martes, 31 de mayo de 2016

Ramón y Cajal, Barcelona y la neurona.






 Joaquín Sorolla Bastida

Retrato de Santiago Ramón y Cajal 
(1906) 


Óleo sobre lienzo. 91 x 127,5 cm.

Museo Provincial de Zaragoza. 



El año 1888 fue descrito por Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) como "su año cumbre", ya que fue cuando hizo los descubrimientos capitales sobre las neuronas. El insigne médico había obtenido una plaza de profesor de Histología algunos años antes en 1882, ocupando la cátedra de la Universidad de Valencia. En 1887 llegó por traslado a la Universidad de Barcelona, en donde encontró los medios para montar un Laboratorio de Histología. 

Arriba: La casa de la calle Notariat, 7, donde Cajal descubrió la teoría de la neurona.
Abajo: Detalle de la placa conmemorativa que lo recuerda, puesta en el 50 aniversario
de la muerte del insigne investigador. 


Al llegar a Barcelona, Cajal se instaló en un modesto piso del Raval, el núm 7 de la calle Notariat, cerca de la que entonces era la Facultad de Medicina, que estaba situada en la calle del Carme. Así no perdía mucho tiempo en ir de la Facultad a su casa. En este domicilio instaló un pequeño laboratorio y allí, en los ratos libres que le dejaba su ocupación docente, realizaba preparaciones de tejidos y las estudiaba. Tres médicos jóvenes le ayudaban, por el sólo placer de hacerlo en sus investigaciones. Fue allí, en esta casa fue donde formuló su teoría de la neurona, que le valdría años más tarde el Premio Nobel. 


Ramón y Cajal, en la época en la que vivió en Barcelona y descubrió la neurona. 

                                                                                      

Ramón y Cajal era muy aficionado a la fotografía. De hecho mantenía una prolífica correspondencia con otro médico investigador, el Dr. Ferrán i Clúa, que había descubierto una vacuna contra el cólera (tema que también había interesado mucho a Cajal, que vivió en Valencia la epidemia de cólera de 1885) y que también estaba muy interesado en las técnicas de revelado fotográfico. Tal afición no es del todo ajena al descubrimiento de la neurona, ya que, aplicando técnicas y reactivos fotográficos a la tinción de los tejidos del sistema nervioso, pudo realizar el descubrimiento de los mecanismos que gobiernan la morfología y los procesos conectivos de las células nerviosas de la materia gris del sistema nervioso cerebroespinal. En efecto, Cajal modificó la técnica de tinción de Golgi introduciendo cambios inspirados en sus conocimientos de revelado fotográfico

Preparación histológica de Ramón y Cajal.
Museo Vasco de la Medicina y de la Ciencia "Jose Luis Goti"
Facultad de Medicina y Odontología
Leioa (Bizkaia)




Hace años tuve la ocasión de observar al microscopio algunas de las preparaciones histológicas que realizó Cajal. Sorprende lo bien conservadas que están, después de tantos años. Cuando el Colegio de Médicos de Madrid estaba instalado en el antiguo Hospital de San Carlos (hoy Museo Nacional de Arte Reina Sofía), había un rincón, el Rincón de Cajal, donde se conservaban algunos efectos personales y unas cuantas preparaciones microscópicas del insigne investigador. 

Cajal también era un magnífico dibujante. Realizó dibujos de lo que veía al microscopio que sorprenden por su minuciosidad y precisión. Algunos de estos dibujos ilustraron sus libros y publicaciones. Y es que como vemos, en la Medicina, Ciencia y Arte se entrelazan y enriquecen mutuamente. 





Detalle de la ilustración de la morfología neuronal del córtex (dibujo de Ramón y Cajal)




Santiago Ramón y Cajal, el descubridor de las neuronas: 


lunes, 30 de mayo de 2016

La surcada piel de los campesinos del Cristo de la sangre






 Ignacio Zuloaga

El Cristo de la Sangre 

Óleo sobre lienzo. 248 x 302 cm

Museo Reina Sofía. Madrid. 



