la hipersialia típica de la intoxicación mercurial.


Bibliografía

Sierra X. Historia de la Dermatología. Barcelona, Mra 1994