Ignacio Zuloaga (1870-1945) es considerado el máximo representante de la escuela vasca en el cambio de siglo. Cultivó especialmente retratos y escenas costumbristas. Su pintura - muy influído por Ribera y por Goya - se caracteriza por el naturalismo, con un decidido dibujo y sus tonalidades oscuras y azuladas, por lo que se ha contrapuesto a otro pintor de su tiempo, Joaquín Sorolla, que pintaba con una bien conocida luminosidad. 

Zuloaga, aunque vasco, estuvo muy vinculado a las tierras de Castilla, especialmente a Segovia y a Ávila. Su pintura tenebrosa recogía elementos reales (rostros auténticos y el paisaje castellano) para aunarlos con elementos simbólicos y con ciertas dosis de religiosidad mística. El resultado es una pintura austera, algo adusta, que llega a ser casi trágica. 

Este es el caso de "El Cristo de la Sangre". Zuloaga encuadra la escena en un marco de paisaje castellano, en el que aparece al fondo la ciudad amurallada de Ávila. El pintor elige las  tonalidades oscuras y azuladas propias del crepúsculo, que aumentan el dramatismo del momento. La escena está presidida por un Cristo barroco, con la cara cubierta por la cabellera de mujer que solía ponerse en algunas de estas imágenes para aumentar su realismo. En el extremo izquierdo del cuadro, un enjuto clérigo como los que en la época abundaban en los pueblos castellanos, lee su breviario. El resto de la escena está compuesta por campesinos metidos a cofrades, que portan grandes cirios y aparecen en diversas actitudes devotas. El contraste viene dado por una figura casi central con una gran capa roja. Su cromatismo contrasta vivamente con los apagados colores del resto de la obra. Su color rojo capta enseguida la mirada del espectador, que rápidamente relaciona la sangre del Cristo con la destacada capa roja. 

Detalle de la cara de un campesino.
Las arrugas que surcan su rostro delatan una prolongada exposición solar


El conjunto es un retrato muy realista de la Castilla profunda. De este cuadro el filósofo Miguel de Unamuno dijo que todos los elementos están tomados de la realidad y que el papel del artista se limitó a saberlos combinar simbólicamente. Los rostros que retrata Zuloaga son personajes del mundo rural, que precisamente se caracterizan como campesinos por su piel. Una piel morena, expuesta al sol de tantas siegas, en la que podemos apreciar unas arrugas profundas en cara y cuello, debido a la elastosis solar. Las arrugas se convierten en profundos surcos en la nuca, donde Zuloaga pinta con precisión el llamado cutis romboidalis. Se llama cutis romboidalis a la formación de arrugas profundas y bien marcadas que dibujan una forma característica de rombo en  la zona de la nuca y que delatan de forma inequívoca la acción crónica de los rayos ultravioleta del sol. Es típico y característico de personas sobreexpuestas como campesinos, albañiles o marinos. 

Cutis romboidalis en la nuca de otro personaje.
El Cristo de la Sangre es quizá el mejor exponente del espíritu de la generación del 98, tomando un claro partido por el simbolismo. En él hallamos elementos folklóricos como definición del país, un país conservador y retrógrado donde todavía se celebran procesiones de flagelantes y donde persiste una religiosidad casi supersticiosa, que Zuloaga transmite con sus personajes que parecen salidos de una visión del Greco. Un país donde el clero (encarnado en el cura del pueblo, que mira de reojo la escena) todavía ejerce un importante poder sobre los campesinos. Los colores sombríos que elige Zuloaga no son casuales, sino también simbólicos: indican el crepúsculo de un país decadente y preso por su falta de apertura al mundo.  


domingo, 29 de mayo de 2016

La piel torturada (y VI): Máscaras infamantes





Máscara infamante

Instrumento de tortura. Hierro. 

Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo. 





En anteriores entradas hemos comentado algunos métodos de castigo que usaba la Inquisición y que tenían el común denominador de causar dolor bien por uso de instrumentos punzantes (1, 234) como el uso de fuego y cauterios (5). Según el tipo de "delito" del torturado (hereje, judío, blasfemo, adúltero...) se escogía uno u otro sistema. 

Hay que decir que los juicios se realizaban sin apenas pruebas y solía bastar la simple delación de alguien para la detención del acusado. 

Pero entre los variados delitos que castigaba la Inquisición encontramos uno, que llama poderosamente nuestra atención. Era simplemente el de las mujeres que hablaban en la iglesia (!!).


Representación de las mujeres que hablan en la iglesia ("Mulier qui in ecclesia loqu,t") condenadas al infierno. Museo Pío Clementino. (Museos Vaticanos) 

En una sociedad dominada por los hombres cualquier desavenencia femenina contra el poder masculino era considerada una ofensa contra el poder civil o eclesiástico. La mejor manera de evitarlo era imponer un silencio total, bajo la máxima "Mulier taceat in ecclesia" (que la mujer calle en la iglesia). Una norma que evidencia el absoluto sometimiento de las mujeres en aquella represiva sociedad.

En una de mis visitas a los Museos Vaticanos encontré una prueba clara de como este "pecado" estaba vigente en épocas pretéritas. En un retablo del Juicio Final, del s. XI, firmado Nicolaus e Joannes, pueden verse un grupo de mujeres entre los condenados al infierno con la leyenda explicativa de su delito: las mujeres que hablan en la iglesia ("MVLIER QVI IN ECLESIA LOQ.T). Una advertencia clara y explícita, que no deja lugar a dudas.   


Conjunto del retablo de Nicolaus et Joannes (tercer cuarto del s. XI). En el ángulo inferior derecho, la representación de las mujeres que hablan en la iglesia, condenadas al infierno. Museo Pío Clementino. (Museos Vaticanos) 

En los casos en los que se transgredía esta norma la Inquisición castigaba a las mujeres charlatanas con la imposición de una máscara infamante de hierro, que representaba un perfil de burro, de cerdo  u otro animal, con una finalidad sarcástica y mordaz.  En algunos casos estas máscaras infamantes también podían ser impuestas a los blasfemos o perjuros. La connotación ofensiva que tenían las orejas de burro o de cerdo eran parte de la tortura psicológica ocasionada por estas máscaras. Las mujeres así castigadas eran obligadas a desfilar por las calles para su vergüenza y escarnio, y a permanecer en la picota en donde eran objeto de burlas y chanzas.



Máscara infamante. Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo. 

Evidentemente las máscaras estaban bien cerradas en la parte de la boca, como se puede suponer al ser un castigo por una falta oral. El roce continuo del metal (de bordes cortantes) sobre la piel producía erosiones y heridas dolorosas, añadiendo el dolor físico a la tortura psicológica. 

Pero eso no era todo. Muchas de las máscaras estaban dotadas de piezas bucales con pinchos que atravesaban la lengua para clavarse en el paladar, obligando a mantener la boca cerrada sin poder abrir la mandíbula. Muchas condenadas morían por inanición al no poder abrir la boca ni para alimentarse. A esto hay que añadir que también algunas de ellas morían o quedaban muy maltrechas por los golpes recibidos que se dirigían especialmente a senos y pubis si se trataba de mujeres. 

* * *

Con esta entrada terminamos la serie dedicada a los suplicios de la Inquisición en los que se causaba principalmente daños en la piel y mucosas. Un escalofriante y horrible recuerdo histórico. Deseo de todo corazón que la práctica de la tortura -que no fue únicamente usada por la Inquisición y que lamentablemente continúa vigente en la actualidad- se erradique totalmente de nuestro mundo. Y también cualquier práctica represiva dirigida a reprimir la libertad de expresión o las ideas. Cuando así sea, estaremos en condiciones de construir, sin duda, un mundo mejor, más fraternal y libre. 


La piel torturada

I. La doncella de hierro

II. Garfios, uñas de gato y otras laceraciones

III. En picota y marcada al fuego

IV. Íntimos desgarros

V. Sillón de interrogatorio

VI. Máscaras infamantes

viernes, 27 de mayo de 2016

La piel torturada (V): Sillón de interrogatorio.








Sillón de interrogatorio

Instrumento de tortura. Hierro y madera. 

Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo. 




La visión de este sillón de interrogatorio habla por sí sola. Se trata de un sillón de madera, dotado de aguzadas púas en asiento respaldo, reposabrazos e incluso en los laterales. El reo era sentado en este sillón, que también estaba dotado de sistemas para apretar más los brazos y muslos, con el fin de herir y desgarrar todavía más su piel. Previsiblemente los golpes y puñetazos que recibía durante el interrogatorio también servían para acrecentar más su dolor. Uno más de los suplicios que solía usar la Inquisición (1234). 

Hábito de condenado por el Santo Oficio.
Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo. 
En estas circunstancias, es fácil presumir que el desdichado acababa confesando y declarando todo cuanto a sus torturadores se les antojara, cosa que por cierto, tampoco debía ser garantía de mejor trato. Aunque se reconocieran los errores heréticos, muchas veces eran acusados de relapsos (reincidentes en la herejía). En el caso de los judíos conversos al cristianismo (generalmente por la fuerza), se les acusaba de judaizantes (practicar la religión de Moisés en secreto). Así que, a conveniencia del inquisidor, se aplicaba la sentencia que convenía. Incluso en caso de fuga, el condenado era ejecutado en efigie (se quemaba públicamente un monigote que lo representaba: en estos casos se conseguía por lo menos ejemplarizar al público) 

A los que la Inquisición, también llamada Santo Oficio, condenaba, se les vestía con el hábito que los caracterizaba como culpables: un capirote en la cabeza y un tosco escapulario o dalmática cuadrada (el sambenito) . Los sambenitos variaban según el delito y la sentencia. Los condenados a muerte, que se conocían como relajados (ya que se entregaban al brazo secular, porque los eclesiásticos del tribunal de la Inquisición condenaban pero no ejecutaban las penas de muerte) llevaban un sambenito negro con llamas y a veces demonios, dragones o serpientes, signos del Infierno, además de un capirote o coroza roja. También podían ir precedidos por un estandarte donde se expresaban los cargos de los que se le acusaba. 



Grabados de los Caprichos de Francisco de Goya representando a 
herejes condenados por la Inquisición. 
El de la izquierda lleva el sambenito con la cruz de San Andrés. 
En el de la derecha el capirote o coroza en llamas, que significa 
que la condenada está siendo llevada al patíbulo. 


Los reconciliados con la Iglesia Católica eran herejes que habían abjurado de sus errores llevaban un sambenito amarillo con dos cruces en aspa de San Andrés. También podían llevar llamas orientadas hacia abajo, lo que simbolizaba que se habían librado de la hoguera. Los sentenciados a recibir latigazos, como los impostores o los bígamos, llevaban atada una soga al cuello con nudos, que indicaban los centenares de latigazos que debían recibir.  Por cierto, que este hábito ha quedado en el imaginario colectivo, y cuando a alguno se le quiere culpar de algo se dice que "le han puesto el sambenito". 


Tintero que perteneció al canónigo 
Pedro Sánchez de Luna,
con el escudo de la Inquisición en el centro.
Museo Sefardí. Sinagoga de Sta. María del Tránsito. 

Toledo
La Inquisición española estuvo bajo el control directo de la monarquía y fue un eficaz instrumento de control político e ideológico. A pesar de diversos intentos de suprimirla, no fue totalmente abolida hasta 1834, bajo el reinado de Isabel IILa Junta de Fe de Valencia tuvo el triste honor de condenar a muerte al último hereje ejecutado en España, el maestro de escuela Cayetano Ripoll, que fue ahorcado el 31 de julio de 1826.



Estandarte de un judaizante reconciliado y relajado. Museu d'Història dels jueus. Girona. 



La piel torturada








jueves, 26 de mayo de 2016

La piel torturada (IV): Íntimos desgarros






Retablo de Sta. Llúcia de Mur
(Segundo cuarto s. XIV)

Temple  sobre tabla. 67 x 24  cm 

Procedente de la colección Rómulo Bosch
Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) Barcelona 



En el Museu Nacional d'Art de Catalunya se conservan dos tablas del retablo de Santa Llúcia de Mur en las que se pormenorizan algunos aspectos del martirio de la santa. En una de ellas se puede ver a dos verdugos desgarrando despiadadamente con un instrumento hiriente sus senos. Hemos encontrado una herramienta similar entre el utillaje de tortura del Museo de los Instrumentos de Tortura de Toledo, cosa que nada tiene que extrañar ya que como hemos comentado muchas de las torturas descritas en los retablos eran en realidad el reflejo de lo que se realizaba en los interrogatorios de la época, especialmente por parte de la Inquisición (1,2,3). 


Desgarrador de senos.
Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo. 
El uso del desgarrador de senos se solía aplicar a las mujeres acusadas de brujería, adulterio, o aborto provocado, pudiéndose aplicar en frío o al rojo vivo. En Francia y Alemania se usaba también contra las madres solteras sobre uno de los pechos. Las aguzadas puntas desgarraban completamente los senos, clavándose en su interior. 


No es este el único ingenio dirigido a provocar desgarros en partes íntimas. Entre las múltiples torturas que se han realizado en la piel y mucosas ocupan un amplio campo las laceraciones y desgarros realizados en partes íntimas (ano, vulva, boca, senos). La represiva moral sexual, unida a los sádicos instintos de muchos torturadores hacía que se recurriera con frecuencia a este tipo de prácticas.


Pera oral. Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo. 


Un ejemplo lo encontramos en las peras vaginales, suplicio que consistía en la introducción en dicha cavidad de un aparato con forma de pera, que se abría de golpe al pulsar un resorte exterior, descubriendo unos aguzados pinchos al final de la misma, que producían grandes desgarros. La pera también tenía variaciones para ser usada en la boca o en el ano. Según la acusación que se hacía al reo era usada una u otra. La pera oral solía usarse en los blasfemos y en predicadores heréticos; la pera anal en los homosexuales acusados de sodomía; y la pera vaginal en mujeres acusadas de mantener relaciones con el demonio o en ciertos casos de adulterio. 

Cuna de Judas. 
Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo. 
 Otra máquina horripilante era la llamada "Cuna de Judas". Consistía en una pirámide de madera, sobre la que se suspendía el cuerpo desnudo del torturado, cuidando que el ano o el periné coincidiera con la vertical del vértice de la pirámide. Mediante un complicado sistema de cuerdas que pendían del techo, y con ayuda de un cinturón metálico que rodeaba la cintura, el prisionero era izado lentamente y en un momento dado era soltado de golpe. La fuerza de la gravedad se encargaba de que el cuerpo cayera con fuerza y el vértice desgarraba cruelmente la zona anal o los genitales. 
Grabado que explicita el uso 
de la cuna de Judas

Otro procedimiento era dejar al prisionero rozando simplemente con el ano la punta de la pirámide. Si el reo se relajaba, el vértice de la pirámide penetraba más y mas, con lo que se le impedía el descanso. En esta modalidad se usaba como un suplicio de desgaste, con un gran sufrimiento psicológico. Este suplicio solía usarse durante los interrogatorios o en casos de sodomía. 

Como puede verse, toda una sofisticación del sadismo y la maldad.



La piel torturada

I. La doncella de hierro

II. Garfios, uñas de gato y otras laceraciones

III. En picota y marcada al fuego

IV. Íntimos desgarros

V. Sillón de interrogatorio


VI. Máscaras infamantes

miércoles, 25 de mayo de 2016

La piel torturada (III): En picota y marcada al fuego





Cauterios para marcar al fuego

Hierro

Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo.  



En artículos anteriores (12, 3) nos hemos referido a algunos métodos de torturas. Entre los castigos ejemplares - es decir aquellos dirigidos a mostrar a la ciudadanía  cuál puede ser el destino de otros casos similares - los reos eran humillados públicamente en la picota. 



Picota de Oporto (Portugal) situada cerca de la 
catedral de esta ciudad. Obsérvense los asideros 
metálicos de la parte superior, de donde 
pendían las cadenas para sujetar a los reos. 
La picota era una columna colocada en un lugar visible y transitado. En la parte alta solía haber unas argollas metálicas en donde se sujetaban los expuestos a la pública vejación: prostitutas, ladrones, criminales, y naturalmente los herejes, judíos o blasfemos. 

A muchos de estos condenados al espectáculo de la infamia se les obligaba además a llevar el cepo o a vestir el hábito de los herejes: capirote y dalmática en llamas. El cepo era un instrumento de tortura de madera en el que quedaban sujetos cabeza, manos y pies de forma que inmovilizaban totalmente al torturado. 


Cepo para judaizantes. Los judaizantes eran judíos 
conversos al cristianismo, que eran acusados de 
seguir practicando la religión judía en secreto.
Museu d'Història dels Jueus. Girona.
Una variante era el violín del hereje, un cepo para sujetar cuello y ambas manos en posición erguida. Su gran peso unido a la inmovilidad total solía provocar erosiones y rozaduras en muñecas y tobillos. El reo así inmovilizado quedaba a la merced de los espectadores, que no se recataban en lanzarle tomates y hortalizas, huevos podridos o algún salivazo. 


Reconstrucción de la posición en la que eran colocados 
los reos en el cepo. Museu d'Història dels Jueus. Girona.
En la mayoría de los casos los condenados, aparte de ser vejados en la picota, eran marcados con un hierro candente en alguna parte del cuerpo. La marca dependía de la naturaleza de su condena. Los judaizantes, acusados de practicar la religión judía en secreto (a pesar de haber sido forzados a convertirse al cristianismo) eran marcados con una estrella de David, símbolo de su religión de origen. Si se era judío siempre se sospechaba de la veracidad de su conversión. Por eso muchas veces eran obligados a comer cerdo en público, una y otra vez, para demostrar cotidianamente que eran cristianos. Esta costumbre hizo que los judíos conversos o cristianos nuevos se conocieran con apelativos como marranos (en Castilla) o en Mallorca xuetes (xua es el nombre que recibe el tocino en el catalán de Mallorca). 


Hierros para marcar al rojo vivo a los condenados. 
El de la derecha es una estrella de David  
y era usada para castigo de los judaizantes. 
Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo.   
Los otros delitos se marcaban con otros símbolos, letras o señales que permitieran su identificación. El lugar elegido para la marca al fuego solía ser un lugar visible, como la palma de la mano, el pecho o la mejilla, aunque para ciertos delitos como la brujería o la prostitución se podían elegir zonas erógenas que satisfacieran el malsano sadismo de los inquisidores. 


En el curso de los interrogatorios se realizaban también torturas con instrumentos al rojo vivo. Era fácil tomar herramientas de uso cotidiano, como tenacillas o clavos. Las tenazas al rojo servían para quemar y al tiempo arrancar pequeños pellizcos de piel, en órganos como la lengua, dedos, pezones o zonas genitales. 


Tenacillas para pellizcar y cauterizar, ya que solían usarse al rojo vivo.
Museo de los Instrumentos de Tortura. Toledo.  



La piel torturada